“No debería haber…”. “Si hubiera sabido…“. Tanto si se trata de un indudable error, una decisión poco acertada o una oportunidad desaprovechada, nosotros, los seres humanos, tendemos a insistir a volver sobre el pasado, a menudo en perjuicio, e incluso hasta paralizar nuestros esfuerzos actuales y de los potenciales futuros.
Habrá quienes nos aconsejarán aceptar que “lo pasado, pisado” y que sigamos adelante con nuestras vidas. Somos seres físicos y las leyes de la física (al menos como rigen hoy en día) dictan que el tiempo corre en un solo sentido. Entonces, ¿por qué no dejar atrás el pasado, especialmente cuando el pasado está detrás de nosotros, independientemente de si fuimos nosotros quienes lo pusimos, o no, allí?
Es un consejo que no aceptamos. Seguimos sintiéndonos responsables por lo que fue, seguimos intentando re-escribir nuestras historias, seguimos viendo nuestro pasado como algo que, de alguna manera, todavía nos “pertenece”. Hay algo en nuestra naturaleza que se niega a “soltar”, rechaza reconciliarse con el fluir del tiempo en un solo sentido.
Sí, somos seres físicos: pero hay en nosotros algo que trasciende lo físico. El hombre es una amalgama de materia y espíritu, un matrimonio de cuerpo y alma. Es nuestro ser espiritual el que persiste en la creencia que el pasado puede ser redimido. Es nuestra conexión con la esencia espiritual de nuestras vidas la que nos otorga la capacidad para la Teshuvá, la capacidad de “regresar” y, retroactivamente, transformar la importancia de las acciones y experiencias pasadas.
¿Qué es esta “esencia espiritual” con la cual buscamos conectarnos? ¿Y cómo es que nos permite, literalmente, cambiar el pasado?
No es únicamente el hombre quien posee tanto un “cuerpo” como un “alma”, también lo tiene cada objeto, fuerza y fenómeno. El cuerpo de un objeto es su masa física, sus dimensiones cuantificables, sus datos “concretos”. El alma de un objeto es su intrínseca importancia, las verdades que expresa, la función que cumple, el propósito al que sirve.
Como ejemplo, consideremos las siguientes dos situaciones: en un oscuro callejón un pandillero, blandiendo un cuchillo, ataca a un miembro de una pandilla rival; a cien metros un cirujano se inclina sobre una mesa de operaciones, donde yace un paciente anestesiado. El “cuerpo” de estas dos acciones es bastante similar: un ser humano toma un afilado objeto de metal y le abre el abdomen a otro ser humano. Pero un análisis del “alma” de estos dos eventos, los deseos que los motivan, los sentimientos que inundan estas conductas, los objetivos que pretenden alcanzar, revelan que se trata de dos acciones profundamente distintas.
En otras palabras, el hombre es una criatura espiritual en cuanto a que le asigna importancia a sus acciones y experiencias. Las cosas no pasan porque sí; suceden por un motivo, significan algo, van hacia un determinado objetivo. Por lo tanto, el mismo hecho puede tener diferentes significados para diferentes personas; siguiendo el mismo criterio, dos eventos muy diferentes pueden servir a un mismo propósito y activar los mismos sentimientos, infundiéndolos con almas gemelas a pesar de la disparidad de sus cuerpos.
El cuerpo de nuestras vidas está totalmente sujeto a la tiranía del tiempo; los “hechos concretos” no pueden ser deshechos. No podemos recuperar el vuelo del avión que perdimos; la palabra hiriente dicha a una persona querida no puede ser vuelta atrás. Pero el alma de estos hechos puede cambiarse. Acá podemos, literalmente, ir atrás en el tiempo para redefinir la importancia de lo que ocurrió.
Te dormiste, perdiste el avión, y nunca te presentaste a esa reunión tan importante. La significación de ese evento: tu jefe está furioso, tu carrera sufre un duro revés, tu autoestima cae en picada. Pero te negás a aceptar que “lo pasado, pisado”. Volvés sobre lo sucedido. Te preguntás: ¿qué es lo que significa? ¿Qué es lo que me dice sobre mí mismo? Te das cuenta que en realidad tu empleo no te importa, que tu verdadera vocación está en otra parte. Resolvés empezar de nuevo, de una manera menos rentable pero que te permita realizarte. Fuiste para atrás en el tiempo para transformar esa hora, perdida porque te dormiste, en un llamado a que te despiertes interiormente.
O tenés una discusión, perdés la calma y decís esas palabras imperdonables. A la mañana siguiente vuelven a ser buenos amigos, acordando “olvidar lo que pasó”. Pero no lo olvidás. Te impresiona tu grado de insensibilidad; te angustia la distancia que tus palabras pueden haber puesto entre ustedes dos. Tu pavor y agonía hacen que te des cuenta de cuán sensibles son realmente uno hacia el otro, cuánto deseas la proximidad de la persona que querés. Fuiste para atrás en el tiempo para transformar el origen de un distanciamiento y falta de armonía en un catalizador para lograr mayor intimidad y amor.
En la superficie material de nuestras vidas, la regla del tiempo es absoluta. Pero en su interioridad espiritual, el pasado no es más que otra visión de la vida, abierta a la exploración y al desarrollo por el poder de transformación de la Teshuvá.
Basado en las enseñanzas del Rebe de Lubavitch.
Únete a la charla