Cada cien años más o menos, viene una persona y cambia la manera en que nos miramos a nosotros mismos y nuestro mundo .Él o ella dirán algo que es tan revolucionario, tan nuevo e inesperado —tan contrario a nuestras concepciones anteriores— que al principio nos resultaran irreales. Hasta que se corroboran a través de fórmulas matemáticas, de laboratorio y experimentos clínicos; y eventualmente todos lo aceptaran como un hecho. Hasta que llega el próximo revolucionario.

Pero hay algo más raro todavía. Algo que pasa quizás una vez cada quinientos años, quizás una vez cada mil. Pasa que alguien viene y dice algo tan revolucionario que cambia la manera en que nos miramos a nosotros y nuestro mundo. Pero ni es nuevo, ni, en última instancia, inesperado. Ya que es algo que nosotros ya sabemos y siempre supimos. Algo que resuena en lo más profundo de nosotros y no exige ninguna "prueba" de su autenticidad. Algo que es tan parte de nuestra verdad interior que nuestra búsqueda de la verdad nos ha "cegado" a su conocimiento—hasta ahora.

Hace apenas 300 años, el 18 de Elul del año 5458 (1698), el alma de un alma tal llego a nuestro mundo. Su nombre era Rabi Israel baal Shem Tov, y en el transcurso de sus 62 años de vida, revoluciono la forma como nos vemos a nosotros mismos, a nuestro mundo, y nuestra misión en el mismo.

Estas son algunas de las cosas que nos enseñó:

Todo lo que hacemos es significativo. Cada acto nuestro, cada palabra que decimos, incluso un solo pensamiento que tenemos, tiene un efecto que reverbera a lo largo de todos los mundos y a través de toda la historia.

Todo lo que pasa en el mundo de Di-s, desde el derrumbe de un imperio hasta la una hoja que lleva el viento a un bosque distante, tiene un propósito, específicamente guiado y dirigido por el Omnipotente—un propósito que contribuye hacia el propósito global de la creación.

Nuestra simple fe, nuestro simple compromiso de hacer el bien, es más preciado a los ojos de Di-s que todo el genio del estudioso y toda la espiritualidad del místico.

Di-s está en todas partes y en cada cosa, significando que en esencia sólo existe la bondad; el mal, el sufrimiento y la desesperación son sólo velos que Lo ocultan para incitarnos a correrlos nuestra búsqueda de Él.

La vida es alegría y nosotros podemos vivir alegremente en cada situación, bajo todas y cada una de las circunstancias.

Di-s nos ama, a todos y cada uno de nosotros, como si fuésemos Su único hijo.

La verdadera manera de amar a Di-s es amar a todos y a cada uno de Sus hijos.

Cuando miramos hacia dentro nuestro, a la propia alma, sabemos que todo esto es verdad. Pero la vida del ser humano a menudo no promueve el mirarse hacia dentro, su propia alma. Es por eso que necesitamos maestros—no tanto para decirnos lo que no sabemos (aunque ese tipo de enseñanza tiene sus usos), sino para mostrarnos lo que nosotros ya sabemos.