Me salieron al paso en una esquina cuando estaba por ir a tomar mi café de la tarde. Eran dos muchachos. Vestían trajes de estilo clásico, aunque arrugados, y para protegerse del sol llevaban sombreros grandes y negros.
Me pidieron que encendiera una vela.
Pero no se trataba de una vela cualquiera, me pidieron que encendiera una vela para D-os. Para cambiar el mundo. Para lograr la perfección. Y me pregunté si también me iban a decir que era la llave a la riqueza.
Me negué.
Toda la vida estuve tras la búsqueda del sentido de la vida.
Sabía que el dinero no era la llave. Hasta los avisos publicitarios coincidían en este punto.
Necesitaba algo más. Realización. Profesión. Autoestima. Un grupo de amigos. Participar en lograr el cambio en la vida de alguien. Y, aunque ya había alcanzado todas estas metas, no era suficiente.
Ese día supe que necesitaba más aún. Estaba preparada para trabajar más para la comunidad, salir a buscar un empleo que me planteara más desafíos. Pero no estaba buscando a D-os.
No necesito que D-os sea parte de mi vida. Vivo en este mundo, no en un nirvana. No necesito rituales, ni tampoco el comportamiento repetitivo del culto para darle color a mi vida. Y, ciertamente, no me hacía falta una sencilla vela blanca para reemplazar mi vela con aroma a lavanda.
Necesitaba encontrar el sentido de la vida.
No acepté encender la vela. Para D-os. Para alcanzar la paz en el mundo. Para lograr la unidad.
Unas semanas más tarde volvieron a salirme al encuentro.
En esta oportunidad llevaban unas ramas y frutos. Me pidieron que agitara las ramas en el aire, que las sacudiera en todas las direcciones.
¡Qué manera ridícula de no querer ver la realidad!
Me negué.
Pero, al día siguiente, dije que sí.
Y pensé ¿en qué me puede perjudicar algo que viene de una pequeña cultura extranjera? De modo que sacudí los frutos. Y no hubo fuegos artificiales, ni apariciones de D-os, ni el fulgor de la realización. Tal como lo esperaba.
Pero esa misma noche, poco más tarde, sentí que había sucedido algo diferente. Nada importante, nada que pudiera identificar con exactitud. Solamente un ligero sentimiento de bienestar.
De modo que, al día siguiente, volví a sacudir la rama. Repetí las extrañas sílabas y agité los frutos. Pero no por la paz del mundo. Solo para volver a captar ese fugaz sentimiento.
Ahora, enciendo velas todos los viernes de noche. Ya no le agrego leche a mi ‘Pollo a la King’. Leo diariamente las palabras de alabanza contenidas en un pequeño libro. A D-os.
¿Qué fue lo que cambió?
Curiosamente, las cosas que hago no han cambiado. Sigo teniendo mi profesión. Sigo teniendo amigos. Sigo trabajando como voluntaria en el refugio para mujeres. Pero hay algo más.
Nada ha cambiado. Nada ha cambiado en mi mundo de cinco dimensiones.
Pero descubrí una sexta dimensión que, hasta ahora, nunca había conocido.
Si me lo hubieran contado no lo habría creído. De haberlo leído, tampoco nada habría cambiado.
El sonido solamente puede ser comprendido en el contexto de otros sonidos.
Fue recién en el momento en que pude agitar la rama, que logré llegar a tener una referencia con respecto a esa dimensión. Y fue solo cuando empecé a hacer más, que realmente pude sentir su presencia.
Esos muchachos hubieran podido hablar y seguir hablando hasta hartarme pero, para mí, no habría tenido ningún significado. Tenía que hacerlo por mí misma.
Ahora sé por qué me salieron al paso.
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