La palabra hablada goza de mucho prestigio en el judaísmo.
“D-os creó al mundo con 10 expresiones habladas,” dice el Talmud (Pirkei Avot 5:1).
«La vida y la muerte están en manos de la lengua», dijo el hombre más sabio, el Rey Salomón, en su Libro de Proverbios (18:21).
Veamos, pues, algunas leyes, conceptos y anécdotas relacionados con el tema de la palabra hablada, tanto su aspecto negativo como su aspecto positivo.
Encontramos en la Biblia tres tipificaciones en cuanto a la prohibición de hablar mal del prójimo:
- Rejilut: chusmear, o contar cosas de la intimidad de otro aunque no sea algo negativo;
- Lashon Hará: hablar mal de otro aunque sea verdad;
- Motzi Shem Ra: Difamar, hablando mentiras sobre el prójimo.
(Para ver detalles prácticos y sorprendentes del tema, véase Kitzur Shuljan Aruj, cap. 30.)
La gravedad de Lashón Hará se ve ilustrada en la siguiente anécdota:
Jaimito viene al rabino buscando la manera de corregir el hecho que había hablado mal contra su amigo y de lo cual está muy arrepentido. El rabino le manda cortar la punta de una almohada de plumas y salir a caminar por las calles de la ciudad desparramando las plumas por doquier y después volver a verlo. El hombre cumple con las instrucciones del rabino, sufriendo la humillación de la burla de la gente.... Al terminar, vuelve al rabino, algo aliviado por la penitencia que hizo.
“Ahora, anda a recolectar a todas las plumas,” dice el rabino.
“¿Cómo es posible?” pregunta el hombre. “El viento las desparramó para todas partes.”
“Pues, ¿cómo pretendes deshacer el daño de tus palabras? Ya están desparramadas por todos lados…” responde el rabino.
El Rey David (Salmos, 64:4) compara las palabras con flechas. Una explicación es que son similares en que ambas, antes de largarlas uno es el dueño sobre ellas; después de largarlas, son ellas las dueñas sobre uno.
No sé quién dijo: la diferencia entre el sabio y el necio es un instante; el sabio piensa un instante antes de hablar mientras que el necio piensa un instante después de haber hablado...
Una ley interesante es que si alguien te dice algo personal, está prohibido divulgarlo hasta que no te autorice hacerlo. Mucha gente piensa al revés, “si no me dijo que no lo repita, ¿por qué no repetirlo?” La Halajá determina que hasta no tener autorización para divulgarlo, debe permanecer en reserva.
Según el Midrash (Vaikrá Rabá, 26:2), el Lashon Hará, o hablar mal del prójimo, se denomina el Triple Asesino ya que mata a quien habla, al que escucha y a la persona de quien están hablando.
Hay que entender: se entiende que el que habla y el que escucha están en infracción y deben sufrir las consecuencias, pero ¿qué culpa tiene el de quién hablan?
El Rebe explica que el hablar sirve no sólo para describir una situación ya existente, sino que de hecho la crea y la fortifica. Cuando hablo mal de alguien ese mal latente que tiene llega a revelarse, se vuelve más tangible y lo “mata”, aunque sea nada más que en la realidad hablada.
Así como hablar mal de alguien lo afecta negativamente, hablar bien es poderosamente beneficioso. Cuando uno habla bien de alguien, despierta lo positivo latente en él.
Esto tiene una implicancia sorprendente:
Cuando nos enteramos que alguien hizo algo negativo, tendemos a pensar – aunque no lo digamos – en lo negativo que hizo. Hay, no obstante, otra reacción posible: ¡mirá qué potencial para hacer el bien debe tiene esta persona, si pudo hacer tanto daño! Si uno no sólo lo piensa, sino lo dice, puede despertar en el “malo” su potencial positivo.
A propósito de esto encontramos en el Talmud (Bava Metzía,
84a) la siguiente historia: Rabí Iojanan estaba bañándose en el río jordán. Lo vio Resh Lakish (un líder de ladrones) y saltó al río para asaltarlo.
Le dijo Rabí Iojanan: tu fuerza sería ideal para el estudio de Torá.
Respondió Resh Lakish: tu belleza sería buena para las mujeres (Rabí Iojanan era excepcionalmente lindo de aspecto).
Dijo Rabí Iojanan a Resh Lakish: si te dedicas al estudio de la Torá, mi hermana – que es mucho más linda que yo - se casaría contigo.
Aceptó el trato y llegó a ser un gran sabio.
Vemos aquí un ejemplo del efecto que puede tener ver un potencial positivo dentro de una situación aparentemente negativa.
Este principio se aplica también en la educación de los chicos. Si rezongamos lo negativo de su conducta, sin darnos cuenta lo estamos reafirmando. En cambio al realzar lo positivo de su conducta o de su potencial para hacer el bien, les damos fuerza e incentivo para comprobar esas palabras y expectativas positivas con acción.
Si el chico mintió, por ejemplo, en vez de decirle “¿por qué mentiste?” se le dice: un niño tan inteligente como tú puede lograr las cosas diciendo la verdad, aunque a veces puede ser tentador no ser tan honesto…
Según las enseñanzas jasídicas cada palabra hablada afecta al ambiente mundial. Se recomienda que uno sepa de memoria versículos y pasajes de Torá para poder pronunciarlos en cada oportunidad, ayudando así a purificar el aire del mundo.
El Rey David declara (Salmos 8:3): “De la boca de criaturas y lactantes Tú has cimentado fortaleza, para oponer a Tus enemigos, para poner fin al adversario y al vengador.” Nuestros sabios explican que uno de las fuentes del poder del pueblo judío está justamente en el aliento puro del estudio de la Torá por medio de los niños, que no han probado el sabor del pecado.
Vemos la importancia de la palabra hablada en el lugar céntrico que tienen las bendiciones en la vida judía. Antes de cumplir con una Mitzvá bendecimos a D-os así como antes de usufructuar de este mundo tan maravilloso. Hay otras ocasiones más que requieren que uno pronuncie una bendición, como, por ejemplo luego de salvarse de un peligro. De hecho, en un día común y corriente pronunciamos unas 100 (!) bendiciones.
Dos lecciones muy importantes que esto nos enseña son que la palabra más importante en el lenguaje humano es: “Gracias”, y que no alcanza con sentir o pensarlo, sino que hay que decirlo.
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