A los judíos nos encanta quejarnos. Y nos encanta quejarnos de los quejosos. “¡Oi vei!”, “Te lo juro… estoy agotado de todas estas meshugasen!”, “¡Y ahora empieza de nuevo! Oi, ¿cuánto más podré aguantar?”.
Bueno, si crees que ya lo has oído todo, mira las porciones de la Torá que corresponden a Behaloteja, Shelaj, Kóraj y Jukat. Primero, los israelitas se lamentan por lo largo que es su viaje por el desierto. Luego hay una historia llanto sobre el maná, seguida de la de los espías que vuelven de Israel con un informe falso que causa un colapso popular. Luego Kóraj conforma una rebelión contra el liderazgo de Moshé y Aarón, y se quejan por el agua y luego desafían a Moshé, intentan entrar a Israel y terminan masacrados… Es un cuento de nunca acabar. La actitud de “¡ay, pobre de mí!” es la reina suprema.
Pregunta: un grupo de esclavos es liberado de Egipto luego de generaciones de esclavitud. En lugar de sentirse agradecidos, insultan a su redentor y pelean sin cansancio. ¿Por qué?
Una respuesta: aquí llegamos al lado positivo de la queja. La queja está un escalón más arriba que la esclavitud. Un esclavo no puede quejarse porque le teme al látigo. Y lo que es aún más importante, la mentalidad del esclavo engendra apatía, que obstruye las válvulas emocionales. Es tan doloroso que es más fácil desconectarse.
El primer paso para salir de la esclavitud es liberar los sentimientos contenidos, hacerse un bypass emocional para destapar la indiferencia que ha invadido el corazón. El primer paso hacia la libertad consiste en rehumanizarse.
Una vez que el corazón empieza a sentir, es inevitable que sienta positividad y optimismo. Sin embargo, al principio los sentimientos predominantes serán (en la mayoría de las personas) de dolor, pérdida y confusión, mientras uno lucha por ajustarse a la nueva realidad. A esto se lo considera progreso.
A los israelitas les tomó cuarenta años de destapar las emociones y finalmente estar listos para entrar a Israel con optimismo, pasión y compromiso con la libertad.
En la historia, los judíos hemos dominado el arte de la queja, y hasta la hemos convertido en una forma de arte: algunos de los comediantes más destacados e innovadores son judíos. La comedia suele ser una versión sofisticada de la queja (y con frecuencia, una mejor fuente de ingresos). ¿Por qué nos quejamos tanto?
Porque para los judíos la vida ha sido muy difícil y abrumadora, y en general nunca pudimos hacer nada concreto para resolver nuestros problemas. Aun así, nos aseguramos de mantener abiertos nuestros corazones y de no caer en el abismo de la depresión ni permitir que nuestros corazones se conviertan en piedra. Nos quejamos para mantener nuestros corazones abiertos y para que nuestras emociones fluyan. Quejarnos ha sido nuestra garantía como pueblo en contra de la muerte emocional.
Quejarse es el primer paso para salir de la esclavitud y es una manera de asegurarse de no desarrollar una mentalidad de esclavo que destruya el alma.
Si es tan bueno quejarse…
Luego de leer esto, ¡quizás pienses que considero que quejarse es una mitzvá! No exactamente. Verás, quejarse es genial cuando no existe la opción de actuar, o cuando uno acaba de ser liberado.
Pero el judío del siglo XXI no se encuentra en estas condiciones. Físicamente somos más libres de lo que hemos sido en mucho tiempo, y contamos con el privilegio de tener más oportunidades para actuar de lo que nuestros antepasados podrían haber soñado. Hoy, quejarse es una forma de escaparse de la infinidad de oportunidades de actuar. Es momento de enterrar para siempre a la queja, junto con su hermano gemelo: el pesimismo. Ya han servido a su propósito, son obsoletos y peligrosos, y frenan nuestro avance.
¿Antisemitismo? Haz algo al respecto. ¿Decaimiento moral? Habla del tema. ¿Desintegración de la familia? Asume el liderazgo. ¿Tu país está en crisis? Ilumina y activa. ¿Posturas radicalizadas? Sé la voz de la razón.
Quejarse ya pasó de moda. ¡Es tiempo de avanzar!
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