JUTZPÁ
Una de las señales citadas por el Talmud como indicio de la inminente llegada del Mashíaj, es una generación notoria por su descaro y atrevimiento: “La jutzpá aumentará... los jóvenes avergonzarán a sus mayores... un hijo deshonrará a su padre, una hija se rebelará contra su madre...”
Dado que estas señales ya se han cumplido todas, y más que cumplido, y aun la redención no ha llegado, sugiero que hagamos un uso positivo de la jutzpá con la que nuestra generación fue bendecida. Demandemos en forma atrevida a D-os, sin vacilaciones, que dado que todos los plazos para la redención han pasado, El debe enviar inmediatamente al Redentor. D-os ciertamente se complacerá con nuestra “audacia” y traerá la largamente esperada era de paz universal y perfección divina al mundo.
CRÍTICA
Si ves algo que necesita ser reparado y sabes cómo repararlo, entonces has encontrado una parte en el mundo que D-os ha dejado para que tu la perfecciones.
Pero si sólo ves lo que está mal y lo que es feo, entonces eres tú mismo quién necesita reparación.
EDUCACIÓN
En un árbol maduro, un corte aquí o una rama quebrada allá es de poca o ninguna consecuencia. Pero el rasguño más pequeño en la semilla, o la más mínima mella en el árbol joven, resulta en una deformidad irreversible, en una falla que las décadas por delante profundizarán en vez de borrar.
Por lo tanto se requiere gran cuidado y vigilancia en la educación de los jóvenes. Los valores impartidos al niño deben ser impecables, libres de ni siquiera la más mínima y “perdonable” mancha.
EL HOLOCAUSTO
¿Qué mayor engreimiento, y qué mayor crueldad, puede haber que dar una “razón” para la muerte y tortura de millones de hombres, mujeres y niños inocentes? ¿Podemos presumir que una explicación, suficientemente pequeña para entrar dentro de los límites de la razón humana, pueda explicar un horror de tal magnitud? Sólo podemos conceder que hay cosas que están más allá del conocimiento limitado de la mente humana.
No es nuestra tarea justificar a D-os en esto. Sólo D-os puede contestar por qué El permitió que sucediera. Y la única respuesta que aceptaremos es la inmediata y completa Redención que borrará para siempre el mal de la faz de la tierra y dará a luz la bondad intrínseca y la perfección de la creación de D-os.
Están aquellos que argumentan que el Holocausto refuta la existencia de D-os o Su providencia sobre nuestras vidas. Pero si hay algo que el Holocausto ha refutado definitivamente, es cualquier posible fe en una moralidad basada en el hombre. En la Europa de pre-guerra, era el pueblo alemán quien ejemplificaba la cultura, el avance científico y la moralidad filosófica. ¡Y ese mismo pueblo perpetró las más viles atrocidades conocidas en la historia de la humanidad! Por lo menos, el Holocausto nos ha enseñado que una existencia moral y civilizada es posible sólo a través de la creencia y la aceptación de la autoridad Divina.
De hecho, nuestra indignación, nuestro incesante desafió a D-os por lo que ha sucedido, es en si mismo el testimonio más poderoso de nuestra creencia en El y nuestra fe en Su bondad. Porque si en el fondo no poseyéramos esta fe, ¿de qué estaríamos indignados? ¿De la obra ciega del destino? ¿De la disposición fortuita de los quarks que componen el universo? Es sólo porque creemos en D-os, porque estamos convencidos que existe el bien y existe el mal y que el bien debe triunfar, y en ultima instancia triunfará, que clamamos, como Moisés hizo: “¡¿Por qué, mi D-os, haz hecho mal a Tu pueblo?!”.
Pero la cosa más importante sobre el Holocausto no es cómo lo entendemos, ni tampoco cómo mantenemos la memoria de sus víctimas, sino qué hacemos al respecto. Si permitimos que el dolor y la desesperación nos desalienten de formar una nueva generación de judíos con un fuerte compromiso con su judeidad, entonces la “solución final” de Hitler se habrá cumplido, D-os libre. Pero si reconstruimos, si criamos una generación orgullosa y comprometida con su judeidad, habremos triunfado. El Pueblo Judío ha sido tan seriamente diezmado que cada uno de nosotros valemos, y valemos por doble.
IDENTIDAD JUDÍA
El secreto de nuestra existencia está en que somos “un pueblo que mora solo” (Números 23:9), un pueblo que cree en un único D-os, y vive su vida de acuerdo a la única Torá, que es eterna e incambiable. Nuestra independencia de pensamiento y conducta no es nuestra debilidad sino nuestra fortaleza. Sólo de esta forma podemos cumplir con nuestra función como nos fue impuesta por el Creador, es decir, ser “un reino de sacerdotes y una nación santa” (Éxodo 19:6), y una fuente de bendición para toda la humanidad.
LA TIERRA DE ISRAEL
D-os le ha permitido al Pueblo Judío vivir como soberano en la Tierra Santa, el lugar de nuestros antepasados, la tierra prometida por D-os a los judíos.
Esta realidad pone una carga especial y un privilegio sobre los ciudadanos de Israel y sus gobernantes: preservar la integridad judía del país. Su sistema educativo debe estar fundado e inspirado por valores judíos y tradición judía para que sus ciudadanos crezcan a ser orgullosos guardianes de su herencia judía.
En sus relaciones con otras naciones, aquellos responsables de representar su gobierno en asuntos externos deben sostener orgullosamente su orgullo judío y tradiciones. Esto ciertamente mejorará la estima con la que Israel será considerada.
La ley judía establece los criterios necesarios para la paz y seguridad de Israel: estas sólo pueden ser logradas desde una posición de fortaleza militar y fronteras seguras. Cualquier señal de disposición de incluso meramente hablar de resignar tierra a nuestros enemigos es seguro de alentar el terrorismo en Israel y en el exterior.
MATRIMONIO
“Y D-os creó al hombre a Su imagen, a imagen de D-os lo creó, varón y mujer los creó”. Así es como la Torá describe la creación del hombre (Génesis 1:26).
Implícito en esta descripción está el hecho de que, en la creación, el hombre y la mujer eran una sola entidad (“varón y mujer los creó”); en palabras de nuestros sabios “un sólo individuo con dos rostros”. Pero inmediatamente después, D-os declaró “no es bueno que el hombre esté solo”. Porque como un individuo solo, el hombre estaba sin una pareja, sin desafíos, sin potencial para el crecimiento y la creación.
Así que D-os dividió al “hombre” en dos entidades, varón y mujer. Y luego los unió en matrimonio.
¿Por qué, entonces, no los creó como dos seres en primer lugar?
Porque como dos seres - original e intrínsecamente separados - cada uno estaría atrapado en la exclusividad de su identidad. Su encuentro sería una competencia de egos; en el mejor de los casos un “vínculo”. No estaría en ellos la capacidad de trascender la individualidad en la que nacieron. Dos quedarían para siempre dos, de cualquier forma que se los integrara.
Por lo que D-os los creó como uno, y luego los dividió en dos. Por lo tanto el hombre busca a la mujer y la mujer desea al hombre. De esta forma cada uno tiene la capacidad de mirar dentro de su ser dividido y descubrir su unidad primordial. Así el hombre y la mujer pueden apegarse uno al otro y convertirse en uno, en una unidad que no es una singularidad solitaria sino una unión dinámica y creativa.
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