Quiero compartir aquí dos experiencias que viví que expresan este concepto.

El Rebe recalcó incesantemente la necesidad de valorar a los niños. No son simplemente adultos en vías de desarrollo, dijo. Son seres que tienen un valor propio e incalculable.

En cierta ocasión el Rebe pidió que se haga el esfuerzo especial para que cada niño y niña pre- bar/bat Mitzvá tuviese su propia Hagadá para el Séder de Pésaj.

El Rebe pide y sus jasidim hacemos lo imposible para cumplir. Logramos conseguir la cantidad necesaria y las repartimos entre los alumnos de la red escolar y pre-escolar judía de Montevideo.

Cuando salí a buscar auspiciantes, hubieron quienes me preguntaron si realmente valía la pena gastar tanto en algo de tan poco impacto o retorno.

“¿Quién soy yo como para hacer este tipo de cálculos?” Contesté. “Gracias a D-os tenemos al Rebe quien ve más lejos que todos nosotros y lo único que nos queda es hacer caso y ejecutar sus instrucciones.”

Me olvidé del tema y me concentré en los preparativos de la víspera de Pésaj.

Poco después de Pésaj tuve una conversación con una mujer muy activa en la colectividad. Me describió el Séder de su familia.

“Nuestra familia es muy numerosa. Solíamos reunirnos en casa de los bisabuelos año a año, quienes abrían sus puertas a todos quienes no tuviesen donde celebrar. Los dueños de casa ya habían fallecido, así como otros tíos y abuelos que solían dirigir el Séder con tal precisión, que lograban transportar en el tiempo a quien participara. El seder en la “casa grande”, era una experiencia atesorable para todos quienes la han vivido.

“Ese año en particular, se notaba la ausencia de esos sabios abuelos y abuelas que habían guiado los Sedarim desde su Siria natal, hasta ese entonces. Si bien los jóvenes conocían la historia de Pésaj y el orden del Séder, no encontrábamos por ningún lado las Hagadot. No siendo una opción hacer un Séder a medias, revolvimos toda la casa. Finalmente aparecieron algunas, pero solo en hebreo y otra en Ruso!

“Ya nos estábamos dando por vencidos, y resignándonos a hacer lo mejor posible entre todos, cuando fuimos sorprendidos por uno de los chicos que había traído la Hagadá que había recibido en la escuela… Era la niña más pequeña esa noche, quien nos guiaría desde los estrecheces de Egipto hacia la amplitud de Ierushalaim.”

No entendió porque me sonreía tanto al escuchar su relato...

Había valido la pena el esfuerzo y la inversión….

La otra experiencia ocurrió cuando tenía unos 11 años.

Mis padres viven en Philadelphia, a unas dos horas en auto de Nueva York. Como consecuencia de la proximidad, pudimos viajar siempre apenas terminaban las festividades y llegar a la sinagoga del Rebe en Brooklyn antes de que hayan concluido las celebraciones de las mismas que terminaban unas horas después de la hora reglamentaria.

En cuanto al último día de Pésaj la costumbre de Jabad es comer una cena especial iniciada antes de la puesta del sol. Dicha cena es denominada Banquete de Mashíaj, ya que es celebrada el último día de Pésaj en el cual la Haftará que se lee habla de su llegada.

La costumbre consiste en comer Matzá y tomar cuatro copas de vino o jugo de uva.

Mi papá y yo llegamos de Philadelphia antes de que terminara dicha reunión liderada por el Rebe en la cual participaban miles de Jasidim.

En algún momento el Rebe preguntó si todos los presentes ya habían tomado las cuatro copas. Mi padre señaló que yo todavía no lo había hecho. Se ve que fui el único. El Rebe esperó hasta que me sirvieran y tomara las cuatro copas.

Es difícil describir la escena, el silencio en la sinagoga y miles de pares de ojos mirándome y esperando hasta que terminara de tomar las cuatro copas. Terminé de tomar las cuatro copas, el Rebe se mostró satisfecho y el Farbrénguen siguió.

Nunca olvidaré ese momento. Me quedó marcado a fuego la lección de que cada uno, inclusive un niño entre miles de adultos entre los cuales está el Rebe de Lubavitch, vale.

Como dije al principio: Hace falta la visión de un grande para darse cuenta del valor que tiene el pequeño...