Un hombre iba caminando por la orilla del mar después de la marea, levantaba las estrellas del mar que se encontraban ancladas en la arena y las arrojaba de vuelta al agua.
Alex observó al hombre largo rato. Luego se le acercó y, no sin ironía, le preguntó: “¿acaso piensas que puedes hacer una diferencia en la población mundial de estrellas del mar con tu preocupación?”
“Sobre la población mundial, no lo sé; pero sí sé que haré un mundo de diferencia para esta estrella”, respondió el hombre mientras devolvía al agua la que tenía en su mano.1
Estamos acostumbrados a dar importancia a las estadísticas, y como consecuencia de ello tenemos tendencia a relativizar las cosas en base a números y porcentajes. Designamos importancia y recursos pensando en mayorías. Lo que falla en esta aproximación es que, si bien un alumno en una clase de veinte representará nada más que el 5% del total… ¡representa el 100% de sí mismo! Será diferente a sus demás compañeros de clase; pero ¡es totalmente igual a sí mismo!
Esto me recuerda el famoso dicho del Rebe de Kotzk (de bendita memoria): “Si tú eres tú porque no eres yo, y yo soy yo porque no soy tú, entonces tú no eres tú y yo no soy yo. Pero si tú eres tú porque eres tú, y yo soy yo porque soy yo, entonces tú eres tú y yo soy yo.” En síntesis, hay valores que no se definen en base a porcentajes y mayorías; el ser humano es una de ellas.
Todo tiene su raíz en la Torá, que también sobre este tema tiene algo por enseñarnos. En la Halajá existe un concepto denominado Bitul (‘anulación’). Por ejemplo; dado que está prohibido comer una mezcla de carne con leche, ¿qué se hace en el caso que un poco de leche cayera dentro de una olla de carne? La respuesta es: depende de la proporción; si el volumen cárnico es sesenta o más veces mayor que el lácteo, se considera que la leche “se anuló” en la carne al no poder detectarse su sabor, y ya no hay una mezcla sino solo carne. Este concepto también es conocido por la abreviatura B60 (Bitul de uno en sesenta).
Esta regla no se aplica siempre. Si se trata de algo que es un ser independiente, o es un pedazo importante de comida, no se anula ni en mil. Por ejemplo, está prohibido consumir insectos, y por eso hay que revisar las verduras antes de consumirlas para asegurar que no se encuentre ninguno. No alcanza con que la verdura tenga un volumen sesenta veces más que el insecto, ya que un ser completo, por más pequeño que sea, no se “anula” ni siquiera uno en mil.
¿Cuál debe ser nuestra actitud frente a un alumno complicado? ¿Lo consideramos como una gota en una olla que se anula en los millones de sus pares, o bien como un ser completo que no se anula jamás, no importa cuán poco porcentaje del total representa?
La parashá Vaigash abre con un capítulo dramático de nuestra historia que contiene la respuesta. Recordemos: la parashá anterior concluye con la maniobra orquestada por José, virrey de Egipto, para que su hermano Benjamín se quedara con él como “esclavo”.
Vaigash comienza con estas palabras: “Y Iehudá se acercó a él (a José)…” El comentarista Rashi explica que, si bien Iehudá se acercó para negociar la liberación de su hermano Benjamín, estaba dispuesto incluso a librar una guerra contra el virrey de haber sido necesario para lograr su objetivo.
Cabe preguntarse: ¿Cómo se le ocurrió a Iehudá siquiera la idea de atacar a José, quien como virrey tenía bajo su mando a todo el ejército egipcio, la “superpotencia” de aquel entonces? Encontramos la respuesta más adelante cuando le dice: “Tu sirviente se puso de garantía por el muchacho…”2 .
He aquí el meollo del asunto. Puede que un niño, tomado aisladamente, sea un dato estadístico. Pero un hijo, un hermano, el hijo de un hermano no son un dato sino una responsabilidad personal. Kol Israel areivim ze laze, todo Israel es responsable el uno por el otro.3 Cuando uno se siente responsable por el bienestar de un hijo o hermano hará todo, inclusive oponerse a una superpotencia para defenderlo. Y triunfará.
Esta verdad se repitió muchas veces en nuestra historia. Janucá es un ejemplo: los griegos quisieron desarraigar la fe y la práctica judías, y casi lo lograban de no haber sido por un pequeño grupo de individuos que se sintieron responsables, no se dejaron intimidar ni siquiera por los elefantes de guerra de los griegos, y lucharon hasta lograr expulsarlos de Israel y restaurar la vida judía.
También hoy en día la supervivencia del pueblo judío depende de quienes se sienten responsables por su futuro y se dedican a proveer a las nuevas generaciones de una educación judía óptima; esto, hasta el punto de arriesgar su vida, salud y bienestar con tal de asegurar el éxito de su gestión.
El encuentro entre José y Benjamín
Finalmente, José se quiebra. Al ver lo arrepentidos que están sus hermanos por haberlo vendido y la disposición que manifestaban por defender a Benjamín, ordena abandonar el salón del palacio a todos los presentes salvo a sus hermanos y se revela ante ellos.
Podemos imaginar la sorpresa y la emoción del reencuentro con el hermano desaparecido, que de la nada había logrado convertirse en el hombre más poderoso de aquel entonces después del faraón.
La Torá describe el encuentro entre José y su hermano Benjamín de la siguiente manera: “Y José cayó sobre el cuello de Benjamín y lloró y Benjamín lloró sobre su cuello (de José)”.4 La Torá no habla de más: cada referencia tiene el propósito de enseñarnos algo. ¿Qué nos enseña el hecho de que los dos hermanos lloraran cada uno sobre el cuello del otro?
El cuello, que conecta la cabeza con el cuerpo, representa el Templo, que es el punto de contacto entre el Creador y Su Creación. En ese momento del encuentro, vaticinaron ambos a la vez las destrucciones de los Templos, que sucederían siglos más tarde en los territorios de Israel que habrían de heredar sus respectivos descendientes. José lloró “sobre el cuello de Benjamín” por la destrucción del Templo en territorio de Benjamín, y este lloró “sobre el cuello de José” por la destrucción del Templo que vaticinó en territorio de su hermano.
Ahora bien, si cada uno sufriría destrucción en su propio territorio, ¿por qué llorar por la del otro y no por la propia? La explicación que el Rebe da al respecto es muy práctica:
¿Es bueno o malo llorar? Depende. Llorar sirve como catarsis; alivia, ayuda cuando no se puede hacer nada para evitar o corregir un problema. Cuando uno ve “destrucción” en el territorio de otro, en la vida del prójimo, siendo que no depende de uno el arreglo de la situación, es válido llorar; de lo contrario, nos mostraríamos insensibles ante el dolor del otro. En cambio, cuando se trata de una destrucción en territorio propio no corresponde llorar, sino hacer algo al respecto; llorar sería una distracción.
Esta es una enseñanza muy importante, ya que suele suceder al revés: muchas veces le preguntas a alguien cómo está, y llora por su situación; le preguntas por la situación de otra persona, y te empieza a contar todo lo que esa persona hace mal y que, a su entender, podría o debería hacer de manera diferente. La historia del encuentro entre José y Benjamín nos educa —entre otras cosas— en cuanto al momento correcto tanto para las lágrimas como para los consejos.
Únete a la charla