El reb Eliézer Lipa era un judío simple pero fiel que vivía en la ciudad de Tarnów, en Galicia. No estaba bien versado en la Torá ni sabía el significado de la mayoría de sus rezos diarios, pero siempre rezaba con el minián (el cuórum para rezar) y era meticuloso al dar al guía del rezo todas las respuestas correctas. Nunca conversaba sobre cuestiones del mundo en el shul (la sinagoga), y concedía a los rabinos y a los estudiosos de la Torá el debido respeto.

El reb Eliézer Lipa era un trabajador que conocía muchos oficios, pero era conocido por transportar agua. Trabajaba duro, y se las arreglaba para tener una vida decente; tenía cuatro clientes estables que eran comerciantes adinerados y le pagaban por sus servicios una suma superior a la tarifa promedio.

Un día, el rabí Israel Baal Shem Tov llegó a Tarnów. Fue antes de que el maestro jasídico se hubiera revelado al mundo, y apareció como un simple viajero con un don para contar historias. Solía reunirse con los demás trabajadores y contarles historias del Talmud. También les hablaba sobre lo contento que estaba Di-s con los rezos sinceros y la fe honesta de los judíos comunes.

El reb Eliézer Lupa llevaba su carreta con el barril lleno de agua hacia el centro de la ciudad, cuando vio a su amigo y compañero de oficio, el reb Zalman Dov, junto con otros hombres, reunidos alrededor de un viajero vestido de forma sencilla. Todos lo escuchaban con atención, con las cabezas gachas para apreciar cada palabra.

Despertado su interés, el reb Eliézer Lipa fue a sumarse al círculo. El Baal Shem Tov contaba una historia relatada en el Talmud, sobre un hombre rico que vivía en los días en los que todavía estaba erguido el Templo Sagrado en Ierushaláim.

“El hombre rico llevaba un buey engordado al Templo para sacrificarlo. Era un animal enorme, y cuando decidió, por sus propias razones, detenerse, nadie puedo convencerlo de seguir andando hacia el destino. No había empujón que moviera a ese animal.

Un hombre pobre que iba camino a su casa estaba mirando la escena. En su mano, tenía un manojo de verduras recién cortadas. Las sostuvo ante el hocico del buey y, cuando el animal comenzó a mordisquearlas, las alejó de él y condujo así al animal al Templo Sagrado.

Esa noche, el dueño del buey tuvo un sueño. En su sueño se oía una voz que gritaba ‘El sacrificio del hombre pobre, el manojo de verduras que llevaba a su pobre familia, fue un sacrificio más deseable que tu buey engordado’.

El hombre rico llevó un enorme buey engordado para ofrecer en holocausto. Estaba tan contento de poder llevar semejante animal que también llevó una oveja para una ofrenda de paz y organizó un enorme festín para su familia y sus amigos. También distribuyó los correspondientes regalos de sus sacrificios a los sacerdotes. Su dicha era tan intensa que no se guardó nada. El hombre pobre, por otro lado, sólo tenía un manojo de verduras para llevar a su familia. ¿Qué eran esos pocos tallos en comparación con el animal engordado del hombre rico?

Sin embargo”, concluyó el Baal Shem Tov, “Di-s desea el corazón. Cualquier mitzvá que haga una persona, sea grande o pequeña, simple o complicada, se juzga por la manera en la que se lleva a cabo. Una mitzvá hecha por el bien de Di-s, con gran alegría y pureza de corazón, es preciada para el Creador. Di-s exclama a los ángeles: ‘¡Miren la mitzvá que mi hijo/a ha hecho!’; Di-s, desde su lugar en los cielos, vio que aunque el hombre rico hubiera ofrecido mucho, el hombre pobre había ofrecido mucho más”.

La mente del reb Eliézer Lipa no se tomaba descanso. ¡Cómo quería poder hacer una mitzvá como la del hombre pobre de la historia, con intenciones puras y el corazón rebosante de alegría! Las semanas pasaron y el reb Eliézer Lipa no descansaba: su corazón latía con el deseo de poder hacer una mitzvá semejante.

Un día, cuando el reb Eliézer Lipa llevaba agua a uno de los clientes adinerados, tuvo una idea, una idea tan perfecta que todo su ser enrojeció de placer y alivio. Los cuatro clientes ricos de Reb Eliézer Lipa le daban la mitad de lo que él necesitaba para vivir (porque le pagaban mucho más de lo que valía un barril de agua). Por otro lado, su amigo el reb Zalman Dov llevaba agua a las cuatro sinagogas de la ciudad, que le pagaban la mitad de lo que valía el agua. “Puedo cambiar cuatro de mis clientes por cuatro de los suyos”, pensó el reb Eliézer Lipa. “Cuatro hogares ricos a cambio de cuatro sinagogas”. Estaba ansioso de servir a Di-s proveyendo el agua con la que su congregación se lavaría las manos. En efecto, la mitzvá tendría más valor que los beneficios a los que renunciaría.

Se fue a casa y le contó a su esposa sobre la historia que había oído del viajero, y sobre cómo hacer una mitzvá con alegría es como llevar un sacrificio al Templo Sagrado, aunque ya no se mantenga de pie. Su esposa estuvo de acuerdo con la idea de inmediato, y también lo estuvo el reb Zalman Dov, que necesitaba con desesperación los ingresos extra. Se cerró el trato y se hizo el intercambio de clientes. Nadie, salvo el reb Eliézer Lipa y su esposa, sabía lo que había sucedido, y ellos estaban encantados con la perspectiva de su nuevo “negocio”. Había días en los que la esposa del reb Eliézer Lipa iba al río a participar de la mitzvá de buscar agua para las sinagogas. Mientras la trasladaban, se concentraban en la mitzvá de preparar el agua para que la congregación se lavara las manos antes de los rezos, y su dicha era infinita. Porque comprendían que Di-s desea el corazón.

Entre los jasidim, dice la tradición de que fue gracias a su mitzvá que el reb Eliézer Lipa y su esposa fueron bendecidos con hijos, porque ella antes era estéril. Tuvieron dos varones, que al crecer iluminaron el mundo judío e inspiraron a decenas de miles a retornar a Di-s y a servirle con alegría: el rabí Elimelej de Lizhensk y el rabí Zusha de Anipoli, dos de los discípulos más ilustres del sucesor del Baal Shem Tov, el reb DovBer, el Maguid de Mezeritj.