"¡Si sólo lo hubiera sabido!" No pasa prácticamente un día sin que nos lamentemos por las limitaciones de nuestra comprensión. "Si al menos hubiera sabido por qué ella dijo lo que dijo"; "Si hubiese sabido por qué él actuó de la manera en que lo hizo". "Si por lo menos hubiera sabido por qué yo actúo de esta forma"...

Por supuesto que hay mucho para decir sobre los límites del conocimiento humano. El hecho de que no todo lo sabemos nos otorga un espacio de libertad para tomar decisiones en nuestra vida. Grandes poetas y escritores por igual, están de acuerdo en que los enigmas de la vida son los que hacen que valga la pena vivir.

Pero el no saber nos limita. ¿Existe la forma de saber y no saber al mismo tiempo?

De hecho, existe. Para eso Di-s nos otorgó el subconsciente.

"Todo lo que existe sobre la tierra" dice el Talmud, "también existe en el mar". Los Cabalistas aplican esta ley en un amplio espectro, explicando que toda la realidad puede dividirse en dos reinos: "las palabras reveladas" y "las palabras ocultas" El mar es el "mellizo místico" de la tierra. El mar tiene montañas y cañones, ríos, sistemas climáticos y organismos vivos de todo tipo imaginable; pero todo está sumergido en las profundidades acuáticas, casi totalmente ocultas del ojo más inquisidor (sabemos más de la superficie lunar de lo que sabemos sobre el fondo de los océanos) De la misma forma, el mundo físico se ve reflejado en un universo espiritual oculto, y nuestro conciente es un reflejo de las ocultas y subconscientes recámaras de nuestra alma. Todo lo que existe en la tierra también existe en el mar".

Cada elemento de los mundos revelados tiene su realidad correspondiente en los mundos ocultos. Ambos pueden ser externamente diferentes como lo son los caballos y los caballitos de mar, a pesar de que están relacionados de una forma misteriosa. De este modo, cuando negociamos nuestras vidas con la parte "terrenal" de nuestra psique, estamos también bosquejando en el vasto reservorio de sabiduría e intuición almacenado en sus océanos. ¿Qué une a estos dos mundos? Un viejo, viejo recuerdo: el recuerdo del día en que el mar se abrió para revelar todo lo que hay en él.

Nuestros Sabios nos dicen que cuando el Mar Rojo se abrió para los Hijos de Israel, todas las aguas del mundo se abrieron también. Las aguas del Amazonas, del Río de la Plata y del Missisippi también lo hicieron, así como las de las piscinas en California y las de cada tetera en China.

El grande y tenebroso mar de los cielos también se abrió para revelar sus secretos a todos. Y el insondable y profundo mar del alma humana también se partió en dos, y sólo por un pequeño instante, todos sus contenidos quedaron expuestos a la luz del día.

Entonces, las aguas de la creación volvieron a devorar sus mundos marinos, y la vida volvió a la gloriosa ambigüedad que siempre fue. Pero la memoria de ese día persiste aún, formando un tenue puente entre lo oculto y lo revelado.