El Talmud—la gran antología de leyes judías, considerado ampliamente como el mejor trabajo legal de todos los tiempos—es famoso para su lógica rigurosa. De hecho, el término "lógica Talmúdica" se ha vuelto, por un lado, un epíteto común para un profundo y perspicaz proceso de deducción y al mismo tiempo adhiere meticulosamente a las leyes de la lógica. Por consiguiente, es bastante sorprendente encontrar una ley Talmúdica—que trata de temas de vida y muerte, nada menos— que, en la superficie, es profundamente ilógica.

Este es el escenario: Un pueblo está rodeado por un ejército que demanda que se le entregue un individuo. Los pueblerinos pueden elegir: "Entréguennos al sr. Fulano, lo mataremos y les perdonaremos a Uds. la vida; si no lo hacen, los mataremos a todos". La decisión del Talmud es: si esta persona es de hecho culpable de una pena capital, se lo debe entregar; si él es inocente, no se lo puede entregar, incluso a costa de las vidas de todos ellos.

Lo que es asombroso sobre esta ley es que el problema no es ni una cuestión de una vida contra 10,000 vidas. ¡El Sr. Fulano va a morirse de cualquier manera! Más bien, el problema aquí es si uno se permite hacer algo que producirá la destrucción de una vida humana para salvar las otras 9,999 vidas. ¿Pero por qué deben morir miles de personas en vano? Parece absolutamente ilógico.

En una mirada más profunda, esta es una ley que no sólo es absolutamente lógica, sino crucial e indispensable. Sin esta ley, sería sólo una cuestión de tiempo hasta que una sociedad se deteriore a un estado en que la vida humana se quite con impunidad.

Pensemos: si una vida puede sacrificarse para salvar 10,000, entonces una vida puede sacrificarse para salvar diez. Y si puede sacrificarse para salvar diez, puede sacrificarse para salvar dos. ¿Y si la cantidad es un factor, por qué no la "calidad"? ¿No es la vida de una persona joven en la plenitud de la vida más "valiosa" que la de un viejo senil de 95 años, que sólo le restan pocos años de vida? ¿Qué pasaría si una sociedad pone mayor valor a la vida de un varón que a la de una mujer— se justificaría sacrificar la vida de una mujer para salvar la de un hombre entonces?

Más aun: el momento en que se asigna un "valor" a una vida humana en relación a otra, su valor relativo también se medirá en función de otros valores cuantificables: "el bienestar de la sociedad", "el interés nacional" ("¿la economía?"). Llevado al extremo (cualquier lógica puede, y eventualmente lo hará) esta es la misma lógica por la cual millones de judíos, homosexuales y disminuidos físicos o mentales fueron exterminadas hace sesenta años en Europa—ya que estas vidas eran consideradas por el poder de turno, como inferiores. Por supuesto que no hay punto de comparación en estos actos, pero la lógica detrás de ellos es la misma.

La ley Talmúdica incorpora dos principios cruciales. Primeramente, que cada vida humana individual tiene un valor absoluto, no relativo. Una vez absoluta es igual a 10,000 veces absoluta. Setenta años de valor absoluto es igual a un año de valor absoluto o a una hora.

El segundo principio igualmente crucial, es que hay una distinción clara, absoluta, entre tomar acción para terminar una vida y no tomar esa acción, aun cuando el "resultado final" sea el mismo. Entregar a esa persona para que la maten un acto de asesinato. El argumento "él va a morirse de todas maneras" no tiene ninguna relación con la importancia del acto, ya que este es un acto de absoluta significado moral.

Así que, cuando se llega a situaciones de "el fin de la vida", la ley de la Torá distingue entre la acción y la inacción. Según la ley de la Torá, debemos hacer todo lo que esté en nuestro poder para conservar y prolongar la vida, sin tener en cuenta lo conocido como "calidad" (si es que podemos presumir de aumentar la calidad de una vida). Sin embargo, una vez que una persona entra en el estado que ley de la Torá llama goses (agonizar) ya no estamos obligados a hacer nada para prolongar la vida de esa persona. Sin embargo, incluso a esta altura, hacer algo que acortara la vida es equivalente al asesinato, aun cuando esa persona se morirá "de todas formas" dentro de unas horas o minutos.

Superficialmente, esto se parece a buscarle el riguroso tecnicismo legal. ¿Realmente hace una diferencia? Sí lo hace —hace toda la diferencia del mundo. No tenemos ningún control sobre los grandes temas de vida y muerte; hay una Autoridad Superior que decide estas cosas. Tenemos control sobre nuestras propias acciones. Y la acción de quitar una vida inocente nunca puede justificarse —ciertamente no por la noción arrogante de poder poner un valor relativo a una vida humana.

Un viejo dicho jasídico enseña que ninguna persona "de repente" se pierde en el bosque. Primero la persona camina por el sendero; luego se desvía un poco fuera de él, y luego otro, y luego más... Eventualmente, se encontrará a muchos metros lejos del camino.

¿Alguien podía imaginar al marido de Terri Schiavo, la mujer que hace 15 años está en estado vegetativo, concediéndole la corte de justicia de Estados Unidos, dispensación judicial para desconectar la sonda hace veinte años atrás? No podemos más que estremecernos al pensar qué pasará sobre "el derecho a morir" (y "el derecho a matar") de aquí a unos veinte años.

Cuando una sociedad pierde vista el valor divino, absoluto de la vida, el cambio es al principio imperceptible. Al principio es sólo el más débil, sólo las vidas más indefensas quedan afectadas. Vidas que no tienen voz—la sociedad no las oye, o incluso hasta les ponen palabras en sus bocas. Pero ese primer paso es, de muchas maneras, el más crucial. A menos que la tendencia se detenga y se invierta, llevará a un segundo paso y un tercero, y no mucho después, estaremos bien adentro en los bosques bárbaros donde todo es relativo, donde el derecho a la vida es completamente relativo al poder, a la riqueza y a la fuerza física.

A menos que la vida tenga un valor absoluto, no tiene ningún valor. Y a menos que otorguemos absoluto significado moral a nuestros actos, ellos no tienen ninguna importancia moral, y no mucho después regresamos a la selva.