Dos de los principios más fundamentales de la fe judía –tal como los enumeró el Rambam entre los Trece principios de la fe judía – son la creencia en la redención definitiva, una ansiada era de paz mundial, prosperidad y sabiduría, y la creencia de que los muertos resucitarán cuando llegue ese momento.

El que marcará el inicio de la Era mesiánica será un líder judío al que en general nos referimos como el Mashíaj (mesías: palabra hebrea que significa “el consagrado”), un honrado vástago del rey David. Él reconstruirá el Templo sagrado de Ierushaláim y reunirá a los judíos de todos los rincones de la tierra para devolverlos a la Tierra prometida.

En ese momento, “las exquisiteces serán tan comunes como hoy lo es la suciedad”. Todos los pueblos “forjarán sus espadas en arados y sus lanzas en podaderas. No alzará espada pueblo contra pueblo, ni se adiestrarán más para la guerra” (Mijá 4:3). La humanidad se ocupará sólo de una tarea: el estudio de la sabiduría de Di-s. “La tierra estará llena del conocimiento de Hashem, así como las aguas cubren el mar” (Ieshaiau 11:9).

Bueno, entonces va a suceder: eso es lo que nosotros creemos. Pero ¿por qué es importante hoy en día? ¿Por qué la llegada del Mashíaj es tan central en el sistema de creencias del judaísmo?

Porque la Torá nos enseña que en nuestro mundo hay un propósito. Y la Era mesiánica es la actualización de esa idea.

Hay quienes sostienen que este vulgar mundo físico es un mero desafío estratégico, un desafío contra el que el alma debe luchar y al que debe trascender de camino a un paraíso celestial. Según esta línea de pensamiento, lo físico y lo mundano no tienen un valor intrínseco ni sentido alguno una vez que ya han cumplido su función: ser un medio para un fin espiritual.

Si bien la creencia judía también habla de la recompensa del alma en el más allá, que se gana a través de sus esfuerzos a lo largo del viaje de la vida, entiende el perfeccionamiento de lo físico y la infusión de santidad y de propósito en lo mundano como el principal objetivo. Es la santificación del cuerpo humano y del mundo en su totalidad lo que constituye el propósito mismo de su creación.

Desde el principio de los tiempos, Di-s concibió para sí mismo una “morada” aquí mismo, en el planeta Tierra. Y nos trajo aquí para trabajar en su hogar. Para transformar en luz la oscuridad.

Y pronto llegará el día en el que la gloria de Di-s sea revelada en este reino inferior y nosotros gocemos de los frutos de nuestro trabajo milenario, el producto final de nuestra labor de amor.

Se descorrerán las cortinas y todo lo viviente percibirá a Di-s. Será la culminación del plan maestro.

La creencia en el Mashíaj ha sostenido a nuestro pueblo a lo largo de 2000 años de exilio llenos de matanzas, expulsiones y persecución. Nuestros ancestros mantuvieron firme la creencia de que vendrían tiempos mejores, y confiaron en que serían resucitados para presenciar esos días. Y hoy, después de tanto tiempo, nos encontramos en el umbral de la redención. Un acto de bondad de una sola persona puede ser todo lo que se necesite para sellar el trato.