¿Alguna vez escucharon acerca del rab Mendel? Él solía ayudar a los judíos a escapar de la Unión Soviética a fines de la Segunda Guerra Mundial, por lo que los comunistas lo condenaron a quince años en Siberia.

¿Alguna vez escucharon acerca de Mumeh Sorah? Ella hizo lo mismo, pero los comunistas ni se molestaron en enviarla a Siberia. Durante décadas su familia no supo cuál era la fecha de su yartzeit (aniversario del fallecimiento) y aún desconocen dónde fue que la enterraron, si es que lo hicieron.

Y por casualidad, ¿escucharon alguna vez el relato de esa madre que se salió de la carretera y sin querer arrolló a su hijo con la rueda trasera del auto? Levanto el auto con sus propias manos para salvar a su hijo.

Con frecuencia, cuando se les pregunta a estos héroes de dónde sacaron la fuerza necesaria para hacer esas cosas increíbles, las respuestas suelen ser bastante simples: “Tenía que hacerlo”. O, en otras palabras, “No podía no hacerlo”. No es cuestión de modestia al momento de responder, sino que resulta sencillo por demás. Esto se debe a que, más allá de su capacidad de expresarse, les resulta difícil encontrar las palabras o una buena razón para explicar por qué hicieron lo que hicieron.

Las razones son motivos poderosos para hacer las cosas. La lógica resulta irresistible. Pero se encuentra en la mente, no en las entrañas. Por ende, la lógica le indica a nuestro cerebro que debemos movernos. Pero el amor de una madre no se encuentra en la mente: por lo tanto, todo su cuerpo se pone en movimiento. Incluso aquellas partes de su cuerpo de las que nunca lo creyó posible. Todo en pos de liberar a su hijo. Son cosas que no pueden ponerse en palabras, porque las palabras no surgen de las entrañas. Los actos surgen de un lugar tan profundo que no puede ser reducido a simples palabras.

Y allí, en lo más profundo (en ese lugar que no puede siquiera subyugarse a este mundo) donde residen las emociones, los judíos hayan una conexión visceral con Di-s. Dicha conexión no es rígida, progresiva y atada con cadenas, sino reflexiva, instintiva y vital. Tampoco puede sentirse y ciertas personas viven toda su vida sin saber que esa conexión habita en su interior, ya que, al igual que los héroes, no busca destacarse. Pero si el momento así lo amerita, la respuesta es automática y judía. (Piensen en el ateo ferviente que, llegado el momento, prefirió dar su vida antes que perder su identidad, o en aquella persona que solo portaba un apellido judío, pero que cuando la situación dependió de él, actuó en consecuencia).

Existen mitzvot que nos gustan. Sedarim en familia donde degustamos nuestras comidas preferidas; canciones de Janucá, latkes salados o dulces, melodías que nos hacen despegar los pies del piso, enseñanzas talmúdicas que nos maravillan por su simpleza, relatos jasídicos que nos calman con su empatía. Cada una de estas cosas se relaciona con un aspecto diferente de nuestra personalidad y refuerzan nuestra identidad judía. Pero estas experiencias únicas, por muchas enseñanzas que nos puedan dejar, no llegan a tocar nuestra fibra más íntima, nuestros kishkes. Solo aquellos aspectos de las mitzvot que van más allá de nuestro entendimiento intelectual y de la esfera de lo emocional pueden impactar de manera profunda. Estas mitzvot se llaman jukim, y la porción de esta semana de la Torá comienza, justamente, con ellas.