Unos padres me estuvieron contando lo que les había sucedido la noche anterior en su hogar. Su hijo de ocho años le pidió a la madre que le ayudara con un problema matemático. Aunque ella trató de explicárselo tres veces, el chico siguió sin entender. Entonces el padre intentó explicar el problema desde un ángulo diferente y el niño finalmente entendió la solución. Llegado este punto, la desalentada madre le sugirió al hijo: “la próxima vez pregúntale primero a tu papá; lo vas a entender en seguida”.

Le conté la historia de los tres pancitos de Diego. Como Diego estaba con hambre, se comió un pancito. Comió el segundo y después otro pancito más, pero seguía con hambre. Entonces se comió una rosca. Finalmente satisfecho, se dijo a sí mismo: “¡qué tonto que soy! ¡La próxima vez voy a comerme directamente la rosca!”.

Cuando hablo con gente con respecto a la importancia de leer con regularidad libros enriquecedores y escuchar charlas inspiradoras, a veces recibo la respuesta: “he leído tantos libros y escuchado tantas charlas inspiradoras pero nada ha cambiado. De manera que ¿de qué me sirve seguir haciendo cosas que no dan resultado?”.

Por otro lado, los lectores de mi columna muchas veces me comentan: “lo que escribió tuvo un gran impacto en mi vida. Finalmente todo empezó a tener sentido para mí. Ahora no soy tan crítico con respecto a mis hijos y aprovecho más el tiempo que paso con mi familia”. Mi respuesta es: “el material sobre el que escribo no es ciencia espacial. Es simplemente sentido común, cosas que probablemente ya escuchaste muchas veces antes. La razón por la que ahora te impactan es que te llegan después de todas las ocasiones anteriores y porque ahora es el momento en que estás listo para poder aceptarlas”.

Lo mismo vale para criar y educar a nuestros hijos. No te desilusiones si no puedes ver los resultados. Nunca pienses que estás “perdiendo tu tiempo”. Quizás sea necesario tratar un enfoque diferente (como la “estrategia” distinta con respecto al problema matemático, que le ayudó al niño a que finalmente lo entendiera), pero cada charla o acción positiva que tú inicies dejará su marca.

El Rebe de Lubavitch, que su mérito nos proteja, solía decir que hay muchas etapas en el cultivo de la tierra; hay que arar y fertilizar, sembrar, regar y desbrozar, y cosechar todo en el momento justo. No todos los suelos y todas las plantas producen los mismos resultados y al mismo ritmo, pero es trabajando permanentemente hacia este objetivo que se puede alcanzar un verdadero progreso.

Nunca podemos saber con certeza cuál es la etapa que nuestro hijo o hija ha alcanzado en cualquier momento de su vida. Un hijo puede estar en las etapas tempranas de la siembra, mientras que otro puede encontrarse más adelantado en su desarrollo y en la etapa en que se va a producir el impacto definitivo. Por lo tanto, no podemos saber qué efecto pueden tener nuestras palabras de aliento o qué diferencia pueden hacer, ya que no sabemos cuál es la etapa que el niño ha alcanzado.

Desde luego que todo esto no es solo aplicable al cuidado de los hijos, sino a todas las formas de la educación; nuestros esfuerzos tienen un impacto positivo sobre otra persona, ya sea un estudiante, la pareja, un amigo, o la comunidad en general de la cual uno es integrante.

Una cosa sí es segura: las palabras que salen del corazón llegan al corazón. Tarde o temprano tendrán su impacto y entonces podría ser nuestro el mérito de haber participado en mejorar la calidad de vida de un semejante.

Hazte cargo de algo que marque una diferencia. Quizás en tu vida haya personas con respecto a las cuales abandonaste todo intento por tratar de cambiar algo. Prueba otra vez pero, en esta oportunidad, no lo hagas esperando resultados instantáneos. Quizás tú seas su primer pancito, o el segundo, y habrá alguien más que le alcanzará su “rosca”. Podrás estar sembrando una semilla y, muchos años más tarde, llegará el riego y el escardado que necesita. Pero tu positiva influencia es un paso esencial para alcanzar el objetivo final.