Eran las 7:50 a.m., faltaban diez minutos para que empezara la escuela y yo caminaba con mi hija, alumna de primer grado. Al acercarnos a la escuela, vi que enfrente había una chica que destacaba del montón. Mientras las otras miraban de reojo, con suerte, a los dos lados antes de cruzar la calle, ella se detenía y, deliberadamente, volteaba la cabeza dos veces hacia cada lado antes de cruzar.
“Wow”, pensé, “¡es una excelente cruzadora de calles!”.
Y en ese momento vi cómo se daba vuelta, sonreía y saludaba. Entonces entendí. Su mamá estaba parada no muy lejos, del otro lado de la calle. Durante todo ese tiempo, la niña era consciente de que su mamá la observaba.
Uno podría ver esta escena y pensar: “La niña tenía miedo de meterse en problemas y por eso prestó mucha atención al cruzar la calle”. Pero es más que eso. La pequeña estaba, en efecto, en una situación peligrosa (sí, cruzar la calle sin tener cuidado es una situación de vida o muerte). Y lo que la salvó de aquel peligro potencial fue ser consciente de que su madre la observaba.
Esta situación no trata sólo del miedo a ser castigado; trata sobre una niña que está segura gracias a la presencia de su madre. La niña le sonreía a su madre y la saludaba porque estaba contenta de ver que ella la observaba. Era evidente que sentía que la supervisión de su madre provenía del cuidado y del cariño.
Hay una famosa historia en la Torá sobre la fortaleza moral de Iosef. Los hermanos de Iosef estaban celosos de él, así que lo tiraron a un pozo y lo vendieron como esclavo. Tiempo después, Iosef se convirtió en esclavo de un egipcio llamado Potifar. En un determinado momento, la esposa de Potifar trató de seducir a Iosef, pero él se apartó de ella.
¿Por qué se apartó Iosef? El Midrash explica que cuando la mujer de Potifar trató de seducirlo, se le apareció la imagen de su padre, Iaacov, y lo salvó del peligro espiritual.
¡Qué responsabilidad impresionante implica ser padre! ¿Acaso tenemos idea? Al poner mi vida en perspectiva, al pensar en todas las alegrías y los desafíos, puedo decir que el día más feliz de mi vida fue aquel cuando di a luz y me convertí en madre. También fue el día en el que cambió mi misión en la vida para siempre. ¿Y qué implica con exactitud esta nueva misión?
Nuestra tarea como padres no es sólo dar comida, abrigo y refugio a nuestros hijos. La misión no se trata sólo de acostarlos, lavarles los dientes y enseñarles buenos modales. La misión es más profunda, es algo enorme. Tiene que ver con protegerlos del peligro físico y espiritual. Tiene que ver con bendecirlos, amarlos y alentarlos.
“¡Mami, mira!”. ¿Cuántas veces mis hijos me han pedido que los mire cruzar por la senda peatonal?
“¡Los estoy mirando!”, les digo. “¡Los veo!”. Sí, necesitan saber que los veo y que me importan.
La misión de un padre es enorme y maravillosa, y comienza por asegurarnos de que nuestros hijos sepan que los cuidamos y que estamos con ellos. Y me refiero a de verdad estar con ellos, no sólo a asentir cuando hablan mientras tenemos la cabeza en un lugar, las manos en otro y el corazón en otro distinto. Es una misión física y espiritual.
El otro día caminaba con mi hijo de tres años y mi hija de seis. Mi hijo me preguntó: “¿Dónde está Hashem (Di-s)?”.
Antes de que yo pudiera decir algo, mi hija respondió: “Está en todas partes”.
“¡SÍ!”, quise gritar con alegría. Lo comprende. Así como estamos con ellos y los cuidamos, Di-s cuida de nosotros. Si una niña es más cuidadosa al cruzar la calle porque sabe que su madre la observa y se preocupa, con más razón nuestros hijos tendrán cuidado de los peligros físicos y espirituales cuando entiendan que Di-s los cuida y se preocupa por ellos.
Es una conciencia que tenemos el poder de inculcar en nuestros hijos.
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