Descubrir que el auto se quedó sin nafta no es uno de mis pasatiempos favoritos. Especialmente cuando es a última hora de la tarde del viernes y, en particular, en un vecindario desconocido. El tipo de vecindario en el cual no sales a caminar de paseo; ni siquiera durante el día. Estaba asustado

Todo empezó inocentemente. Estaba llevando a mi esposa al consultorio de un médico que atendía lejos de mi casa. Como mi auto no estaba funcionando bien, había alquilado otro por unos pocos días. Para llegar sin problemas seguí las indicaciones que obtuve de mi computadora. Parecía que podríamos ir y volver al consultorio fácilmente.

Por supuesto que la visita al médico llevó más tiempo del previsto pero, cuando dejamos el consultorio, daba la impresión que no tendríamos problemas en llegar a tiempo a casa para Shabat. Ubicamos el auto, salimos del estacionamiento, recorrimos una manzana y, de pronto, el automóvil se paró en seco.

Un vistazo al medidor de nafta fue suficiente como para que, hasta un mecánico novato como yo, se diera cuenta que nos habíamos quedado sin nafta. Estaba seguro que cuando salimos hacia el consultorio el tanque no estaba vacío. O bien el medidor de combustible del auto alquilado no funcionaba bien, o quizás alguien se sirvió del remanente de nuestro preciosa nafta mientras estábamos en el consultorio del médico.

Avisté un cartel de Policía justo a una cuadra. Le pedí a mi esposa que trancara las puertas del auto mientras iba en busca de ayuda. Me acerqué a un policía y le expliqué lo que me estaba sucediendo.

“Oficial. Soy un rabino. El Shabat empieza al anochecer. Tengo este problema: el auto se quedó sin combustible. Si llamo al auxilio, le llevará algunas horas llegar hasta aquí. ¿Podría llevarme hasta la estación de nafta más próxima?” “No”, fue su rápida respuesta. “Puedes caminar. Son solamente seis o siete cuadras”.

Fueron las siete cuadras más largas de mi vida. Traté de concentrarme en algunas palabras de la Torá para calmar mi miedo y convertir mi excursión en un proyecto de mitzvá, finalmente llegué a destino sano y salvo.

El empleado de la estación de servicio estaba recluido en una pequeña cabina con tres ventanitas de vidrio grueso que lo separaban del mundo exterior. El micrófono de la cabina proyectaba su atronadora voz a quienes estaban en fila, a medida que iba recibiendo su dinero a través de un estrecho cajón deslizante. Otro recordatorio de cómo es la vida en este difícil vecindario.

Miré a través del grueso vidrio de seguridad y enfoqué la mirada en los artículos que estaban a la venta. Había cantidad de bebidas y golosinas, pero no podía ubicar ni un bidón de nafta vacío. En efecto, cuando le pregunté al empleado si tenía algo en que llevar la nafta, su concisa respuesta “no” me hizo entrar en verdadero pánico.

¿Dónde puedo encontrar la estación de servicio más próxima? “Seis cuadras para allá”, me indicó con su pulgar.

Llegado este punto hice lo único que se me ocurrió, empezar a buscar en las latas de basura. Debe haber sido un cuadro extraño para quienes estaban llenando sus tanques observar a un hombre de larga barba y sombrero negro hurgando en la basura.

Pero ese día alguien estaba velando por mí. La visión de un envase de jugo de naranja vacío, de esos de plástico, grandes, fue como un sueño hecho realidad. Lo saqué de la basura, tiré lo que le quedaba adentro y empecé a llenarlo de nafta.

Apenas le presté atención a la persona que estaba en el auto en el dispensador de nafta vecino al mío. “¿Precisa que lo alcance a algún lado?” me preguntó.

Traté de hacer una rápida evaluación: ¿qué será más peligroso, volver caminando sólo o aceptar el ofrecimiento de un desconocido?

Pronuncié una silenciosa oración y finalmente contesté: “Sí, por supuesto. Sería muy amable de su parte. Son sólo unas pocas cuadras”.

Después de indicarle a mi flamante chofer dónde se encontraba varado mi auto pensé que lo mejor iba a ser iniciar alguna conversación amistosa hasta llegar a destino. “¿Sabe que lo que está haciendo es una verdadera buena acción?”, le dije.

“Usted quiere decir una mitzvá,” me contestó. “Usted es de Jabad, ¿verdad?” siguió diciendo, pronunciándolo chabad”.

Asombrado lo volví a mirar y finalmente le pregunté: “¿Usted es judío?”

“De ninguna manera,” me contestó. “¿Le parezco judío?”

“Entonces, ¿cómo es que sabe lo que es una mitzvá y que soy de Jabad?” le pregunté.

Bueno, esta es la historia que me contó:

“Yo asistí a una universidad en el Este. Mi compañero de cuarto era judío, pero no era muy practicante. Los domingos de mañana solía venir un rabino de Jabad, con una larga barba -parecida a la suya- y trataba de convencer a mi amigo para que asistiera al servicio religioso. El rabino siempre le decía que necesitaba a mi amigo para el servicio, para completar el minián.

Mi compañero nunca quería ir. Prefería quedarse durmiendo y yo me sentía mal por el rabino. Incluso llegué a ofrecerle mi ayuda. El rabino era muy simpático, pero me explicaba que yo no iba a poder ayudar en este tema del minián. En lugar de mi asistencia, terminábamos hablando del mundo y de cómo eran necesarios los actos de bondad. Tú sabes: más mitzvot.

De modo que, cuando te vi parado en la estación de servicio con ese envase de plástico, me acordé de ese rabino y que quizás había llegado el momento de hacer una mitzvá”. Minutos más tarde llegamos hasta mi auto. “muchísimas gracias,” le dije pronto para bajarme del auto. “Un momento, rabino, no se vaya tan rápido. ¿Cómo va a hacer para cargar la nafta en el tanque sin un embudo?”

“No había pensado en ese detalle”. Y en efecto, esta alma bondadosa no se fue hasta que se le ocurrió cómo verter la nafta en el auto, asegurarse que éste arrancara y estuviera listo para salir.

Le agradecí muchísimo y le ofrecí un regalo simbólico que él, muy galantemente, rechazó. Poco tiempo después estábamos camino a casa.

Mientras manejaba le conté a mi esposa todo lo relativo al “hombre de la mitzvá”. Me di cuenta que había sido testigo de algo más que un acto de bondad al azar. En realidad, se había abierto una hendija en una ventana celestial para que yo pudiera ver algo del cuadro verdaderamente importante.

El Rebe de Lubavitch nos enseñó que deberíamos salir al encuentro de nuestros hermanos judíos, cualquiera sea su origen y pertenencia, y darles la oportunidad de llevar a cabo aunque sea una sola mitzvá. A menudo tenemos éxito en convencer a un extraño que encontramos en la calle a colocarse tefilín, aunque sea una sola vez. A veces, una conversación amistosa con nuestra compañera de avión puede llevar al compromiso de encender las velas de Shabat a la tarde del viernes siguiente.

Ese pensamiento persistente a menudo nos obsesiona. ¿Vale la pena? Es solamente una mitzvá. Es solamente una vez. A decir verdad, ésas no son las preguntas realmente difíciles. Sin duda alguna podríamos argumentar que incluso el valor de una sola buena acción es infinito, es Divino, es eterno. Especialmente, dado que las mitzvot son contagiosas, una siempre lleva a la otra.

Sin embargo, lo que es peor es el rechazo. Haces todo lo posible, extiendes la mano y das un paso importante por conectarte con algo santo y te rechazan de plano. “No me interesa”. “No soy tan religioso”. “No estoy para practicar el judaísmo”. O una mirada indiferente, en blanco, que dice “a ver si te vas” hace que te detengas inmediatamente. Te sientes como si se te hubiera acabado la nafta. Te preguntas si realmente vale la pena.

Y entonces la ventana se abre del destino para poder tener una visión momentánea de lo eterno. Nuestro “hombre de la mitzvá” nos recuerda que, ahí afuera, hay un cuadro mucho más grande.

Ningún esfuerzo, sea grande o chico, deja de tener valor. Podrá ser necesario que pase un tiempo antes que las palabras penetren y tengan efecto. Podrá ser necesario dar algunos pasos más antes que todo se aclare. Nuestros sabios enseñaban que “las palabras sinceras que surgen del corazón siempre tocan el corazón del prójimo”. Es que simplemente no puedes saber con exactitud cuándo, ni cómo, ni siquiera qué corazón.

Llegamos a tiempo para Shabat. Mientras mi esposa encendía las velas de Shabat, le agradecimos a D-os por todas sus bondades en ese día. Recordamos con reverencia a nuestro increíble salvador y rezamos para que el rabino de Jabad en la ciudad universitaria del Este nunca abandone la búsqueda de su minián.