Viernes 9 de enero de 2015, 15:30. París.

El mundo se paralizó. Luego de dos atentados terroristas que dejaron un saldo de 13 muertos esta semana, un terrorista mantenía como rehenes a 20 personas, incluyendo mujeres y niños, en Hiper Kasher, un mercado judío de París. No sabíamos quién era pero sí sabíamos que estaba allí para matar.

Estábamos todos en casa recitando Tehilim fervientemente pidiendo por el bienestar de los rehenes mientras buscábamos desesperados alguna noticia al respecto en internet y las redes sociales. Mensajes preocupantes no hacían más que incrementar la angustia, pidiéndole a los judíos que no salieran de sus hogares por ningún motivo y diciendo que la policía había pedido que se suspendieran los servicios de Shabat esa noche.

Luego pasé por la cocina y la vi a mi mujer. Al igual que yo, estaba con su celular en la mano revisando las redes sociales en busca de noticias, mientras hablaba por el teléfono de línea que sostenía entre su mejilla y su hombre.

Pero tenía algo más en su mano derecha que parecía completamente fuera de lugar: un cucharón. Allí estaba, yendo de un lado al otro de la cocina, revolviendo ollas y cortando vegetales. En medio de lo que parecía el 9/11 francés, mientras el mundo estaba a punto de estallar en mil pedazos, ella advertía la gravedad de la situación. Pero Shabat estaba a tan solo algunas horas de comenzar y ella también debía prepararse para eso.

Eso me recordó una historia del Talmud que cuenta que luego de una batalla feroz contra los defensores de Jerusalem, las tropas Babilónicas entraron al Sagrado Templo a fin de causar estragos y prenderle fuego y encontraron a los Kohanim llevando a cabo las ofrendas diarias.

Y aquí mismo, en este preciso momento, cuando estábamos todos al borde del drama, con terroristas sembrando el terror más palpable que nunca, también había vida. La santidad del Shabat estaba presente y el monstruo que nos acechaba no podía frenarlo. En ese instante, mi esposa era, a mis ojos, como uno de los Sacerdotes del Sagrado Templo. Golpeada por el miedo, pero llevando adelante su sagrado deber con pasión.

Estaba personificando las palabras que una vez leí en una carta del Rebe de Lubavitch, de santa memoria: “Am Israel Jai”, el pueblo Judío vive y su Torá es una “Torá viva” de cuyos mandamientos está dicho que “debemos vivir conforme a ellos” ya que fueron dados por el “Di-s viviente”.

De modo tal que nosotros, los judíos franceses, seguiremos viviendo nuestras vidas conforme a como nos fue indicado por nuestro Di-s. Seguiremos comprando en supermercados kosher; seguiremos mandando a nuestros hijos a colegios judíos; seguiremos yendo a los servicios religiosos en las sinagogas. Y, por sobre todas las cosas, seguiremos viviendo y prosperando y contribuyendo a la sociedad en su totalidad.

El malvado Haman del relato de Purim quería aniquilar al pueblo judío pero, en cambio, les otorgó una festividad extra, la más alegre de todas.

Del mismo modo, los terroristas que causaron tanto sufrimiento con la matanza de víctimas inocentes también hicieron algo que no habían planificado. Le otorgaron a nuestras vidas simples y tranquilas un significado mucho mayor.

De ahora en más, para los judíos franceses la rutina diaria de vivir de forma judía será abiertamente un reflejo del compromiso inquebrantable que los judíos tenemos con nuestro Creador.