Frime recibió con mucha alegría el regalo que su esposo le había prometido para su cumpleaños: el recientemente publicado Tzeena Ureena.1
Empezó la lectura desde el principio, con la narración sobre la creación del universo. Siguió, semana tras semana, con las historias de los patriarcas y las matriarcas.
Llegó la semana en la cual leemos la historia de José, sus sueños y la envidia de sus hermanos por la preferencia que su padre Jacob le manifestaba. Leyó, incrédula, cómo sus hermanos aprovecharon que su padre lo había enviado a ver cómo pastaban las ovejas en el campo para tirarlo a un pozo con la idea de matarlo, cómo lo vendieron como esclavo, y cómo finalmente terminó en una cárcel egipcia. Se conmovió mucho por lo que hicieron al pobre José; no pudo contener sus lágrimas.
La vida continuaba y Frime seguía leyendo Tzeena Ureena asiduamente. Al cabo de un año, llegó nuevamente a la historia de José. Leyó la historia hasta el final y protestó: “¡José! Esta vuelta no voy a llorar por ti. Ya supiste lo que te hicieron el año pasado. ¿Por qué te metiste de vuelta con tus hermanos? Esta vez fue tu culpa”.
La anécdota, ingenua prima facie, contiene un mensaje muy serio e importante: la Torá no es simplemente un libro de historia, la Torá es un libro de enseñanza actual. Nos cuenta no solo sobre el pasado sino también sobre el presente. Las historias de la Torá contienen enseñanzas eternas, aplicables a cada nueva situación de la vida que pueda surgir. Veamos algunas de las enseñanzas presentes en la parashá Vaiéshev.
Preferencia por un hijo
De la historia de José y sus hermanos aprendemos cuán importante es no mostrar preferencia por un hijo entre sus hermanos. El drama se desencadena porque Jacob le confeccionó a José una túnica de seda especial, con más valor que las que tenían sus hermanos.2 Si bien no tenía mucha diferencia en cuanto a su valor monetario, era muy significativa en cuanto a mostrar su favoritismo y provocar la envidia de sus hermanos, con las consecuencias del caso.
Esta enseñanza puede parecer conceptualmente obvia, pero a lo que hay que prestar atención es a su aplicación. A veces, sin darnos cuenta transmitimos este mensaje real o imaginario a los demás hijos: “papá quiere a mi hermano más que a mí” o bien, directamente, “papá no me quiere”. Mensajes como estos, que también pueden darse en el caso de la relación de un maestro con sus alumnos, provocan un gran daño emocional.
Hay que asegurar que cada hijo reciba el mensaje de que es valorado por quien es y no tiene porqué ser como otro para merecer y recibir el amor y la aceptación de sus padres.
Sueños y aspiraciones
La historia prosigue con dos sueños de José. En el primero se ve con todos sus hermanos en el campo juntando espigas cuando de repente las gavillas de los hermanos se inclinan hacia la suya. En el segundo sueño, el sol, la luna y once estrellas se inclinan hacia su estrella. Los hermanos entendieron de esto que José tenía aspiraciones a reinar sobre ellos, y lo odiaron más aún.
Dentro de todos los aspectos negativos de esta historia encontramos también enseñanzas positivas. Si comparamos los sueños de José con los del faraón (sobre los cuales leeremos más adelante), vemos un contraste importante: José sueña con trabajo, mientras que el faraón sueña con el ocio; se ve parado pasivamente a orillas del Nilo observando el desenlace de la historia de las siete vacas gordas y las siete vacas flacas.3
He aquí una enseñanza importante: el valor del trabajo para el judaísmo. Uno no trabaja para poder descansar; muy por el contrario, descansa para poder trabajar y producir. La consigna de la vida, su valor central no es nada más ni nada menos que aportar lo máximo que uno puede en cada momento y ocasión. No hay ni un minuto de vida de más; cada instante tiene un potencial único e irrecuperable. Sepamos aprovecharlo.
Víboras y escorpiones
José fue arrojado por sus hermanos a un pozo descrito en la Torá como “vacío; no tenía agua”.4 Surge la pregunta: ¿por qué la redundancia? ¿Acaso no es obvio que si estaba “vacío” no tenía agua? ¡Si tuviera agua no estaría vacío!
Efectivamente —explican nuestros sabios— el pozo estaba vacío de agua, pero lleno de víboras y escorpiones.
El pozo representa también la cabeza del hombre. Si no está llena de “agua”, se llena de “víboras y escorpiones”. Podemos erradicar las víboras y los escorpiones únicamente si llenamos el pozo con agua, ya que si los queremos eliminar matándolos directamente, vendrían otros en su lugar. Apliquemos esta importante enseñanza a la vida práctica:
Tanto las víboras como los escorpiones matan por medio de veneno, que actúa de manera diferente en cada caso. El veneno de la víbora es “caliente”: ataca la circulación sanguínea coagulándola. El de los escorpiones, en cambio, es “frío”: ataca el sistema nervioso paralizándolo.
Ambos venenos tienen también su contrapartida espiritual: la calentura y la apatía, respectivamente, y atentan contra una vida judía: el entusiasmo, la “calentura” por propuestas ajenas; y la indiferencia, la “frialdad” para con su judaísmo. Las consecuencias son preocupantes y están a la vista, tal como lo evidencian los recientes estudios del Pew Research Center.5
¿Cómo se hace para lidiar con las implicancias pesimistas de esta encuesta?
La respuesta: hay que llenar el pozo de “agua”, llenar la cabeza de contenido positivo. Entonces, no habrá lugar para “víboras y escorpiones”, para la calentura y la indiferencia venenosas.
Esta idea es especialmente relevante cuando pensamos en la educación de nuestros hijos. Si queremos lograr que sean judíos sanos, productivos y orgullosos de su condición, no alcanza con predicar el judaísmo: hace falta dárselo. Debemos proveerles una educación formal, informal y familiar que apunte a llenarlos de “agua cristalina”, que no solo servirá para protegerlos del veneno de las víboras y los escorpiones, sino también —y principalmente— para saciar la sed espiritual personal.
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