El “Movimiento Iluminista” en su batalla contra el judaísmo tradicional, trataba de conseguir el apoyo de las autoridades para lograr su cometido. Encabezando el esfuerzo se hallaba el Sr. Karpos. Él había preparado una voluminosa tesis “demostrando” que la religión es el enemigo número uno de la civilización y concluía con la recomendación de que el estudio de Cábala y otros principios del Judaísmo sea proscrito. Se había trasladado a Petersburg para presentar sus “resultados” al gobierno.
Mi padre recibió noticias acerca de estos procesos y me despachó a Petersburg para tratar el tema. Debíamos mantener el propósito del viaje en secreto por lo que fui con mi esposa Nejama Dina y anunciamos que era un viaje por razones médicas.
Después de varios días allí no había hecho en absoluto ningún avance; todas mis conexiones y esfuerzos fueron en vano. Notifiqué a mi padre que todos mis esfuerzos por detener Karpos habían fallado. Mi padre contestó que debía continuar insistiendo.
Cuando más días habían pasado sin resultado, tomé el tren a casa para informar a mi padre de lo desesperado de la situación. Al entrar al cuarto, mi padre estaba preparándose para la Plegaria de la mañana; tenía el Talit plegado en su hombro y estaba examinando sus Tzitzit. Informé los eventos y los fallidos esfuerzos de los últimos días, y concluí diciendo que, como personalmente lo veía, no había absolutamente nada para hacer acerca de esta situación.
Mi padre dijo: “Una vez Rabi Shneur Zalman de Liadi envió a su hijo, Rabi Dovber, a realizar cierta misión. Rabi Dovber volvió con las manos vacías. Cuando llegó, encontró a su padre con su Talit plegado en su hombro, mientras verificaba sus Tzitzit en la preparación para la Plegaria de la mañana”.
Rabi Shneur Zalman dijo: “¿Ves? Éste es un Talit. El Talit representa el nivel del Or Makif (“Luz Trascendente”), y “la Luz Trascendente enceguece todas las fuerzas del mal” Al oír esto, Rabi Dovber besó el Tzitzit de su padre y se volvió. “Esa vez tuvo éxito”.
Sin otra palabra, tomé los Tzitzit de mi padre, los besé, y viajé en el próximo tren a Petersburg. De nuevo allí, empecé a atormentar mi cerebro. Tuve una idea. Fui al hotel de Karpos y pedí verlo.
Karpos me recibió- parece que había oído hablar de mí y de mi padre. Nos sentamos y hablamos, y le planteé el asunto de su disertación. Habló de sus planes. “Pronto veremos quién prevalecerá” desafió. “¡En poco tiempo, el Movimiento Iluminista librarará a los judíos de sus nociones y prácticas arcaicas!
He preparado todo el material”, continuó alardeando, “sólo tengo que hacer unos retoques y estará listo para someterlo a la Comisión Ministerial de Cultura y Religión de nuestro Zar. ¡Por fin lograremos nuestro cometido!”
“¿Puedo ver lo que escribió?” pregunté.
“Claro. No tengo nada que esconder” dijo el calumniador, mientras me alcanzaba su manuscrito.
Sin decir una palabra, procedí a romper la disertación en pedazos.
Karpos explotó de rabia y frenesí. “¡¿Qué está haciendo?! ¡Mis conferencias! ¡Mis notas! ¿Sabe cuántos meses invertí en la investigación y en escribir estos papeles?”! Continué rasgando el manuscrito en pedazos diminutos de papel. Mientras tanto él continuó bramando de rabia, maldiciendo. En su furia, me dio una rotunda bofetada en el rostro.
Cuando terminé con sus papeles, corrí fuera del hotel y volví a Lubavitch
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