Nota del editor: Walter S. es un judío que superó su adicción alcohólica, habiendo pasado actualmente 12 años de sobriedad.
Además, es participa regularmente de reuniones del Método de los 12 escalones, y también contacta a otros judíos que luchan con sus adicciones a través de la página web Jewish Recovery. Walter es autor de un artículo en la publicación La Vid de AA, el cual nos presentó para que fuera compartido con nuestros lectores. Su conmovedora historia personal nos recuerda que la comunidad judía no está exenta de padecer la devastación que causan las adicciones.
De la misma forma, la comunidad de personas en recuperación está llena de judíos que han tenido éxito en sus procesos de recuperación y añoran tener conexiones con su comunidad. Afortunadamente, existen nuevas técnicas de recuperación que están a disposición de la comunidad judía. Para más información, visite nuestra página de recursos.
Antecedentes:
Mi nombre es Walter, soy un alcohólico recuperado. Gracias por la oportunidad para compartir mi experiencia, también mi fortaleza y esperanza. Yo me había convertido en un “categoría 4” sin esperanza alguna, como está crudamente descrito en el gran libro (Alcohólicos Anónimos, capítulo 8: “A las esposas”, página 110).
Nací en Nueva York en 1948. Mi niñez, sin afectación alguna a causa de mi alcoholismo, fue muy triste. Eran frecuentes las peleas, golpizas y escenas tristes en casa; muchas de las peleas tenían origen en el consumo de alcohol. Me convertí en un chico solitario, un inadaptado, y me sentí separado (exilado) de mis compañeros. Me llenaba de miedo y vergüenza el solo pensar en traer a alguien a mi casa y que viese a mi familia protagonizar alguna lamentable escena conflictiva.
Me embriague por primera vez a la edad de once años. Después de eso, no existió más límite, ni tampoco entraba yo en la categoría de “alcohólico funcional”. Un alcohólico de verdad había nacido. Encontré respuesta a mi problema de personalidad, el alcohol se convirtió en la causa de una sensación de estar a gusto conmigo mismo, cómodo, y con un sentido de pertenencia que mi alma anhelaba.
Sin más, me acepté de esa manera y aprobé mi conducta, así que me permití hacer una gran cantidad de cosas sorprendentes, al menos así lo pensaba yo. No así mis compañeros o figuras de autoridad, quienes no lo aprobaban y optaban por evitarme o bien castigarme por mi reprobable y peligrosa conducta antisocial. Me convertí en un adolescente violento y rebelde, furioso y lleno de rencor por creer que todos estaban en mi contra.
Llegué a Alcohólicos Anónimos a la edad de 27 años (1975), casi desmayado y como un salido de una alcantarilla, casi a rastras de la borrachera. Me esforcé para mantenerme “seco” los siguientes once años, prácticamente, en la primera mitad del primer escalón y con gran apoyo de mis compañeros, gente de una gran calidad humana. Lo único que hice fue dejar de beber alcohol, nada más cambió dentro de mí. Todavía tenía un enfoque egocéntrico de la vida, todavía cruel y violento, como siempre. Aún no había caído en la cuenta de que mi alcoholismo me había llevado un lugar donde requería, además, ayuda humanitaria. Así que solicité recuperación y convalidación en la Asociación. Entonces me dediqué a llevar a cabo la técnica de los escalones, solo ejecutando aquellos que no me fueran a herir demasiado o hacerme sentir miserable. Fui un exitoso ejecutor del primer escalón y del duodécimo, por lo tanto no tenía nada que ofrecer a los nuevos integrantes, porque no había seguido el programa de acción, es decir, todos y cada uno de los doce pasos. No tuve la experiencia interior que me permitiera salir del alcoholismo, así que, dolorosamente, aún era solamente un borracho seco.
Cuando mi alcoholismo se hizo manifiesto nuevamente, no acudí a ninguna reunión de AA durante cuatro años, engañaba a mi esposa y les ocultaba mi verdadera condición a ella y a mis hijos. La culpa, el remordimiento y la vergüenza me atormentaban constantemente: mi situación era igual que antes de ingresar a AA.
Seguidamente, abandoné a mi esposa y mis dos hijos para dedicarme de lleno a la bebida. En 1985, continuaba bebiendo y a la vez siguiendo tratamiento médico, lo cual se prolongó doce años. Caí entonces en cuenta que los 10 o 15 años anteriores habían sido un verdadero infierno. Comencé a padecer episodios de olvido, cosa que creí gradual pero de alguna manera controlable, hasta que finalmente estuve completamente trastornado.
Transcurrían los años y mi descenso al infierno se hizo más horroroso, pues comencé mi tránsito por diversas instituciones psiquiátricas y penales. Estuve en clínicas psiquiátricas, dopado y hasta con camisa de fuerza, tratando de convencer a los médicos de que estaba completamente sano. El problema con este tipo de actitud es que mientras más se esfuerza la persona en convencer a los demás de su supuesta sanidad, más desequilibrado lo juzgan. Mi caso evidentemente constituía una demencia, pero yo no lo veía así, solo me consideraba incomprendido y carente de amor.
Este periodo de mi vida transcurrió entre situaciones de calle y situaciones de internación en instituciones, haciendo lo que podía para seguir con mi farsa. Llegué a robar, y hasta me hubiese vendido a mí mismo y todo lo que me pertenecía para continuar con mi festín de alcohol y sustancias recetadas. Sufría frecuentes palizas y golpes en la cabeza, los cuales pasaban desapercibidos como consecuencia de mi estado. Solo lo veía como producto de mi conducta de peleador callejero, el macho que no se deja atropellar por nadie.
Finalmente, terminé preso por causar lesiones y robar a mano armada, todo producto de decisiones que tomé en momentos de absoluta borrachera. El alcohol no es solo un problema de bebida, es un problema de pensamientos y sentimientos confusos y a veces fatales que nos conducen a tomar lamentables decisiones que se materializan en actos antisociales y hasta criminales.
Durante esos años no me importaba vivir o morir, así que como me encontraba en una situación fuera de control, frecuentemente provocaba a la policía para que me disparase, y así lograr salir de tan miserable estado. Todo lo que hicieron fue darme palizas y recluirme en clínicas psiquiátricas.
RECUPERACIÓN
Parecerá curioso la siguiente afirmación a los no alcohólicos y a los alcohólicos que inician su proceso de recuperación, pero lo mejor que el alcohol hizo por mí fue mantenerme vivo el tiempo suficiente para conocer AA y su programa de acción. Tras una serie de eventos que confabularon a mi favor, en enero de 1997 me encontré en una encrucijada que me permitió asumir una sobriedad extrema, un asilo, como lo llama el libro de AA, todo ello al norte de California.
Una vez que estuve sobrio, me trasladaron a unas instalaciones municipales de refugio y luego a otro asilo municipal, ya que no contaba con ningún tipo de recurso económico, pues lo poco que juntaba era producto de unas cuantas cajas de cartón que lograba recoger en las calles. Permanecí allí durante noventa días, y ello significó mi regreso a la salud. No era elegible para ningún empleo y viví de la caridad algunos años, agradezco a Di-s por ello, porque esa situación me permitió enfocarme totalmente en mi labor de recuperación personal de una condición de total precariedad física y mental.
Mirando mi vida en retrospectiva, esta sanación era la manifestación de Di-s en mi vida, y tuve muchas oportunidades de rehacerme que lamentablemente ya no existen, al menos no de la misma manera. A mi alrededor hubo personas que no tuvieron resquemor alguno en mandarme a callar y espetarme sus ideas sobre mi realidad: de que no era capaz de mantenerme sobrio, que no sabía tratar bien a otras personas, ni siquiera llevar adelante mi vida. Hasta me llegaron a decir que estaba tan dañado que no podría afrontar los escalones de AA para mi recuperación y que no me ayudarían. Todo ello me hizo sentir que las puertas del infierno se cerraban sobre mi cabeza, me hizo reaccionar y darme cuenta que mi alcoholismo no se trataba solo de sustancias, sino de pensamientos, sentimientos y acciones.
Como nunca fui religioso, no tenía idea de cómo comenzar a creer. No creía en nada ni en nadie.
Una persona con más tiempo que yo en AA me preguntó si podía diferenciar entre lo bueno y lo malo, y que él le atribuía a esto la causa de padecer muchas veces un infernal conflicto interior. Le respondí que yo entendía la diferencia entre bien y mal, a lo cual él me contestó que hiciera una buena elección en mi próxima disyuntiva y ello me ayudaría a comprender mejor a Di-s desde una percepción personal.
Sencillo, pero absolutamente verdadero, al punto de que cada vez que me tocaba una decisión y hacía la elección correcta o bien me refrenaba de hacer lo incorrecto, iba recuperando una parte de mí mismo, aunque aún no tuviese clara mi concepción de mí mismo, ya que tuve muchas ilusiones y también decepciones, pero aún así en realidad me sentía un extraño.
Algunos años más tarde y aún en total sobriedad, un benefactor me dijo que si seguía al pie de la letra las acciones que proponía cada escalón de AA, encontraría con seguridad a Di-s en el camino, ¡y fue verdad!
El acontecimiento central de mi vida es el alcoholismo. El texto del tercer enunciado de AA dice que “creemos que nuestra asociación debe recibir a todo aquel que sufre a causa del alcoholismo”. A causa de mi perseverante trabajo personal diario, con base en los escalones de AA, he conseguido alcanzar ya los diez años de sobriedad, y si bien trato de llevar el mensaje a otros que padecen de alcoholismo, no significa que no sufra aún a causa de ello. No es tarea fácil deshacerse de maneras de pensar, actuar y sentir instaladas en nuestra personalidad. La diferencia radica en que mientras no ponga en acción pensamientos dañinos, estos no serán capaces de herirme o herir a las personas que amo. Gracias a Di-s he conseguido alcanzar una solución a mi alcoholismo y ser de nuevo Walter.
Únete a la charla