B”H, …de 5733 [1973].
¡Shalom uBrajá!
Aunque no lo conozco personalmente, me tomo la libertad de escribirle, después de haber recibido el número de Av 5731 (agosto de 1971) de Intercom, que contiene su artículo.
Coincido con algunos de los puntos que se destacan en su artículo, lo cual me alienta en la esperanza de que, como editor de la publicación y miembro influyente de su Asociación, pueda dar nuevo impulso a las actividades de la Asociación y a sus miembros. En particular, confío en que usted pueda resultar útil en una tarea de importancia, la de extirpar, de una vez por todas, ciertos conceptos erróneos que, según mi parecer, se han arraigado y continúan preocupando a algunos científicos judíos ortodoxos.
Concretamente, me resulta particularmente incomprensible y lamentable que algunos de nuestros científicos judíos ortodoxos sigan asumiendo una actitud de disculpa frente a la ciencia y determinadas teorías científicas. Este fenómeno es también evidente en algunos artículos del corriente número de Intercom, y lo he observado asimismo en conversaciones personales con científicos creyentes y observantes.
Para decirlo francamente, parecería que algunos científicos ortodoxos se avergüenzan o se sienten confundidos cuando se ven obligados a declarar abiertamente su adhesión a ciertos principios básicos de la Tora, como, por ejemplo, el que Di-s creó a Adám y Java —Adán y Eva—, o la posibilidad de un milagro (nes) en la actualidad, tal como éste se define en la Tora, es decir, un suceso que desafía las (así llamadas) “leyes de la naturaleza”.
Cuando les pregunté, directamente, cómo conciliaban esta falta de convicción propia en las cuestiones básicas de la Tora con lo que todo judío creyente cree y profesa, la respuesta fue que habían logrado dividir su día en “departamentos”: tefilá —la plegaria— y Tora, etcétera, son un “departamento”; y la ciencia a la que se dedican, otro.
Huelga decir que una actitud tal es insostenible. Por cuanto que, cuando un judío declara cotidianamente “Hashem hu HaElokím, ein od milvadó” -’Di-s es el Señor, no hay más aparte de El-, está claro que ello se refiere a todo el día, y no a sólo partes del mismo. Lo que es más, la óptica de un científico de una personalidad tan repartida constituye una contradicción con el concepto de Hashem ejad —la unidad Divina—, conforme interpretan nuestros Sabios esta palabra:”ejad” -alef, jet y dalet- en el sentido de que alef, es decir alufó shel olám —el Amo del Mundo— rige no sólo en los siete cielos sino también en la tierra (jet: “ocho”) y en los cuatro puntos cardinales (dalet: “cuatro”) (Véase SeMag, citado en Beit losef, Tur Oraj Jaím, párr. 61).
En cuanto a los milagros y su influencia en la vida cotidiana, la Tora define con claridad su postura: dictamina que “la persona no debe fiarse en el milagro”; pero, al mismo tiempo, exige que todo judío esté impregnado de la fe plena en que Di-s actúa por medio de la naturaleza y también “por encima” de la naturaleza. Este es también el significado del versículo: “Y Di-s, tu Señor, bendecirá toda la obra de tus manos”. Es decir, es necesario hacer y no confiarse en milagros pero, en definitiva, la bendición en estas acciones proviene de Di-s.
Una opinión alterna a ésta sería contradictoria con el contenido de las tres tefilot —plegarias— cotidianas. Las bendiciones del Shemoné Esré se basan, claramente, en la creencia de que Di-s tiene la capacidad de intervenir en oposición a las leyes de la naturaleza —por ejemplo, curar a los enfermos, bendecir las cosechas, etc. — aun cuando en condiciones naturales ello fuera imposible. De faltar la fe en la Omnipotencia de Di-s y en Su interés personal en la vida cotidiana de cada uno de nosotros, ¿para qué orarle y pedirle Sus bendiciones?
Es cierto que cuando un judío se encuentra en un medio no creyente, resulta difícil ser diferente a los demás y enfrentarse con el posible ridículo. Más también de esto ya nos han advertido nuestros Sabios en el Shulján Aruj —el Código Judío de Leyes—. Al comienzo del primero de sus cuatro tomos, se establece el principio básico para el cumplimiento del contenido de los demás volúmenes: “Sé audaz como la pantera… no sientas vergüenza ante los hombres que se mofan de ti en tu servicio a Di-s”.
Pero lo que más sorprende —y aún no he podido obtener respuestas de aquéllos con quienes tuve oportunidad de hablar sobre el particular— es que la mencionada actitud de apología es totalmente incompatible con la opinión de la ciencia contemporánea.
Si hace un siglo, cuando los científicos todavía hablaban en términos de verdades absolutas, era “comprensible” que la persona que deseaba acogerse a su fe se sintiera avergonzada cuando para ello se veía obligada a desafiar afirmaciones “científicas” absolutas, esto ya no ocurre en nuestra época. La ciencia contemporánea ya no se atribuye la verdad absoluta; actualmente impera la probabilidad, aun en la ciencia práctica según es aplicada en experiencias diarias corrientes. Esto es así particularmente en esferas tales como la del origen del universo, el origen de la vida sobre la Tierra y el origen de las especies, en que las teorías se basan en la extrapolación meramente especulativa, y más aún en la esfera de la ciencia pura, en la que todo se basa en axiomas supuestos (“si suponemos que… se desprende que…”), los científicos no se expiden en términos de certeza o verdad absoluta.
¿Es menester recordar a nuestros judíos científicos ortodoxos que todavía sienten cierta incomodidad ante algunas verdades “anticuadas” de la Tora frente a las hipótesis científicas, el “Principió de Incertidumbre” de Heisenberg? Con éste, eliminó finalmente la noción científica tradicional de que causa y efecto están mecánicamente vinculados, de manera que no tiene base científica afirmar que un suceso determinado es inevitablemente consecuencia del otro, y en cambio se observa como muy probable. La mayoría de los científicos ha aceptado este Principio de Incertidumbre (enunciado por Werner Heisenberg en 1927) como intrínseco a la totalidad del universo. La actitud dogmática, mecanicista y determinista de la ciencia del siglo pasado ha desaparecido. El científico moderno ya no espera encontrar la verdad absoluta en la ciencia.
La opinión corriente y universalmente aceptada de la ciencia misma es que el científico debe reconciliarse con la idea de que, independientemente del progreso que la ciencia haga, seguirá siempre ocupándose de probabilidades y no de certezas o absolutos.
Huelga decir que no pretendo menoscabar la importancia de la ciencia, aplicada o especulativa, aunque por una razón muy distinta. En verdad, la Tora misma confiere a la ciencia —en determinadas esferas al menos— una validez mucho mayor que la que la ciencia contemporánea misma afirma poseer. La Halajá —Ley Judía — acepta las conclusiones científicas, en muchos casos, no como posibles o probables sino como ciertas y verdaderas. Es obvio que no hace falta explayarse sobre este punto en cuanto a usted, señor editor.
A la luz de lo que se ha dicho, no hay ninguna razón ni fundamento para que un científico religioso judío se sienta confundido o avergonzado, dado que la ciencia moderna no puede legítimamente (y digo “legítimamente” incluso desde la perspectiva de la ciencia misma) desafiar a la Tora del Sinaí.
De esto se desprende también que no hay necesidad alguna, por bien intencionada que sea, de procurar reinterpretar ciertos pasajes de la Tora para reconciliarlos con las teorías científicas, por no mencionar “reinterpretaciones” que violan la letra y el significado de la Tora. Así, pues, el intento de “reinterpretar” el texto de la primera sección del Génesis que habla de la Creación del universo a los efectos de que pareciera que en ésta se hace referencia a períodos y no a días corrientes, o de aplicar indiscriminadamente la sentencia de que “la Tora habla en el idioma del hombre”, etcétera, es no sólo innecesario sino que significa impugnar la esencia misma de la mitzvá —precepto- del Shabat, que es equivalente a toda la Tora. Pues si se toma la palabra “día” fuera de su contexto y significado literales ipso facto se anula toda la idea del Shabat como el “séptimo día”, que se afirma en el mismo contexto. La idea de la observancia del Shabat se basa, de plano, en la afirmación clara e inequívoca de la Tora: “Pues en seis días hizo Di-s los cielos y la tierra, y en el séptimo día cesó y descansó” – días, no períodos.
Intentos tales de reinterpretación de la Tora son, desde luego, el anticuado legado del siglo XIX y antes, épocas en que, ante la postura dogmática y determinista de la ciencia que imperaba entonces, voceros religiosos, e incluso algunos Rabinos, crearon toda una literatura de apología, al no ver otro medio más eficaz para la herencia de la Tora en sus comunidades “progresistas” salvo mediante interpretaciones insustanciales y falsas de determinados pasajes de la Tora a fin de ajustados a la cosmovisión imperante en la sociedad. Indudablemente sabían íntimamente que estaban proponiendo interpretaciones de la Tora que discrepaban con Torát Emet —la Tora de la Verdad—. No obstante, debe decirse en su defensa que por lo menos “sentían” que no tenían otra opción. Hoy en día, sin embargo, ya no existe justificativo alguno para perpetuar este “complejo de inferioridad”. Nada justifica continuar aferrándose a posturas que en el presente sólo aparecen en anticuados libros de texto científicos.
Es lamentable que precisamente aquéllos que deberían ser los adalides del enfoque de la Tora —hashkafá— y sus difusores, especialmente entre la juventud judía en general y entre la académica en particular, sientan timidez e incluso vergüenza, de protestar contra ello. Esto es tanto más lamentable en esta época, cuando la ciencia ha logrado por fin despojarse de sus envolturas medievales y aceptó el Principio de Incertidumbre de Heisenberg. Gracias a él, al científico judío ortodoxo le resulta harto fácil ahora adoptar la óptica de la Tora con orgullo, sin temer a las contradicciones. No obstante, parecería que algunos científicos judíos no han logrado liberarse de las ataduras del criterio del siglo XIX y del complejo de inferioridad que ha calado en ellos. Indudablemente ha llegado el momento de que vuelvan a evaluar su posición.
Confío en que ejercerá usted su influencia a fin de que los artículos que aparezcan en los futuros números de Intercom estén impregnados con la perspectiva de la Tora, y de que el mismo criterio se refleje en todas las conferencias públicas y conversaciones privadas. El apego al camino de la Tora, Tora de la Verdad, asegura al hombre que transita por la senda de la verdad, y la verdad no admite compromisos. Espero sinceramente que examinará este asunto con sus colegas, y que “las palabras que salen del corazón entran en el corazón”, especialmente el corazón judío, y hallen una respuesta rápida en lo que se refiere a la acción, pues lo esencial es el hecho.
Permítaseme concluir con una manifestación de deseo —que, naturalmente, no tiene en modo alguno ánimo de ofensa—: que todo judío que participe en cualquier esfera de la ciencia se caracterice por ser un “judío creyente y también científico”, y no un “científico y también judío creyente”.
Con bendición.
*) Enviada al Director de Intercom, órgano de la Asociation of Orthodox Jewish Scientists (Asociación de Científicos Judíos Ortodoxos de los Estados unidos).
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