Si alguien se empeñara en convencernos de que la Torá está pasada de moda, esta sería una buena parashá para probarlo. El capítulo 18 del Vaikrá contiene el acta de inmoralidad de la Biblia. En la lectura de esta semana está nuestro código moral, las relaciones prohibidas, con quién podemos casarnos y con quién no.
Leemos este mismo capítulo todos los años en la tarde de Iom Kipur y siempre, en todas las sinagogas del mundo, alguien hace la misma pregunta: “¿por qué en Iom Kipur, rabino? ¿No había otra sección de la Torá para elegir que no fuera aquella que menciona el sexo ilícito? ¿Es esta una opción apropiada para leer en la sinagoga en el día más sagrado del año?”.
Buena pregunta. Los sabios explican, de hecho, que esta es la máxima prueba de nuestra santidad, el escenario más desafiante para la conducta humana. Lo que pone realmente a prueba el temple de nuestra moral no es cómo nos comportamos en la sinagoga, sino cómo lo hacemos en nuestras habitaciones. Comportarnos apropiadamente en público es, por lejos, mucho más sencillo que ser coherentes en nuestras vidas íntimas.
¿Pasado de moda? Seguro. En un mundo en constante cambio, en el que la relatividad moral lleva a que los matrimonios homosexuales y la eutanasia sean aceptados, la Torá parece, en efecto, bastante anticuada.
Las leyes hechas por los hombres son constantemente modificadas para adaptarse a los nuevos tiempos y circunstancias. Cuando se construye una nueva autopista de alta velocidad, los legisladores del tránsito pueden decidir que es seguro aumentar el límite de velocidad. Si hubiera una escasez de combustible, estos mismos legisladores podrían decidir reducir el límite de velocidad con el objetivo de conservar el suministro energético. La legislación humana se adapta constantemente a la fluctuación de la realidad. Pero las leyes de Di-s son constantes, coherentes y eternas. La legislación divina gobierna sobre las cuestiones morales. Los valores, la ética, el bien y el mal: estas son cuestiones eternas que nunca cambian. La humanidad ha enfrentado estos problemas desde tiempos inmemoriales. Desde los hombres de las cavernas hasta Atila el Huno y las superpotencias nucleares, las cuestiones esenciales realmente no han cambiado mucho. Las preguntas sobre los principios morales, el bien y el mal, han estado siempre desde el principio de los tiempos. Cada generación realiza sus elecciones de vida, pero estas preguntas son atemporales.
Leemos que el adulterio estaba prohibido en los días de Moshé y todavía lo está el presente. Lo mismo sucede con el incesto. Pero no me sorprendería que las mismas fuerzas que incentivan las libertades sexuales hagan campaña para que las relaciones incestuosas sean legales. ¿Y por qué no? Si se trata de un consenso de adultos, ¿por qué negar a los hermanos? Dada la pendiente resbaladiza de nuestras montañas morales, ya no hay nada impensable.
En última instancia, la moral no puede ser decidida por referéndum. Necesitamos desesperadamente que una autoridad superior nos guíe en los confusos y habituales dilemas de la vida. En Egipto y Canaán se aceptaba el comportamiento degenerado, e incluso era popular. En la parashá de esta semana, Di-s dice a su pueblo que él espera que marchemos a un ritmo diferente. Estamos llamados a ser un pueblo santo, distintivamente diferente en este aspecto, la prueba más exigente para nuestra moral. No importa lo que es legal o está de moda en Egipto, Canaán, los Estados Unidos o los países escandinavos. Tenemos nuestra propia guía moral, nuestro propio libro de los libros que no requiere edición o revisión para la nueva era: lo que está bien está bien y lo que está mal está mal, y siempre será así.
Un sabio rabino escribió una vez que no debemos confundir lo "normal" con lo " promedio". Dado que hay gente que, trágicamente, puede haber perdido una pierna, esto podría significar que la persona "promedio" tiene algo así como 1,97 piernas. Pero esto no es muy "normal". Una persona normal tiene dos piernas. Cuando la Torá nos enseña a ser santos y a distinguirnos, nos está recordando que seamos normales y no promedio, porque eso puede ser más bien mediocre. Sólo debemos ser normales y conservar nuestra singularidad judía. Puede que no sea fácil, puede que no sea políticamente correcto. Probablemente no ganemos ningún concurso de popularidad, pero seremos fieles a las verdades eternas de la vida y, a la larga, tendremos razón.
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