No podía dejar de preguntarme qué pensarían mis vecinos de la menorá de seis pies que adornaba el jardín delantero de mi casa. Especialmente Dave. Nunca nos apreció demasiado, ni los autos que desbordaban de nuestra cochera y a veces llegaban a la suya (¡gran error!), o el alboroto que a veces genera nuestro hogar.
Todo se agudizó una noche cuando, a pesar de nuestras advertencias, un invitado estacionó en su cochera sin darse cuenta. Estábamos todos sentados a la mesa cuando Dave entró furioso gritando: “¡Salgan de mi propiedad! ¡Vuelvan a su país! ¡Les dimos su propia tierra en 1947 –aparentemente no tiene la historia de Israel bien sabida–, váyanse a su país”!
Estábamos bastante sacudidos y, a tal explosión, siguió una guerra fría. Aunque nos veíamos todos los días, nos ignorábamos totalmente.
En los primeros días de diciembre cada uno preparaba su hogar para las fiestas. Él disponía su escena anual del nacimiento mientras que nosotros ubicábamos nuestra menorá y enroscábamos los focos que lleva encima. Una voz interna de inseguridad me murmuraba: ¿quizás si fuésemos más discretos, él sería menos hostil? ¿Será nuestro evidente orgullo judío el que alimenta su antisemitismo? Por otro lado, ¿por qué tengo que transigir en mi identidad como judía para aplacar su ira racista?
Y entonces, al atardecer de este pasado domingo entrábamos a nuestra cochera justo cuando Dave estaba parado en la suya. Nuestra menorá desencadenó la siguiente conversación:
“¡Hola!”, le dijo a mi esposo.
“¡Hola!”, respondió él.
“¿Va a ser una gran celebración?”
“¡Espero que sí!”
“Felices fiestas…”
El intenso drama del interrogatorio de Iosef a sus hermanos abarca varios capítulos del Génesis. Después de acusarlos de ser espías, y más tarde de ladrones, Iosef retiene a su hermano menor Biniamín como rehén. Los hermanos están completamente enfurecidos.
“Y Iehudá se acercó [a Iosef]”… Iehudá había intentado razonar y negociar con el virrey de Egipto, en vano. Necesitaba que le devolvieran a Biniamín y estaba listo para hacer lo necesario para asegurar su libertad.
¡Y Iehudá se acercó! Todo Egipto se sacudió por la intensidad de su convicción. Las negociaciones terminaron cuando Iehudá demandó justicia con la mayor firmeza.
“¡Quítenme a todos de aquí!”, gritó Iosef. La sala se vació y sólo quedaron Iosef y sus hermanos.
“¡Soy Iosef!”, lloró.
La máscara de Iosef se desmoronó y ya no era el villano, sino el héroe. Invitó a su padre, a sus hermanos y sus familias a vivir en Egipto, proveyéndolos de seguridad y abundancia.
Pero todo comenzó con Iehudá –“Y Iehudá se acercó a él”. Iehudá no sabía que en realidad era a Iosef a quien se dirigía; para él, era el gobernante de Egipto. Y sin embargo tenía plena confianza, no se sentía intimidado por su autoridad. ¡Qué jutzpá!
Gracias a la confianza y a la jutzpá de Iehudá, Iosef se quitó la máscara y expuso su identidad real. Al acercarse a Iosef, Iehudá de hecho rasgó una barrera espiritual que reprimía sus libertades y dominio, y desató una fuerza que crearía un ambiente cómodo para que el pueblo judío estableciera su nuevo hogar.
El Rebe compara el cambio de posición que vivieron los hermanos, de intimidados a influyentes, a la evolución natural que se ha ido desarrollando para los judíos desde que fuimos expulsados de nuestra patria, Israel, hace dos mil años. Hemos vivido dispersos por el mundo y con mucha frecuencia los países que nos hospedaron negaron nuestras libertades básicas y nos han hecho sentir que no éramos bienvenidos como judíos. Naturalmente, buscamos protegernos tratando de ser discretos y no afectar social o religiosamente a los nativos. Nuestro instinto de supervivencia adoptó una actitud de religiosidad discreta e incluso un leve complejo de inferioridad. Aun así, fuimos perseguidos.
Pero ahora, a medida que el mundo evoluciona hacia un clima más mesiánico, el pueblo judío es reconocido y hasta respetado y ya no tenemos que vivir a la defensiva. Al contrario, tenemos mucho para compartir con el mundo, tanto judío como gentil. Llevamos un mensaje importante acerca de la bondad innata de la humanidad y del íntimo amor de Di-s por su creación. Cada judío se convierte en Iehudá, quien puede acercarse al mundo que nos rodea con honestidad, convicción moral y confianza en sí mismo.
Y a veces algo de confianza en uno mismo devela que el ministro del faraón es en realidad Iosef bajo un disfraz.1
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