"Vean que hoy pongo delante de ustedes una bendición y una maldición" (Devarim 11:26).

“Bendición” es una palabra muy importante. Tenemos que saber que hay bondad en el mundo, y que esa bondad nos ha sido dada y es accesible para nosotros.

“Maldición” también es una palabra muy importante. Tenemos que saber que hay cosas negativas que debemos rechazar y derrotar. De eso se trata ser una criatura moral: saber que hay bondad y que hay maldad, saber distinguirlas y saber adoptar la primera y rechazar a la última.

“Ustedes” es también una palabra muy importante. Debemos saber que la elección es nuestra, que nosotros y solo nosotros somos responsables por nuestras elecciones. Que el mundo ha sido puesto en nuestros corazones y está en nuestras manos.

“Hoy” también es importante. Nuestras acciones no son una puñalada en la oscuridad, registradas por una mano invisible en la profundidad de los cielos, de las que daremos cuenta en el distante más allá. Las implicancias de nuestras elecciones son actuales e inmediatas.

Pero la palabra más importante del versículo citado es el verbo de tres letras que da comienzo a la oración, y da comienzo a la sección Reé de la Torá (Devarim 11:26-16:17), que da nombre a la parashá. Se trata del verbo “ver”.


De todos nuestros sentidos y habilidades, la vista es la más real y absoluta. Por eso la ley (Talmud, Rosh Hashaná 27a) dice que “un testigo no puede ser juez”. Un juez debe estar abierto a argumentos en defensa del acusado; de haber visto el acto cometido, este potencial juez tendrá una impresión demasiado fuerte de que el hombre es culpable: ya no será capaz de sentir compasión ni de encontrar justificaciones para el acto.

Cuando escuchamos algo, olemos algo, sentimos algo o deducimos algo a partir de la lógica, sabemos que es verdad. Pero no es jamás conocimiento absoluto. Siempre queda alguna reserva, un indicio de duda, un vestigio de “sí, pero…”. Sin embargo, esto no sucede cuando vemos algo. Ver es la “experiencia perfecta”.

Es por eso que los profetas describen la era mesiánica como un tiempo del ver: “tus ojos contemplarán a tu maestro” (Ieshaiau 30:20); “toda carne a una verá que la boca de Hashem habrá hablado” (ibíd., 40:5). “Ver” es habitar un mundo en su estado definitivo de perfección, un mundo que ha logrado su divino propósito y ha alcanzado el conocimiento total y absoluto de su Creador.

Es por eso que la Torá proclama: “Vean que hoy pongo delante de ustedes una bendición y una maldición”.

Contempla la bendición. Adquiere conocimiento íntimo, absoluto, de la bondad esencial de tu Creador, de tu mundo, de tu propia alma. Está ahí; contémplalo.

Contempla la maldición. Observa que no está verdaderamente maldita, porque el mal es insignificante, una mera ausencia, así como la oscuridad no es más que falta de luz. Observa que “existe” sólo para desafiarte a derrotarla, sólo para provocar tu pasión por el bien, sólo para despertar tus lealtades, convicciones y poderes más profundos. Obsérvala por lo que en verdad es y podrás transformarla en una bendición incluso mayor.

Obsérvate a ti mismo. Aprende quién y qué eres, sábelo con certeza: un hijo de Di-s, que tiene garantizado el poder de ser su compañero en la creación y de perfeccionar su mundo. Cualquier obstáculo y cualquier limitación, cualquier fracaso, es sólo el fracaso de no ver tu verdadero potencial. Obsérvate a ti mismo, y no habrá nada que no puedas alcanzar.

Observa el hoy. No “escuches” simplemente la bondad y la divinidad como conceptos abstractos; obsérvalas, aquí y ahora, observa su inmediatez y su factibilidad. Obsérvalas hoy salir a la luz.


En años recientes, el Rebe solía repetir con frecuencia: ¿qué queda por hacerse?

Abraham ya ha estado aquí, y también Itzjak y Iaacov, Moshé y Aarón, David y Shlomó, Eliahu y Ezra, el Rambam y el Baal Shem Tov. Cada uno hizo lo que debía para hacer de nuestro mundo un hogar para Di-s. Hemos tenido nuestro éxodo, nuestra revelación en el Sinaí, nos instalamos en la Tierra Prometida, construimos el Templo Sagrado, escribimos un Talmud, nos desperdigamos por todo el mundo, superamos cada prueba y dificultad imaginable, sobrevivimos un Holocausto. ¿Qué más falta hacer?

Todo ha sido hecho, decía el Rebe. Sólo tenemos que abrir los ojos y ver.