La vida en el Shtetl (pueblito) no era fácil para Shloime. Su familia estaba creciendo, Gracias a D-os, y su tienda ya no daba como para poder cubrir los gastos.
Junto a su esposa decidió intentar su suerte en la gran ciudad de Moscú. Contrató un caballo y carreta y junto a su ayudante, Zimri, se dirigieron a la Gran Ciudad.
Luego de unas semanas de viaje llegaron a su destino y Shloime, que no tenía un hueso perezoso en su cuerpo, se puso a trabajar.
Sus esfuerzos le rindieron dos resultados. Pudo generarse una buena suma de dinero y a la vez se generó un infarto, D-os libre y guarde. Sintió que le quedaba poca vida y llamó a su ayudante para darle las siguientes instrucciones: Hete aquí 100.000 rublos. Siento que me queda poca vida y no voy a llegar a ver a mi familia. Tomá de este dinero lo que quieres y dale a mi esposa lo que quieres. Efectivamente, pocos días después falleció.
Zimri se ocupó del entierro de su afinado patrón y salió en camino, rumbo al Shtetl.
Fue directamente a la casa de la viuda. “Tu esposo dejó un dinero conmigo para ti,” dijo, y le entregó un sobre con el dinero.
Al abrir el sobre la mujer se encontró con la suma de 5.000 rublos. “Pero, no entiendo,” dijo. “¡Mi esposo me había dicho que me enviaba 100.000 rublos! ¿Dónde está el resto?”
“Calma, Sra.,” dijo Zimri. “Efectivamente, tu esposo me dio 100.000 rublos, pero me dijo que me quedara con la suma que quería y que le diera la suma que quisiera. Cumplo con sus órdenes. Me quedé yo con 95.000 y le estoy entregando el resto.”
“¡No puede ser!” insistió la mujer. “Mi esposo no era ni malo ni estúpido. Pasó años lejos de familia para poder trabajar para mantenernos. Nunca hubiese dicho semejante barbaridad. Vamos al Rabino para aclarar el tema, finalizó.”
El hombre accedió y fueron al Rabino para que les ayudara a resolver el tema.
Luego de que cada uno planteara su punto de vista el Rabino miró a la mujer con una gran sonrisa. “Tu esposo era un hombre bueno e inteligente,” dijo. “También fue lo suficientemente inteligente como para darse cuenta con quien estaba tratando.”
Mirándole a Zimri, le dijo: “Se ve que no entendiste muy bien lo que el marido de esta señora te había dicho. Repíteme otra vez, por favor, lo que el Sr. Shloime te dijo.”
“El Sr. Shloime, antes de fallecer, me dijo: ‘Aquí tienes 100.000 rublos. Toma lo que quieres y dale a mi esposa lo que quieres.’”
“Más claro, imposible,” dijo el Rabino. “Entonces, dale a esta señora 95.000 rublos que es lo que tú quieres.”
La lectura bíblica de esta semana, Ki Tavó1 , abre con el precepto de Bikurim, o sea, las Primicias.
El precepto, en resumen, consiste en lo siguiente. Una vez que el pueblo judío entrara a la Tierra de Israel, tenía que llevar cada uno las primeras de sus frutas en madurarse y entregarlas a D-os.
Al entregar las frutas a los Kohanim, quienes las recibían en representación de D-os, uno tenía que declarar su agradecimiento a D-os por el éxito de la cosecha.
¿Cuál es el sentido de este precepto? ¿Acaso D-os necesita que le entreguen frutas? ¿Será que sufre de colesterol alto?
Nuestros sabios explican que la esencia del precepto es enseñarnos el valor del agradecimiento y el reconocimiento. Cuando uno trabaja y se esfuerza en un proyecto, lo que más anhela es disfrutar de los resultados. Dará a D-os un porcentaje como manera de agradecerle Su bendición. Pero hay dos maneras de dar: 1) dar lo que uno quiere; 2) dar lo que uno quiere. O sea: 1) dar lo que uno quiere dar, o 2) dar lo que uno quiere para sí mismo. El destinar las primicias, los primeros resultados, a D-os es darle a D-os lo que uno quiere para sí mismo; es la manera óptima y más correcta de expresar nuestro agradecimiento. Después de todo, el verdadero dueño es El. Somos nada más que administradores (provisorios)
La alegría (in)completa
¿A partir de cuándo había que empezar a traer las primicias?
El versículo2 dice algo ambiguo al respecto: “Y será cuando entrarán a la tierra que D-os tu D-os te da, la conquistarás y te asentarás en ella. Y tomarás de las primicias de….”
Hay una diferencia de unos catorce años entre el momento en el cual el pueblo judío, encabezado por Josué, entró a la Tierra de Canaan y el momento en el cual todos terminaron de recibir su parte en la repartición de la tierra. Demoraron catorce años en conquistar y repartir la tierra. ¿A partir de cuándo, entonces, había que empezar a traer las primicias de la cosecha, a partir del momento en el cual uno recibió su parte, o a partir del momento que todos, hasta el último, haya recibido su parte?
La ley es que la obligación de traer las Primicias empezó recién luego de que todos, hasta el último, hayan recibido lo que le correspondía.
¿No sería más lógico que apenas uno reciba su parcela y logre cosechar su primera cosecha traiga las Primicias para agradecerle a D-os? ¿Por qué esperar catorce años hasta empezar a agradecer?
El Rebe da la siguiente explicación:
El agradecimiento expresado por la ofrenda de las Primicias fue acompañado de una alegría máxima. Es por eso que se traían únicamente una vez al año y de las mejores frutas. Tanto las especies como los especímenes debían ser de los mejores. Se traía únicamente de las siete frutas por las cuales la Tierra de Israel había sido alabada (a saber: Trigo, Cebada, Uva, Higo, Granada, Aceitunas y Dátiles) y se traía únicamente de dichas frutas que hayan sido cultivadas en terrenos cuyas condiciones eran óptimas para su especie (Por ejemplo valles para dátiles y montañas para frutas).
Dado que la ofrenda de las Primicias tenía que ser acompañada de una alegría completa, había que esperar hasta que el último integrante del pueblo judío haya recibido su parcela. Hasta el momento en que todos y cada uno haya recibido su parte, nadie estaba en condiciones de expresar una alegría completa.
Hete aquí una enseñanza poderosa en cuanto a la naturaleza del amor al prójimo que debemos y podemos tener. Siendo que el amor al prójimo se basa en el hecho de que el prójimo es una extensión de uno mismo, resulta que recién se da para celebrar los logros personales con plenitud cuando el prójimo esté en condiciones de celebrar.
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