Las Vegas. Una ciudad de entretenimiento occidental: de plata, medios de comunicación y locura. Difícilmente el lugar para encontrar inspiración, pero la experiencia me ha enseñado que Él se oculta en los lugares más escondidos.
Mi amigo y yo llegamos inocentemente para dar una mano en una feria de productos estrafalarios y comunes para bebé. Desde cunas portátiles hasta pelelas descartables, mi desenfrenada imaginación estaba sentada en una feria con dos mil stands.
Nuestro stand era chic, con modernas lapiceras en una gran variedad de colores flúor. Sin ninguna experiencia en esa área, nos aseguramos de memorizar las características de cada modelo infinidad de veces. Esto no hizo nada aún para garantizar nuestra habilidad para desempeñarnos eficientemente en la feria.
Meir Levine, el encargado de ventas, tenía a cargo el stand, atrayendo nuevos clientes, pero más importante que eso, (eso lo decidí yo), atrayendo judíos seculares.
Tenía una manera informal de hacerlo, no presionaba, no sermoneaba, y la gente se interesaba. Cuando alguna mujer quería estrechar su mano se echaba para atrás y con una amplia sonrisa, decía: “Lo lamento, solamente con mi mujer”. Lo entendían enseguida, y lo respetaban. Entonces empezaban a hacer preguntas.
Parecía que la gente no estaba tan interesada en nuestro trabajo como lo estaba en nuestras prácticas religiosas, que parecían extrañamente fuera de lugar en el Centro de Convenciones de Las Vegas. Aquellos que estaban en stands cercanos a nosotros se hicieron nuestros amigos, y cuando el flujo de gente bajó, no discutimos más los “pro” y los “contra” de un producto específico para bebés; discutimos judaísmo y el sentido de la vida.
Tal vez el momento definitivo fue cuando nuestro primer comerciante minorista judío se quiso poner tefilín con Meir. Se quedaron juntos en la esquina del stand, y el joven empezó a ponerle las tiras de cuero negro tirantes en su brazo.
Todas las miradas se volvieron a los tefilín, y de pronto el cuarto se congeló. El silencio era ensordecedor.
Ochocientos figuras lentamente miraron la imagen borrosa en blanco y negro, hasta que el único color que permaneció definido fue el de los dos judíos ocupados en la plegaria. El mundo hizo una pausa, vibrando cinco mil setecientos sesenta y seis años de creación.
Cuando vuelve a pasar la escena en mi cabeza, recuerdo una historia de mi infancia de un tzadik, un sabio que abrió la ventana y respiró el aire para determinar si el Mashiaj había llegado. Yo era muy joven para entender que la espiritualidad tiene una fragancia; que la puedes sentir una etapa previa a que llegue en su total esplendor.
Todo el mundo quería saber si ponerse los tefilín era algún tipo de contrato vincular que hacíamos
con los nuevos clientes. Cada uno tenía sus propias preguntas.
Denzil era afroamericano. Le despertaba curiosidad el momento específico en el cual había que ponerse los tefilín y cómo los varones judíos lo hacían. Yo le dije que él sería un gran estudiante de Ieshivá.
Boris quería fotos de alta resolución de nuestros carritos para su página web. Tenía una pequeña barba y nos dijo que planeaba abrir una tienda en Brooklyn. Pero cuando se puso los tefilín lágrimas se deslizaron por su cara y de pronto volvió a ser el pequeño Boris perdido en la Rusia comunista. Él se quedó jugando con su kipá negra aterciopelada; nos pidió para quedársela y por supuesto, aceptamos.
Ianiv era israelí, y no se ponía tefilín desde hacía catorce años. La última vez que lo hizo fue en un vuelo a Israel; algún judío religioso no dejó de perseguirlo durante todo el vuelo para que se los pusiera. Le dije que no había venido a vender carritos de bebé. Él me prometió que no se iría sin haber cumplido el propósito de nuestro encuentro.
Jason era altísimo, y su abuelo era judío. Antes de partir me hizo una pregunta que lo estaba quemando desde hacía veinte años. Su hermano y su hermana ambos, habían muerto de tumores cerebrales, y desde entonces su vida estaba plagada por el indomable “por qué”.
¿Tal vez el judaísmo tenga una respuesta a este dolor?
D-os sabe cuándo necesitas inspiración. Me encontré a mí mismo diciéndole a Jason que el mundo era como un tapiz, del cual el “Artista” sólo nos ha mostrado la parte trasera, los nudos y los cabos sueltos. Nosotros confiamos que Él estaba tejiendo la más brillante y hermosa obra. Jason tenía lágrimas en sus ojos. Me dijo que cargaba con esta pregunta desde hacía mucho, pero ninguna respuesta lo había aliviado de su dolor. Y él me dijo que yo no vine a vender carritos de bebé.
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