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Hay momentos esporádicos y excepcionales en que el mundo cambia y nace una nueva posibilidad: cuando los hermanos Wright hicieron el primer vuelo humano en 1903 o cuando en 1969 Neil Armstrong se convirtió en el primer hombre en pisar la Luna, o cuando hace casi 6000 años alguien descubrió que unas marcas hechas con un palo en arcilla podían, al secarse, transformarse en signos permanentes, y así nacieron la escritura y la civilización.

Hay un momento así en esta porción semanal de la Torá, y se puede decir que ha tenido más influencia en el curso de la historia que ninguno de los hechos mencionados. Ocurre cuando Iosef finalmente revela su identidad a sus hermanos y cuando, mientras están en silencio y pasmados, dice lo siguiente:

Yo soy vuestro hermano Iosef, a quien vosotros vendisteis a Egipto. Ahora pues, no os entristezcáis ni os pese por haberme vendido aquí; pues para preservar vidas me envió Di-s delante de vosotros. Porque en estos dos años ha habido hambre en la tierra y todavía quedan otros cinco años en los cuales no habrá ni siembra ni siega. Y Di-s me envió delante de vosotros para preservaros un remanente en la tierra, y para guardaros con vida mediante una gran liberación. Ahora pues, no fuisteis vosotros los que me enviasteis aquí, sino Di-s.1

Este es el primer momento registrado en la historia en que un ser humano perdona a otro.2

Puede haber ocurrido que Di-s haya perdonado antes. Ciertamente, de acuerdo a algunas lecturas del Midrash sobre episodios anteriores, Di-s lo hizo. Pero en el sentido literal del texto, no fue así. ¿Perdonó Di-s a Adam y Javá? ¿Perdonó Di-s a Cain cuando asesinó a Ebel? Probablemente no. Puede haber atenuado el castigo. Adam y Javá no murieron inmediatamente. Di-s hace una marca en la frente de Cain para protegerlo de que otro lo mate. Pero la mitigación no es perdón.

Di-s no perdona a la generación del diluvio, o a los constructores de Babel, o a los pecadores de Sdom. Es significativo que cuando Abraham reza por el pueblo de Sdom, no le pide a Di-s que lo perdone. Su argumento es muy diferente. Dice: “quizás allí hay gente inocente”, quizás cincuenta, quizás no más de diez. Implica que su mérito debería salvar a los otros, pero eso es muy diferente de pedirle a Di-s que perdone a los demás.

Iosef perdona. Es la primera vez que eso sucede en la historia. Hay incluso un indicio en la Torá sobre la novedad de este acontecimiento. Muchos años más tarde, después de la muerte de su padre Iaacov, los hermanos se acercan a Iosef temiendo que ahora fuera a tomar venganza. Urden un cuento:

Entonces enviaron un mensaje a Iosef, que decía: «Tu padre mandó esto antes de morir: “Así diréis a Iosef: ‘Te ruego que perdones la maldad de tus hermanos y su pecado, porque ellos te trataron mal’”. Y ahora, te rogamos que perdones la maldad de los siervos del Di-s de tu padre». Y Iosef lloró cuando le hablaron.3

Los hermanos entienden la palabra “perdonar” –esta es la primera vez que aparece explícitamente en la Torá– pero aún no están seguros de ella. ¿Realmente Iosef quiso decir eso la primera vez? ¿Puede alguien realmente perdonar a otro que lo vendió a la esclavitud? Iosef llora porque sus hermanos no han entendido que de verdad lo sintió cuando lo dijo. Pero así fue, en ese momento y ahora.

¿Por qué digo que esta fue la primera vez en la historia? Por un libro fascinante escrito por un profesor estadounidense de literatura clásica, David Konstan. En Antes del Perdón: los orígenes de una idea moral (2010), sostiene que no existía el concepto de perdón en la literatura griega antigua. Hay algo diferente, que a menudo se confunde con el perdón. Hay un apaciguamiento de la ira.

Cuando alguien le hace mal a otro, la víctima se enoja y busca venganza. Esto es claramente peligroso para el perpetrador, quien puede intentar que la víctima se calme y siga adelante. Pueden tener excusas: no fui yo, fue otro. O fui yo pero no lo pude evitar. O fui yo pero fue un mal menor y te he hecho mucho bien en el pasado, así que a fin de cuentas, deberías dejarlo pasar.

Alternativamente, o junto a estas otras estrategias, el infractor puede rogar, suplicar y hacer algún ritual de degradación o humillación. Esta es una forma de decirle a la víctima: “Realmente no soy una amenaza”. La palabra griega sugnome, a veces traducida como perdón, en realidad significa exculpación o absolución, dice Konstan. No es que te perdono por lo que has hecho, sino que comprendo por qué lo has hecho –no lo pudiste evitar, estabas inmerso en circunstancias que no podías controlar– o si no, no necesito desquitarme porque por tu deferencia hacia mí ahora has demostrado que me respetas. Recobré mi dignidad.

Konstan propone que el perdón, al menos en su forma más temprana, aparece en la biblia hebrea y cita el caso de Iosef. Lo que no deja claro es por qué Iosef perdona. No hay nada accidental en su conducta. De hecho toda la secuencia de acontecimientos, desde el momento en que los hermanos aparecen frente a él en Egipto por primera vez hasta cuando anuncia su identidad y los perdona, es un relato muy detallado de lo que es ganarse el perdón.

Recuerden qué sucede. Primero los acusa de un crimen que no cometieron. Dice que son espías. Los encarcela por tres días. Luego, tomando a Shimeón como rehén, les dice que deben volver a casa y traer a su hermano menor Biniamín. Es decir, los fuerza a recrear la situación anterior cuando regresaron a lo de su padre sin uno de los hermanos, Iosef. Noten qué ocurre después.

Entonces se dijeron el uno al otro: “Verdaderamente merecemos un castigo [ashemim] en cuanto a nuestro hermano, porque vimos la angustia de su alma cuando nos rogaba, y no lo escuchamos, por eso ha venido sobre nosotros esta angustia” […] Ellos, sin embargo, no sabían que Iosef los entendía, porque había un intérprete entre él y ellos.4

Esta es la primera etapa del arrepentimiento. Admiten que han obrado mal.

Luego, después de la segunda reunión, Iosef hace poner su copa de plata especial en el saco de Biniamín. Se halla la copa y se trae de nuevo a los hermanos. Se les dice que Biniamín debe quedarse como esclavo.

“¿Qué podemos decir a mi señor? –respondió Iehudá–. ¿Qué podemos hablar y cómo nos justificaremos? Di-s ha descubierto la iniquidad de tus siervos; he aquí, somos esclavos de mi señor, tanto nosotros como aquel en cuyo poder fue encontrada la copa”.5

Esta es la segunda etapa del arrepentimiento. Confiesan. Más que eso: admiten la responsabilidad colectiva. Esto es importante. Cuando los hermanos vendieron a Iosef como esclavo fue Iehudá quien propuso el delito,6 pero todos (excepto Reubén) fueron cómplices.

Finalmente, en el clímax del relato Iehudá mismo dice “Ahora pues, te ruego que quede este tu siervo como esclavo de mi señor, en lugar del muchacho, y que el muchacho suba con sus hermanos.”7 Iehudá, quien vendió a Iosef como esclavo, ahora está dispuesto a convertirse en esclavo para que su hermano Biniamín pueda ser libre. Esto es lo que los sabios y el Rambam definen como arrepentimiento absoluto, concretamente cuando las circunstancias se repiten y uno tiene la oportunidad de cometer la misma falta otra vez pero se abstiene de hacerlo porque ha cambiado.

Ahora Iosef puede perdonar porque sus hermanos, encabezados por Iehudá, han atravesado todas las etapas del arrepentimiento: [1] admisión de culpa, [2] confesión y [3] cambio de conducta.

El perdón sólo existe en una cultura donde existe el arrepentimiento. El arrepentimiento presupone que somos agentes libres y moralmente responsables, capaces de cambiar; específicamente, el cambio que ocurre cuando reconocemos que algo que hicimos está mal y somos responsables por ello y no lo debemos hacer nunca más. La posibilidad de esa clase de transformación moral simplemente no existía en la Grecia antigua ni en ninguna otra cultura pagana. Para ponerlo en términos técnicos, Grecia era una cultura de vergüenza-y-honor. El judaísmo era una cultura de culpa-arrepentimiento-y-perdón, la primera de su clase en el mundo.

El perdón no es sólo una idea entre muchas. Transformó la situación humana. Por primera vez estableció la posibilidad de que no estamos condenados para siempre a repetir el pasado. Cuando me arrepiento demuestro que he cambiado. El futuro no está predestinado. Puedo hacer las cosas diferente de lo que podrían haber sido. Y cuando perdono muestro que mi acción no es una mera reacción, como lo sería una venganza. El perdón quiebra la irreversibilidad del pasado. Es deshacer lo que se ha hecho (como sostiene Hannah Arendt en La condición humana).

La humanidad cambió el día en que Iosef perdonó a sus hermanos. Cuando perdonamos y merecemos ser perdonados, ya no somos prisioneros de nuestro pasado.