Es la ley de la Torá más difícil de entender. Desafía la lógica e inherentemente se contradice en sí misma. El Rey Salomón, el más sabio de todos los hombres, pudo comprender todos los mandamientos excepto este1 . Es la ley de la vaca pelirroja.
Sin embargo, todo lo que necesita saber para su vida espiritual está en esta ley.
Las palabras de apertura de la ley de la vaca pelirroja, cuyas cenizas eran mezcladas con agua y salpicadas para purificar a la persona ritualmente impura, son: “Este es el decreto de la Torá.” Esta ley captura la esencia de todo lo que la Torá quiere enseñarnos. No podemos ignorar esta ley y pasar a otras partes de la Torá más “excitantes” y “relevantes”. Este es el decreto de la Torá. Pero ¿cómo es relevante para nosotros? No tenemos Templo Sagrado, ni la ofrenda de una vaca pelirroja. ¿Qué tiene que ver esta ley con nuestras vidas modernas del siglo 21?
Las aguas purificantes tienen dos ingredientes principales: las cenizas de la vaca pelirroja y agua de manantial. Las cenizas son un subproducto del fuego, lo opuesto al agua. En esencia, la ley nos está diciendo que nuestro acercamiento a la espiritualidad debe contener dos fuerzas opuestas. Por un lado, debemos ser como fuego, que siempre va hacia arriba, expresando nuestro deseo de escapar los confines de la realidad material y llegar a un lugar más alto. Por el otro lado, debemos ser como agua, que fluye hacia abajo, expresando el “regreso” de lo espiritual al mundo físico, impregnando la existencia física con espiritualidad.
La sabiduría convencional enseña que para conectarse con lo Divino, uno debe escaparse a un santuario o a la cima de una montaña para meditar y rezar, abandonando los desafíos del materialismo que se presentan en la vida de todos los días.
“No es verdad”, grita la vaca pelirroja. “También debes ser como el agua, que nutre toda la vida en la tierra. Si quieres conectarte con D-os, debes encontrarlo en esta tierra.”
Debemos equilibrar ambos extremos, mezclando las cenizas en agua, cultivando nuestra vida espiritual para que nuestra vida material se vuelva sagrada. Solo anhelando escapar de los confines de la tierra imbuimos nuestra vida en la tierra con verdadero significado.
Dos personas están volviendo a casa de sus vacaciones. Ambos están regresando a un hogar, trabajo y estilo de vida similares. La primera persona se fue de vacaciones para escaparse de la realidad de todos los días. En el vuelo a casa, dándose cuenta que el paraíso de las vacaciones se había acabado, enfrentando el prospecto de caer del intenso placer de las vacaciones a la realidad mundana, está devastado. Las vacaciones no hicieron nada para mejorar su existencia diaria. De hecho, hubiera sido mejor que se ahorrara la plata que gastó en las vacaciones y la usara para mejorar alguna parte de su existencia normal. La segunda persona salió de vacaciones, no para escapar de su vida diaria, sino para mejorarla. Se dio cuenta que si se tomaba algún tiempo libre, regresaría a su rutina con mayor concentración y pasión.
Lo mismo es verdad en nuestras vidas. Necesitamos “salir de vacaciones”. Necesitamos dedicar algún tiempo todos los días para escaparnos de lo mundano y sumergirnos en la espiritualidad. Necesitamos cenizas, que representan la llama anhelando escapar de su mecha. Pero nuestra intención al salir a nuestras vacaciones espirituales no es escaparnos del mundo, sino volver recargados, para lograr mejor nuestra misión de mezclar fuego y agua, de conectar el cielo y la tierra.
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