Recientemente me encontré con un amigo a quien hacía tiempo no veía. Después de intercambiar saludos le pregunté qué andaba haciendo en esos días. Me dijo que se estaba tomando una licencia de tres meses de su trabajo. Su hijo celebra  su bar mitzvá y quiere pasar el mes anterior preparando el evento. Estudiar y experimentar juntos el significado más profundo de la bar mitzvá; y aprovechar el tiempo para construir -ambos- una relación más estrecha. También quiere estar un tiempo con todos los parientes que vienen del extranjero para la ocasión, para después, sí, pasar tranquilo con su familia cercana.

Lo primero que pensé fue: “¡este tipo está loco! ¿Quién oyó alguna vez algo similar?” Sin embargo, después de pensarlo -más a fondo- me di cuenta que a veces necesitamos dejar que algunos pensamientos extraordinarios y no convencionales entren en nuestros procesos mentales. No por haber hecho o pensado de cierta manera, quiere decir que no haya otra forma.

En el siglo XXI estamos constantemente ocupados, corriendo hacia o desde la escuela o trabajo, revisando nuestro E-mail cada 10 minutos. Si “sobra” algún tiempo, lo pasamos tirados frente al televisor. Estamos tan ocupados ganándonos la vida  que nos olvidamos de “vivir”. Difícilmente nos tomamos tiempo para hacer una pausa y pensar en qué estamos haciendo y por qué lo estamos haciendo.

Un negocio exitoso nos impulsa a buscar nuevas maneras de aumentar la productividad e incrementar los beneficios. Hacer los cambios necesarios para el logro de los resultados deseados. Y como padres, ¿no deberíamos ser por lo menos igual de emprendedores? El que hayamos hecho algo de determinada manera durante cinco o diez años, o incluso ayer, no es una razón valedera para que lo sigamos haciendo hoy.

En la tradición judía hay tiempos asignados para hacer una pausa y reevaluar nuestras acciones. Se hace diariamente, antes de ir a dormir; semanalmente o mensualmente, en víspera de Rosh Jodesh (primer día del mes) y anualmente, antes de los Días Solemnes. En la tierra de Israel, la Torá nos instruye observar la shemitá (año “sabático”), período en el que uno no tiene permitido trabajar la tierra y debe utilizar su tiempo para el crecimiento espiritual.

Algunos necesitamos ayuda para asegurarnos un poco de tiempo y utilizarlo apropiadamente. Podemos acudir a un psicólogo, un entrenador, a un buen amigo o cónyuge, alguien con quien hablar y para que nos dé ideas que nunca se nos habrían ocurrido. Alguien que nos ayude a liberarnos de nuestras limitaciones y lograr aquello que antes pensábamos que era un “imposible”.

He aquí un ejercicio que se puede hacer como proyecto familiar. La familia se sienta como para una reunión y pone en marcha una sesión de “tormentas cerebrales”. Un miembro de la familia toma notas y todos los presentes largan sobre la mesa cualquier idea que le venga a la mente para resolver un problema determinado o mejorar sus vidas. Durante ese tiempo no discutimos si la idea es práctica, pertinente o si no lo es. Se anota toda idea, incluso las más locas. Solo al terminar este proceso se estudia cada idea por sus propios méritos, siguiendo como lógica de pensamiento: “¿por qué no, tal vez funcione? Pongámosla a prueba y tratemos de alcanzar lo imposible”. Muchas de las ideas mencionadas en la sesión, tal vez no pasen a la etapa siguiente, pero una o dos pasarán y crearán nuevas oportunidades.

No puedo tomarme tres meses de licencia para cada una de las bar/bat mitzvot de mis 14 hijos, pero estoy muy agradecido a este amigo por haberme dado nuevas ideas acerca de cómo hacer un alto -dentro de mis limitaciones- en el a veces insensato flujo de mi vida y considerar algunas ideas “locas” que pueden hacer de mí un mejor padre y mejor persona.