Era un día como cualquier otro. Estaba parado frente a la sinagoga del Rebe de Lubavitch, disfrutando de un recreo en mis estudios talmúdicos. Había elegido un buen momento, ya que el Rebe justo salió de su despacho y se encaminó hacia su auto. Fue entonces que un joven, que parecía estar fuera de lugar en ese grupo de jasidim, le impidió el paso.

El joven era alto, no tenía más de veinticinco años y llevaba la kipá colocada precariamente sobre una melena enrulada, varios centímetros más larga que el cabello corto de los jóvenes jasídicos reunidos en la vereda.

Al principio el joven pareció dudar, pero después le dijo algunas palabras al Rebe. No pude escuchar la pregunta ni la respuesta del Rebe, pero pude ver como el Rebe señalaba hacia el cielo y con su dedo dibujaba un círculo en el aire. El joven no pareció quedar satisfecho y habló algunas palabras más con el Rebe. Esta vez el Rebe sonrió y, mientras le respondía, le señaló el corazón. Ahí terminó la conversación. El joven quedó de pie, inmóvil, mirando como el Rebe subía a su auto y se alejaba en dirección a Eastern Parkway.

El joven pareció quedar aturdido pero, un momento después, entró a la sinagoga. Lo seguí. Se sentó en uno de los bancos de madera, con la cabeza entre sus manos, y empezó a llorar. Siguió llorando unos diez minutos pero después se calmó, leyó algunos salmos de un libro de oraciones, fue hasta el Arón HaKódesh (donde están los rollos de la Torá) y besó la cortina.

Al salir del edificio  tuve el impulso de seguirlo hacia la calle y después, bajar las escaleras de la estación del metro. Mientras pagábamos los boletos le pregunté: "y, ¿a dónde estás yendo?" Me contestó que no tenía idea y le dije: "está bien, entonces estamos yendo  al mismo lugar."

Al principio no nos hablamos. Estrepitosamente el tren dejó atrás la estación de Nostrand Avenue. Finalmente, cuando estábamos llegando a Flatbush Avenue, le pregunté.

"Y, ¿qué fue lo que pasó allí?"

"¿Allí?"

"Sí. ¿Qué fue lo que le dijiste y qué te contestó?"

"Ah, ¿te refieres al Rebe?"

"Sí."

Se quedó un momento callado y después dijo: "le pregunté al Rebe dónde estaba D-os. Y él me dijo que Di-s estaba en todas partes."

"Y ¿qué le dijiste después?"

"Le dije que yo estaba hablando en serio."

"¿Le dijiste eso? ¿Estabas hablando en serio?"

"Bueno… en realidad no se lo dije así. Casi se lo espeté. A pesar que prácticamente no he tenido contacto con rabinos jasídicos, estaba seguro de haber dicho algo equivocado. Por eso quedé sorprendido cuando me sonrió. Creo que le gustó mi contestación. Quizás fue porque sintió que era sincera. Fue entonces que, señalando mi corazón, me dijo, "Di-s está dentro tuyo, justamente ahí".

En ese momento me di cuenta que no nos habíamos presentado. Creo que a él le pasó lo mismo, ya que me extendió una mano temblorosa diciendo: soy Danny, Danny Cohen.

"Y yo Israel. Israel Lipkind. Entonces, supongo que eres un Kohen."

"Sí. Un descendiente del Sumo Sacerdote Aarón, quien amaba y perseguía la paz. Soy de Long Beach."

"¿Long Beach en la Isla?"

"No, Long Beach, California."

"Ah, de modo que eres un muchacho californiano."

"Sí. Y estoy comprometido."

"¡Qué bueno, Mazal Tov!"

"Bueno, puedes reservarte las felicitaciones. Ella no es judía."

Y sí, me guardé las felicitaciones y se me cortó la respiración. Supongo que me podrías decir que en ese entonces yo llevaba una vida muy protegida. No tropezaba todos los días con judíos comprometidos con chicas gentiles.

Volvimos a quedar en silencio mientras un grupo de yuppies se nos unió en la estación Grand Army Plaza. También subió una pareja de edad mediana que nos miró con curiosidad para luego tomar asiento a una distancia prudente.

El Kohen retomó el hilo de su relato y yo lo escuché en silencio.

"Al principio de nuestra relación el hecho que no fuera judía no me importaba. El judaísmo nunca tuvo un papel importante en la casa de mis padres. Sí, celebrábamos el Séder de Pésaj tomando vino Manischewitz y leíamos la Hagadá de Maxwell House. Mi hermana tenía un libro de Martin Buber, leíamos The Chosen y mirábamos a Ponch y Jon persiguiendo por la 101 a los malos de la película sentados en el salón de casa, en un sofá de vinilo negro, sobre el que colgaba un grabado representando a tres rabinos enzarzados en una discusión talmúdica."

"Me sorprendió que a mis padres les importara. Mi madre lloró días enteros. Mi padre no me dirigía la palabra. Aunque su reacción me hizo pensar, pretendí, aún a pesar de ellos, seguir adelante con mi relación."

"Hace algunos meses mi novia, Lisa, me llevó a la iglesia donde se suponía que nos íbamos a casar. Fue ahí que, de golpe, me di cuenta de algo. Traté de decirme a mí mismo que se trataba solamente de un edificio. Y ¿qué importancia tiene que quien oficia lleve una túnica larga y de su collar no cuelgue una Estrella de David?"

"Cuando salimos de la iglesia sentía vacío mi corazón. No dije nada y volvimos a casa."

"Al día siguiente Lisa y yo salimos de compras. De camino vimos una librería judía y sugerí entrar. Se me acercó un hombre de larga barba sosteniendo lo que parecían ser dos cajas negras con unas tiras, también negras. Nos saludó diciendo ‘Shalom. ¿Te gustaría colocarte tefilín?’ No estaba muy seguro de lo que quería decirme pero no veía cómo negarme a un pedido de este hombre de aspecto piadoso. ‘Cómo no’, dije, y esperé que me diera las indicaciones. No lo hizo. Simplemente me remangó la manga izquierda y empezó a asegurar las tiras alrededor del brazo. Me indicó que dijera el Shemá -que había aprendido un verano que había pasado en un campamento judío- y que le hablara a Di-s."

"Eso me sacudió. A pesar de haber ido muchas veces a una sinagoga, realmente nunca había considerado hablarle a Di-s. Parecía tonto. No estaba seguro por qué. Quizás yo pensaba que Él no me iba a escuchar o que en realidad Él no existía."

"El hombre empezó a sacarme las tiras del brazo y la cabeza. Miró a Lisa y dijo: '¿así que ustedes dos están casados?' Le contesté que no, que nos casaríamos dentro de poco. Nos deseó Mazal Tov y yo no traté de explicarle nada. "

"Esa noche no pude dormir. De mañana volví a la librería. Allí estaba el hombre, recitando el Shemá con otro cliente. Me quedé esperando. Cuando me llegó el turno, volví a ponerme los tefilín. Y, cuando él se los estaba quitando, le hice unas preguntas y me dio algunas respuestas y le hice más preguntas y me dio más respuestas y empezamos a estudiar juntos. En un día aprendí más sobre el judaísmo que en toda mi vida."

"Y todavía no era suficiente. Mi cerebro captaba lo que iba aprendiendo, pero no lo estaba integrando. La información quedaba como atascada a nivel intelectual. Cuando le mencioné que me iba a ir por una semana a Nueva York, el hombre me dijo que tenía que visitar al Rebe en Brooklyn. De modo que así lo hice."

La pareja de edad mediana se bajó en Bowling Green, no sin antes echarnos una mirada de reojo mientras descendían.

Le enderecé la kipá al Kohen y él continuó:

"Hoy, cuando llegué, vi al Rebe. Era la primera vez que lo veía pero estaba seguro que era él. Sentí que era mi oportunidad para preguntar. Que si no preguntaba ahora, nunca lo iba a hacer. Y entonces le pregunté. Le pregunté dónde estaba Di-s y él me dijo que Di-s estaba en todas partes. Pero eso no me dejó satisfecho. Le dije: 'hablo en serio.' Realmente tengo que saber dónde está Di-s. Se trata de un asunto personal. No estoy haciendo un trabajo de investigación para saber dónde podría ser que se encuentra Di-s. Tengo que saber. Hablo en serio."

"Y él me sonrió como si hubiera estado esperando, deseando que dijera eso. Fue entonces que señaló mi corazón y dijo: ‘justamente aquí. Di-s está dentro de ti.’"

"Palabras sencillas. Cualquiera hubiera podido pronunciarlas. Pero el Rebe creía en lo que estaba diciendo. Y, como él lo creía, yo también lo hice. Pensé para mis adentros que esa debe ser la sensación que se tiene cuando se mira a los ojos de un Moisés y podemos tener una breve visión de nuestro yo superior en la imagen reflejada.  Me sentí como una pequeña llama que bailaba para unirse al fuego más grande."

"En ese momento la brecha había desaparecido. Mi cabeza y corazón eran una unidad y tomé la decisión."

Volví a la Ieshivá y me senté enfrente de mi compañero de estudio. "¿Por dónde andabas?", me preguntó.

Por ahí, charlando; charlando con un Kohen.