Finalmente lo hicimos.
Nos escapamos de la ciudad para cuatro días gloriosos de vacaciones en familia. Nos alojamos en una pequeña cabaña, con un bosque densamente poblado detrás nuestro y una pradera abierta frente a nosotros, todo rodeado por montañas lejanas y altos árboles. Los senderos para caminar se cruzaban en el camino de ciervos salvajes, avestruces, conejos y mapaches y conducían a lagos pintorescos y saltos de agua.
Agréguele a eso una piscina y varios nuevos amigos para que mis hijos jueguen, y estas eran una vacaciones que todos estaban disfrutando.
Me senté en la pradera, con el sol brillante, con lápiz y papel en mano mientras los niños jugaban alegremente alrededor mío. Al fin podría pensar en calma y escribir lo que mi corazón quisiera, en vez de estar robándole un momento a las tareas y responsabilidades de mi vida diaria.
Me senté, con papel y lápiz en la mano. No me salía nada. Mi mente, generalmente bombardeada con ideas, estaba tan en blanca como el papel que sostenía.
Intenté escribir un pensamiento que se me había ocurrido antes en la semana, pero fue en vano. Las palabras no fluían. Las oraciones sonaban forzadas.
¿Por qué? ¿Por qué cuando no tenía presiones, ansiedad, tareas o responsabilidades, ni llamadas telefónicas ni gente requiriendo mi atención, estaba tan falta de inspiración?
Sólo después se me ocurrió que quizás eran precisamente esas presiones, precisamente esas tareas y responsabilidades, precisamente esos trabajos y la gente llamándome de todas direcciones, lo que contribuía con quién y qué soy y qué tengo para decir.
Quizás, como los rasgos de carácter que surgen solo por las arrugas en nuestras caras y los pelos blancos en nuestras cabezas marcando nuestras preocupaciones y nuestra edad, así también, la percepción y las ideas surgen sólo de las preocupaciones y cargas de la vida diaria. Quizás las palabras significativas pueden ser puestas en papel sólo por una vida vivida plenamente, no una vacía de responsabilidades.
Pasé cuatro días gloriosos disfrutando del paisaje, deleitándome en la relajación, experimentando la naturaleza y disfrutando el tiempo con mi familia, pero mis hojas de papel quedaron más blancas que nunca.
Llegamos a casa de nuestras vacaciones tarde un jueves a la noche.
Los viernes siempre son días ocupados, particularmente este, después de cuatro días de ausencia. Volví a las fechas de entrega, a un teléfono que no paraba de sonar, a un temario para un curso a publicar, a una reserva de vuelo que tenía que hacer, y por supuesto a las canastas de ropa para lavar y colgar, además de las preparaciones usuales de Shabat.
Y en medio de todo esto, cuando las presiones parecen estar más fuertes, de repente mi mente se llena de ideas y pensamientos.
Quizás me tome un momento para escribir esta.
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