Desde enero de 1943 a junio de año 1945 trabajé en el Astillero de la Armada, en Brooklyn. Un almirante retirado vino al City College y dijo -desesperadamente- que necesitaba ingenieros. Estaban construyendo el acorazado Missouri, acorazado en el que después el General Douglas Mac Arthur aceptó la rendición de los japoneses en la bahía de Tokio, al terminar la guerra. Estaban, a su vez, trabajando en otro más pequeño, el Idaho y en uno de los portaaviones, si bien no me acuerdo el nombre de este último.

Me dieron mi diploma anticipadamente y fui a trabajar allí, en el Edificio Tres, sobre la Avenida Flushing, en Flushing y Vanderbilt. El edificio, un gran edificio, todavía existe. Era una operación enorme -allí trabajaban 77.000 personas- y nuestra sección tenía unos 50 ingenieros y obreros especializados, divididos por partes iguales entre judíos y gentiles. Menciono este hecho porque en aquel tiempo era una de las cosas que estaba en la mente de los gentiles, siempre mirando quién era judío.

En 1943, la ciudad de Nueva York no era como hoy. En el Bronx, por ejemplo, había un irlandés llamado Joe Mc Williams. Era un “gran” antisemita. Tenía una organización llamada Frente Cristiano. La mitad de los policías de la ciudad de Nueva York eran irlandeses y muchos pertenecían al Frente Cristiano. Creaban muchos problemas a los judíos del Bronx. En Brooklyn, Ridgewood, estaban los alemanes, y antes que el FBI desarticulara lo que ellos llamaban el “Bund” solían organizar marchas nocturnas por la Avenida Bushwick, en uniformes hitlerianos.

Había un tipo con el que fui a la escuela durante cinco años. Pasé con él tres años en la secundaria y luego dos más en el City College. Era de buena familia.

Ahora, estoy sentado junto a él en la clase. Es viernes, junio de 1940 y llega el profesor a la clase con cara larga. Caballeros, dice, tengo una noticia muy triste que darles, acaban de darla por la radio: “Francia se ha rendido a Hitler”. Se me cayó el corazón.

Este tipo -que estaba sentado junto a mí- se da vuelta con los ojos llameando de odio. Esto fue lo que me dijo: “ahora les va a tocar a ustedes”. No alcancé a decir  palabra alguna. Estaba pasmado. Fui con él a la escuela durante cinco años y no sabía lo que había realmente en él…

Estoy tratando de darle un panorama de lo que eran aquellos tiempos. Hoy es completamente diferente. En aquel entonces, usted estaba en una sala con 50 personas y todo el mundo sabía quién era gentil y quién era judío… El hecho que la gente estuviese muy ocupada trabajando denodadamente para la guerra, amortiguó un poco el antisemitismo que había rugido en la ciudad de Nueva York durante varios años antes, pero aún existía.

Nuestra sección estaba separada del área eléctrica por una cerca de madera de casi un metro de alto. Esa sección tenía unos 300 hombres sentados en mesas de dibujo. Me volví ante quien estaba a mi lado y le pregunté: “¿qué están haciendo allí?” Me dijo que todos estaban dibujando diagramas para los barcos, en su mayoría para el Missouri. Usted no tiene idea de cuánto cableado eléctrico lleva cada barco.

Eché una mirada y vi a 300 personas en camisas blancas.  En aquellos días casi todo el mundo usaba camisa blanca. En medio de ellos estaba sentado un tipo con una barba negra, patillas en bucle, sombrero negro y traje negro. Le pregunté a quien estaba a mi lado: “¿y ése, quién es?” Me contestó: “es un rabino, y también ingeniero eléctrico, graduado en la Sorbona”. Miré hacia allí y me dije, muchacho, hay que darle crédito a ese tipo. Si yo estuviera sentado entre esos 300, no podría sentirme cómodo usando patillas y barba. Él estaba allí, sereno, entre su jevrá (grupo de amigos), y eso realmente me impresionó.

Fui hasta allí y me presenté. Me dijo que su nombre era Schneerson, pero no me dijo que era yerno del entonces Rebe de Lubavitch, y no se lo pregunté. Hasta donde sé, nadie estaba enterado de eso. Hablaba con suavidad. Era un caballero, con ojos que reflejaban inteligencia. Era un individuo muy reservado. No le interesaba lo que pudieran pensar de él, se sentaran a su izquierda o a su derecha. Estaba contento consigo mismo y obviamente tenía mucha fortaleza interior. Para mí fue una verdadera iluminación ver a una persona tan serena en un ambiente tan hostil.

El viernes se fue temprano, debido al Shabat y el sábado no fue a trabajar; en las festividades judías no iba. Era la única persona que había llegado a ese arreglo con el astillero. Nadie más faltaba al trabajo los sábados o los viernes o en las festividades. Sólo un hombre: él.

Fui un par de domingos para ver a algunas personas y allí estaba, sentado solo en esa enorme sala. Ese edificio tenía más de una cuadra de largo. Usted puede verlo todavía ahora. Era el tal edificio.

Schneerson iba a trabajar los domingos, supongo porque no iba los sábados; y le aseguro, el rabino tenía mucho coraje para estar allí, solo, los domingos. Las ratas que corrían por ahí eran así de grandes. Se sentaba solo, dibujando los diferentes cableados que van en un barco. Yo no me hubiera sentado allí un domingo, ni por un millón de dólares.

No lo veía muy a menudo porque nunca iba a la cafetería. No era kasher. No hablé mucho con él, unas tres veces en total. Pero, como le digo, estaba muy impresionado por su serenidad. Vea, si hubiera estado sentado entre trescientos tipos de barbas, perfectamente tranquilo, bueno… eso es una cosa, pero sentarse entre trescientos gentiles, completamente abstraído de todo lo que lo rodeaba, fue algo que me asombró.

Más tarde, cuando leí en el diario que se había convertido en el Rebe, no me sorprendió. Había visto en él a un hombre brillante y que, obviamente, tenía mucha fuerza interior.

Podría haber seguido trabajando como ingeniero; tenía la capacidad para hacerlo. De matemática sabía más que la mayoría de los que estábamos allí, pero esa no era su vida ni su primera prioridad. Su vida era el rabinato y no la ingeniería. Tenía hobbies, y la Ingeniería era uno de ellos, pero siempre fue rabino, rabino de corazón. A veces ejerció como ingeniero pero nunca dejó de ser rabino.