Nací en Viznitz que, en la actualidad, es parte de Ucrania. Cuando todavía era pequeño mis padres decidieron emigrar a Amberes, que en ese entonces era un típico shtetl con una próspera comunidad judía. En esos tiempos vivían en Amberes unos cincuenta mil judíos, muchos de ellos jasidim. En la ciudad había decenas de sinagogas y ieshivot.
En mayo de 1940 Alemania lanzó un ataque sorpresa contra Bélgica. En menos de tres semanas el país estaba bajo dominio alemán. La mayoría de la comunidad judía de Amberes huyó a otras partes de Bélgica o a Francia.
Mi familia y yo estuvimos entre quienes viajaron a Francia. Si bien en ese momento tenía diez años de edad, ya era suficientemente maduro como para darme cuenta que este difícil viaje, en realidad, salvaría nuestras vidas. Si en algún momento creímos que iba a ser fácil aclimatarnos a nuestro nuevo entorno, la realidad se encargó de darnos una fuerte cachetada en la cara. Nuestra lucha diaria apenas había empezado. Fuimos mudándonos de casa en casa, de barrio en barrio. Y cuando los nazis conquistaron París unos meses más tarde, nos vimos forzados a continuar deambulando. Teníamos la sensación que nuestra vida iba a ser un eterno peregrinar de un lado al otro.
Es difícil describir la confusión y conmoción general que imperaban por todas partes. No había dónde esconderse. En medio de este caos, mi familia tuvo que separarse. Fue recién después de la guerra que pudimos llegar a reencontrarnos. En un determinado momento estuve viviendo en Marsella, en un orfanato. Éste estaba ubicado en un sótano y albergaba unos cuarenta o cincuenta niños, muchos de los cuales no tenían más de tres o cuatro años de edad. Algunos de los niños sabían que sus padres ya no estaban vivos, otros vivían en una permanente incertidumbre y oscilaban entre la esperanza y la desesperación. A menudo se podía oír a los niños clamando por sus padres; “tate, mame”.
Con el paso de los días la situación fue cada vez más desesperante. De escasa, la comida pasó a ser casi inexistente. Nos estábamos muriendo de hambre. Fue entonces que un día, a principios del verano de 1941, en medio de nuestra infernal realidad apareció un ángel enviado del cielo.
Traía consigo una bolsa llena de pan y atún, que fue distribuyendo entre los niños. Y esto se repitió día tras día, durante varias semanas. Ninguno de nosotros tenía la más mínima idea de quién era este hombre. Lo llamábamos simplemente “Monsieur”, “señor” en francés.
Diariamente Monsieur aparecía con sus bolsas de pan y atún. Se quedaba con nosotros hasta haberse asegurado que cada uno de los niños había comido. Había varios niños que no querían comer. Estaban confundidos, desganados y eran poco comunicativos. Pero Monsieur no se daba por vencido. Se sentaba en el piso, cerca del niño que no quería comer, y le empezaba a contar historias. Cuando había logrado captar su atención, le iba dando de comer de a cucharadas. Una vez terminada la comida, Monseiur le contaba otra historia más. Esta rutina se repitió día tras día, a lo largo de varias semanas. Me atrevo a decir que muchos de los niños que en ese momento vivían en el orfanato le deben sus vidas a Monsieur.
Eventualmente la guerra terminó y me reecontré con mi familia. Nos fuimos de Europa y recomenzamos nuestras vidas. A menudo recordaba a ese hombre que se sentaba en el piso del sótano para contarnos historias y darle de comer a los niños que habían perdido toda esperanza. Su identidad seguía siendo un misterio.
En 1957 vine a vivir a Nueva York. Un pariente me recomendó que tratara de tener una entrevista privada con el Rebe de Lubavitch, de bendita memoria. Estuve de acuerdo y, a través de la secretaría del Rebe, obtuve una cita. En la fecha indicada me encaminé a 770 Eastern Parkway y tomé asiento en la sala de espera. Leí algunos capítulos de los Salmos mientras observaba a hombres y mujeres de todas las clases sociales que entraban y salían de la oficina del Rebe.
Finalmente llegó mi turno. Nerviosamente me dirigí a la habitación del Rebe. Cuando entré quedé helado. Al recuperar mi voz le dije: “¿Monsieur?”.
El Rebe asintió y una sonrisa se dibujó en su rostro…
Nota: Cabe destacar que en esos momentos el Rebe y su esposa, la Rebetzin Chaya Mushka, de bendita memoria, estaban tratando de escapar de la Europa nazi teniendo que desplazarse continuamente entre Niza y Marsella hasta que finalmente lograron zarpar en el último barco que salió de Portugal, en junio de 1941. Después del fallecimiento del Rebe el tercer día de Tamuz 5754, (correspondiente al 12 de junio de 1994), se encontraron unos cuadernos con apuntes del Rebe que luego se publicaron. Estas notas registran sus profundos pensamientos e intrincada erudición, que abarcaba todas las facetas del conocimiento de la Torá, comprendiendo todo el espectro del Talmud, Cábala y filosofía judía con referencias a cientos de volúmenes. Increíblemente, muchos de esos apuntes fueron escritos mientras el Rebe se encontraba en Francia, tratando de escapar de la Europa nazi. A pesar de encontrarse rodeado del caos de la guerra, el Rebe se mantuvo inmerso en el profundo estudio de la Torá.
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