Esta semana leemos sobre Bikurim, las priemras ofrendas frutales que los campesinos judíos en la Tierra Santa tenían que traer en agradecimiento a Di-s por la tierra y sus productos. En un nivel básico, Bikurim nos recuerda: nunca ser desagradecidos por las cosas que hemos sido bendecidos en la vida.
Curiosamente, la ley comenzó catorce años después que los judíos entraron a la Tierra Prometida. Duró siete años conquistarla y otros siete para repartir la tierra entre las doce tribus de Israel. Sólo cuando ese proceso se completó, se aplicó la ley de los frutos.
Pero ¿por qué? Seguramente hubo algunas tribus que se asentaron antes. Sin duda, algunos de los agricultores que habían recibido sus tierras habían plantado y visto los primeros frutos de sus labores. ¿Por qué entonces no se les exigío que muestren su aprecio inmediatamente trayendo la ofrenda de Bikurim?
El Rebe explica que en esta Mitzvá, la Torá usa la frase: “Y te alegrarás con todo el bien que el Eterno tu Di-s te ha dado”. Con el fin de ser capaz de experimentar plenamente la alegría de sus propias bendiciones de la vida, un Judío debe saber que sus hermanos y hermanas han sido bendecidos también. Al un judío saber que habían otros que todavía no se habían asentado en su tierra, no podían estar completamente contentos. Dado que la “Simjá”, alegría genuina, era un elemento necesario en la mitzvá de Bikurim, sólo se podía cumplir cuando todo el mundo estaba satisfecho. Sólo entonces puede un Judío experimentar la Simjá verdadera, una alegría sincera y genuina.
Saber que nuestros amigos y primos siguen luchando para conquistar la tierra, o incluso que todavía no disfrutan de su propia parte en la tierra, de alguna manera “saca el apetito” para celebrar, aunque personalmente podemos tener motivos para alegrarnos. La satisfacción de un Judío no es completa cuando sabe que su hermano aún no ha sido atendido.
Recuerdo haber leído un artículo del diario del Rebe anterior de Lubavitch, Rabi Iosef Itzjak Schneerson, describiendo su detención y encarcelamiento por los comunistas en Rusia en 1927. Rabí Iosef Itzjak fue el heroico líder espiritual de los judíos de Rusia en el momento, y los soviéticos lo condenaron a muerte por sus actividades religiosas para su pueblo (milagrosamente, esa sentencia fue conmutada posteriormente y el Rebe fue puesto en libertad después de tres semanas en la cárcel y después de cumplir tan sólo nueve días de una sentencia de tres años de exilio). Rabí Iosef Itzjak era un escritor expresivo y describió su encarcelamiento y torturas que sufrió de los carceleros en esa prisión soviética.
Uno de los guardias de la prisión era increíblemente cruel. El mismo le dijo al Rebe que cuando él golpeara y torturara a un prisionero, derivaría tanto placer viendo al hombre sufrir que no iba a necesitar agregarle azúcar a su té. Sólo viendo la tortura lo endulzaba…
Éste era un feroz antisemita. Sin embargo, un Judío experimenta la sensación inversa. Él no puede disfrutar de su té o sus primeros frutos a sabiendas de que su compañero Judío sigue sin asentarse. Las frutas más dulces se hacen amargas en la boca sintiendo la necesidad de nuestros hermanos.
Por lo tanto, si tenés un trabajo, pensá en alguien que no lo tenga. Si estás felizmente casado, pensá en aquellos que aún buscan su bashert. Y a medida que la época de las festividades se acerca, si vas a tener el privilegio de ser capaz de comprar ropa nueva para la familia, reservá un pensamiento para los que no pueden contemplar ese lujo. Y cuando planeen sus comidas de las fiestas festivas con la familia y amigos, recuerden invitar al que está solo, a la viuda y a los padres que están solos también.
En este mérito, si Di-s quiere, todos seremos bendecidos con un feliz y dulce año nuevo.
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