Sucedió durante el verano. Yo me había matriculado en un curso técnico de escritura que se estaba dictando en Tel Aviv. Vivía en Nevé Iaacov, un suburbio en las afueras de Jerusalén, y había organizado las cosas como para viajar con otros que participaban del mismo curso. Uno de ellos tenía un furgón, de modo que cada mañana nos reuníamos en un punto central para hacer el viaje.
Me levantaba más temprano que lo usual y tenía que tomar dos autobuses hasta la vieja Estación Central en vez de arriesgarme al viaje con la Línea 45 cruzando el mercado de Majané Iehudá con sus impredecibles demoras y atascos de tránsito por ocasionales vehículos en emergencia.
Una mañana, justo cuando estaba lista para salir, mi pequeña niña me llamó. Precisaba mi atención inmediata. Era muy temprano y nadie más estaba levantado aún, por lo que me ocupé de ella tan rápido como pude y apresurada me dirigía a la calle. Llegué a la parada del autobús justo a tiempo para verlo alejándose.
Inmediatamente comencé a considerar qué sucedería como resultado de haber perdido este autobús: probablemente llegaría a la parada de Ramat Eshkoldemasiado tarde como para tomar el de la línea 28 que precisaba para encontrarme con mi grupo hacia Tel Aviv. Probablemente tendría que tomar un autobús regular interurbano, y ¿qué sucedería cuando consiga llegar a Tel Aviv? ¿Cómo me las arreglaría si perdiera la primera hora de una lección muy intensiva?
¡Espera un minuto! Este no fue mi plan. Yo hice todo esfuerzo posible para ser puntual. Si llego tarde, es cosa de Di s. Si ésta es la manera que El quiere que sea, así es como será. De hecho, voy a sacarme mi reloj y lo pondré en mi bolso para no mirarlo cada cinco minutos y pensar acerca de cuán tarde llegaré.
Tan pronto como había tomado esta decisión, otro autobús se acercó a la plataforma, antes de hora. Apenas había subido cuando partió como el piloto del año y voló por los vecindarios árabes como si un accidente estuviera por suceder en alguna parte. Ruidosamente frenamos en mi parada de trasbordo y, apenas me paré en la acera, mi siguiente autobús estacionaba y yo subía.
Sonreí ligeramente y pensé: ¡Estoy tan contenta por haber decidido dejar conducir el vehículo a Di s; hace tan bien el trabajo! Ocupé un asiento vacío al fondo y, con gratitud, acepté la asombrosa exhibición de Hashgajá Pratit (Supervisión Divina Individual) de la que acababa de ser testigo.
Dos paradas después varios muchachos subieron al autobús y se sentaron cerca de mí. Parecían ser alumnos de 7º u 8º grado y mantenían una fluida conversación acerca de las películas que habían visto, la comida que mamá hizo, comida deliciosa, comida más deliciosa.
Repentinamente el minúsculo joven próximo a mí chilló: "¿Quieres gustar algo delicioso? Deberías probar el nuevo restaurante en la ciudad y comer una hamburguesa con queso. Es tan deliciosa".
¡Qué terrible! Después de todo lo que hemos sacrificado para venir a la Tierra Santa y estar en Ierushaláim, la Ciudad Santa, no puedo guardar silencio y dejar a este niño gritar un anuncio para comer taref (alimentos no kasher).
Me volví al muchacho y le pregunté serenamente:
"Si yo vivo en el quinto piso de mi edificio y quiero salir de prisa de mi casa, ¿tiene sentido salir por la ventana?"
Me miró como si dijera: "Señora, ¿de qué luna se cayó?"
Levantando mi voz ligeramente en beneficio de sus amigos, repetí:
"¿Tendría sentido que una persona que quiera salir de su casa en el quinto piso lo hiciera por la ventana?"
El joven se quedó sentado con cara de estúpido.
"No, no lo tendría", contesté, acudiendo en su ayuda, "a causa del kóaj meshi...".
"...já", terminó él la frase. (Toda la conversación fue, por supuesto, en hebreo.Kóaj meshijá significa "fuerza de gravedad").
"Correcto", lo alenté en mi voz más fuerte que lo usual para hacer lugar a los estudiantes universitarios sentados detrás de nosotros que repentinamente habían hecho silencio.
Continué:
"Ahora dime, ¿qué pasa si escojo no permitir que la gravedad me afecte? ¿Qué pasa si me rehuso a aceptar el efecto de la gravedad sobre mí y salgo por la ventana de todos modos? ¿Qué sucederá?"
Se quedó mirándome, aguardando ayuda de algún lado.
"¿No es cierto que aun si me rehuso totalmente a aceptar el efecto de la gravedad y salgo por la ventana desde el quinto piso, seguramente sucederán dos cosas: (1) Caeré hacia abajo y no hacia arriba, y (2) haré daño a mi cuerpo y a mi alma?"
El asintió temerosamente.
"Dime", traté de facilitar las cosas. "¿Podemos ver nosotros la gravedad? Si miramos muy bien con nuestros dos ojos, ¿podemos verla?"
El sacudió la cabeza, aliviado de que conocía la respuesta.
"¿Pretendes decirme", levanté la voz en simulada indignación, "que algo que ni siquiera podemos ver nos controla a nosotros y al mundo entero?"
Sus ojos se abrieron de par en par. ¿Estaba tratando de ver adónde quería llegar yo? Para este momento una buena parte del autobús prestaba atención. Mejor será cambiar un poco mi enfoque, no tiene sentido ocasionar un pogrom.
"Sabes, miraba en el Libro Guinness de Records Mundiales fechado en 1992. Mostraba cosas tales como el hombre más corto y más alto del mundo, el automóvil más rápido del mundo, y muchas otras cosas, incluyendo una fotografía del microscopio más pequeño del mundo en ese momento. Fue fotografiado descansando en la palma de un hombre y podía magnificar al tamaño de un electrón! ¿Quién sabe qué asombrosas herramientas están disponible incluso ahora? Y simplemente imagina qué habrá en el futuro.
"Quizás llegue un día cuando haya algún tipo de microscopio espiritual. Entonces podremos ver qué terrible daño se perpetra al alma judía si se come carne y leche juntos".
Sus ojos y boca estaban abiertos de par en par ahora y sus amigos se habían vuelto en sus asientos para escuchar.
"Entretanto, no tienes que esperar a ese microscopio. Eres afortunado que hablas y lees hebreo tan fácilmente. Mírame a mí. Cinco años de universidad en los Estados Unidos y apenas si me ayuda en algo. Estoy sentada aquí con mi lengua toda retorcida.
"Pero tú puedes abrir cualquier libro sagrado y leer, y cuando tienes preguntas, puedes formularlas fácilmente a un Rabino".
Justo entonces el autobús se detuvo en la Estación Central y yo me puse de pie para bajar.
"Eres muy afortunado que puedes estudiar todos esos sifréi kodesh (libros santos) tan fácilmente. Realmente te envidio".
Bajé del autobús y tenía la esperanza de que nada volara a su todavía abierta boca hasta que decidiera cerrarla.
Crucé apresurada la plaza hasta nuestro punto de encuentro y me encontré con que no solamente el furgón no había llegado, sino que también yo era el primer pasajero allí.
¿Cómo es que El siempre dispone todas estas cosas tan bien...?
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