A veces parece que no hubiera esperanza.

La mitad del mundo se va a dormir con hambre. Las noticias de hoy nos traen un “conflicto regional”, incluso mientras otra docena de guerras arrasa, con un grupo de seres humanos que destruyen, queman ciudades enteras y hacen polvo los centros comerciales de otro grupo. Y si tienes la suerte de vivir en algún lugar del mundo más civilizado, puedes observar las formas más civilizadas de crueldad del hombre hacia el hombre, gente que destruye los corazones de otra gente y aplasta todo lo bueno que hay dentro de ella en busca de dinero, poder y “realización personal”.

Quieres hacer algo, pero pareciera que no hay esperanza. Puedes alimentar a un niño hambriento, y aun así otro millón sigue con hambre. Por cada palabra amable que dices, hay muchas palabras desagradables, hirientes y opuestas que se dicen en todo el mundo. Por cada acto de bondad que realizas, hay muchos actos de maldad. ¿Qué puedes aspirar a lograr?


Iaacov no era ningún tonto. Puede haber sido un “hombre ingenuo” (Bereshit 25:27), pero fue capaz de reunir la astucia necesaria para arrebatarle el derecho de nacimiento y las bendiciones a Esav y para superar al confabulador Labán en su propio juego. Supo cómo hablar para evitar ser asesinado y cómo construir una fortuna desde cero y luchar contra un ángel. Uno puede decir con seguridad que él conocía el mundo en el que vivía.

Y el mundo en el que vivía no era un lugar feliz. Hace 3500 años, la gente sacrificaba a sus hijos a Moloj, y la guerra y los saqueos eran factores comunes de la vida cotidiana. Aun así, ¡Iaacov creía que ese mismo mundo era el umbral de la era mesiánica!

En el capítulo 33 de Bereshit, la Torá describe el encuentro de Iaacov con Esav. Muchos años antes, Iaacov se había escapado a Harán porque su hermano quería matarlo; ahora regresa, porque cree que Esav está listo para reconciliarse. Los hermanos se encuentra, incluso se besan y se abrazan, pero Iaacov se da cuenta de que aún no ha llegado el día en el que los hijos de Itzjak puedan vivir juntos en armonía. Entonces le dice a su hermano: “Por favor, sigue adelante. Te seguiré más despacio, seguiré el paso de la labor que me antecede y el paso de los niños, hasta que llegue a mi señor en Seir”.

Esav va, pero Iaacov nunca llega a la montaña en la que está el reino de su hermano; se instala en Hebrón y, después de más de treinta años, se muda a Egipto, donde pasa los últimos diecisiete años de su vida. ¿Entonces cuándo, pregunta el Midrash, cumplirá Iaacov su promesa de llegar a Seir? En los días del Mashíaj, cuando, como profetiza Obadiá: “Los salvadores ascenderán al monte Sion para juzgar la montaña de Esav”.

En otras palabras, Iaacov se encontró con Esav sólo porque creía que la era mesiánica estaba por llegar. Si Esav hubiera estado listo para una verdadera reconciliación, esta, según la perspectiva de Iaacov, habría conducido a un estado de bondad y perfección divinas que son el propósito y objetivo final de la creación de Di-s.


El Rebe de Lubavitch dice que en esto hay una lección para todos y cada uno de nosotros. Iaacov sabía que su misión particular en la vida era materializar el enorme potencial positivo que se escondía en el interior de su hermano, que era malvado por fuera. También sabía que en el momento en el que lo consiguiera, el mundo entero se transformaría para bien.

Si quieres crear una explosión nuclear, todo lo que necesitas hacer es separar un solo átomo. Eso podrá en acción una cadena de reacciones en miles de millones de otros átomos y transformará la faz de la tierra, en un área de muchos kilómetros cuadrados.

De la misma manera, a cada uno de nosotros se nos ha asignado nuestra propia “porción del mundo”: los recursos materiales que poseemos; los talentos y capacidades de los que hemos sido dotados; nuestro círculo de familiares, amigos y colegas con los que interactuamos y sobre los que tenemos influencia. Transformar la naturaleza de la realidad de nuestra propia porción del mundo transformará la naturaleza de la realidad de la creación de Di-s en su totalidad.

Sí, alimentar a un niño acabará con el hambre de todos los niños del mundo. Decir una palabra amable suavizará cada insulto pronunciado en la faz de la tierra. Realizar esa buena acción anulará todo el mal del universo. Porque el mundo es uno, y tú eres el mundo.