Existe un antiguo dicho de la tradición judía que dice que si una persona salva una vida es como si hubiera salvado al mundo entero. ¿Por qué? Porque para esa persona, si su vida se acaba, todo el mundo desaparece.
¿Qué cosas componen nuestro mundo? Piensen en todo aquello que los haya influenciado o afectado en su vida. De eso se compone nuestro mundo. Si pensamos todas las cosas que influyen y afectan la vida de otra persona y las sumamos, eso constituirá el mundo de la otra persona. Y de la misma forma ocurrirá con cada ser vivo, con cada ser inerte y con todo aquello que habita este mundo.
Este pensamiento es radicalmente diferente del que solemos tener respecto de nuestras vidas. Significa que cada persona y cada cosa son verdaderamente el mundo entero.
Pero esto va aún más allá:
¿Quién se encuentra en el centro de tu mundo? Tú. ¿Quién se encuentra en el centro del mundo de otra persona? Esa persona. Y si se trata de otro ser vivo, también será el centro de su propio mundo. Cuando decidimos formar parte de la vida de otro ser humano, debemos ser plenamente conscientes de que en ese mundo alguien más ocupa el centro.
Y sin embargo todos pertenecemos al mismo mundo.
Esto puede sonar bastante complejo, ya que si cada uno de nosotros diseñara un mundo, seguramente lo haríamos de la misma manera: eligiendo un centro del cual se desprendería el resto de las cosas.
Pero este mundo fue creado por una consciencia infinita. Los cabalistas se refieren a ella como La Luz Infinita. Cuando lo infinito crea un mundo finito, éste puede tener infinitos centros, uno por cada existencia que lo componga.
Resulta imposible comprender la idea de algo infinito, pero sí es posible entender cómo el mundo puede ser visto desde diferentes dimensiones:
Pensemos en la superficie de una esfera. Ahora preguntémonos: ¿Qué punto constituye el centro de la superficie de la esfera? La respuesta es, cualquier punto que uno quiera. Y, a su vez, todos los puntos son válidos. Por lo tanto, cada uno de nosotros es el centro de toda la realidad.
Cuando comprendemos esto, podemos entender que nada en nuestro mundo carece de sentido. Si lo vemos, lo escuchamos o simplemente tomamos conciencia de su existencia, es porque algo tiene para decirnos. Y debemos hacer algo con eso.
Esto explica algo que Maimónides, un sabio judío que vivió en Egipto hace 800 años, nos enseña: “Debemos vernos a nosotros mismos como si todo el mundo estuviera en perfecto equilibro, y cualquier buena acción que hagamos pudiera inclinar la balanza de todo el mundo hacia el bien”.
Ahora todo parece tener sentido. Cuando nos encontramos frente a una oportunidad de hacer algo que podría beneficiar al mundo –o todo lo contrario–, todo aquello que conforma nuestro mundo está empujando o traccionando en una cierta dirección. Una decisión de esa magnitud implica que nosotros estamos al mando de la situación. Por ende, es momento de tomar un rol activo en el universo que habitamos y hacer algo con todo lo que nos rodea.
Por lo tanto, cuando decimos: “No estoy eligiendo la salida fácil. No estoy siguiendo a la manada. Estoy haciendo lo que es correcto”, estamos cargando un mundo entero con nosotros.
Tal como dice otra antigua enseñanza judía, “cada persona debe decir ‘el mundo fue creado pensando en mí’”. Es decir, pensando en que cada uno de nosotros puede inclinar la balanza. Y de esa forma, hacer del mundo aquello para lo que verdaderamente fue creado.
Porque cada uno de nosotros es el mundo entero.
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