Auschwitz fue el más grande de más de 15.000 campos de concentración, exterminio y trabajos forzados establecidos por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Se estima que, como mínimo, 1.300.000 personas fueron deportadas a Auschwitz entre 1940 y 1945; de las cuales al menos 1.100.000 fueron asesinadas.

Como nieto de uno de aquellos afortunados que sobrevivieron a los horrores de Auschwitz, mucho de ese negro capítulo de la historia humana forma parte de mi vida personal y profesional.

Mi difunta Bobe (abuela) Bluma tenía 13 años cuando su madre, cinco hermanos mayores y sus hijos fueron exterminados por orden de Iosef Menguele, correctamente denominado "El Ángel de la Muerte".

Tras su reciente fallecimiento a la edad de 76 años, aproveché la oportunidad de releer las memorias de Bobe. En cuatro oportunidades diferentes, mi abuela estuvo parada —en medio del humo del crematorio, los perros que ladraban, las botas que pisaban rudamente y rítmicos golpes —en la infame "fila de selección" al frente de la cual Menguele y sus subordinados estaban parados, señalando a la izquierda y a la derecha, sentenciando a algunos al trabajo demoledor, y enviando a otros a las cámaras de gas. En cada una de esas oportunidades, alguien venía y decía o hacía algo que cambiaba la suerte de Bobe de una muerte segura a una débil vida. En uno de tales incidentes, ella ya había sido enviada a la fila de aquellos señalados para la muerte cuando apareció un hombre como si fuera de la nada, físicamente la sacó de esa fila y la puso en la otra, sin decir una palabra.

En realidad, los milagros y misterios de los eventos de aquellos días abundan junto con los horrores y tragedias. En contraste con las viles acciones del "Ángel de la Muerte", estuvieron las nobles y heroicas acciones de muchos "Ángeles de la Vida" que estuvieron dispuestos a arriesgar sus vidas para salvar la de un extraño.

Es gracias a una no pequeña cantidad de "Ángeles" como esos, que salieron más allá de su propia miseria y pena para venir en ayuda de otros, que ahora viven generaciones que pueden contar la historia. Cuan claramente vemos los extendidos efectos de simples actos de bondad y compasión, aun si son llevados a cabo por unos segundos.

Con lo increíble y cautivamente que es su historia, veo que la más importante lección de las experiencias de Bobe en el Holocausto no son las que se encuentran en las palabras mismas, sino de aquellas que se abren paso entre líneas. Todo acerca de la vida de esa mujer —su fe, su dignidad, su estatura regia, su amoroso comportamiento —declaran audazmente: No habrá victoria para los nazis y los de su clase. La puedo oír diciendo: "Físicamente nos han golpeado y quemado, torturado y lisiado, reduciéndonos a condiciones sub-humanas, pero espiritualmente hay algo en nuestro interior que no pudieron tocar —ni ellos ni los otros que lo han intentado; no ellos, no ahora ni nunca".

Si la historia judía ha probado un hecho irrefutable, es que el alma de un pueblo fiel no puede ser vencida por aquellos que quieren destruir aquello que es bueno y justo en el mundo. Las fuerzas del mal y la tiranía no son finalmente rivales para aquellas del bien y la santidad.

Matriarca de una familia de cuatro hijos, 25 nietos y 35 bisnietos, todos criados y educados con los valores y tradiciones de sus ancestros, Bobe vivió para presenciar la victoria de sus convicciones y la resonante derrota histórica de aquellos que buscaron sepultarlos. Ella estableció para siempre el memorial más significativo para todos aquellos que perecieron en Auschwitz, un memorial viviente, dinámico y eterno: la continuidad de un pueblo orgulloso y flexible.

Es por la perpetuación de este memorial viviente que mi esposa, Sara, y yo ahora hemos dedicado nuestras vidas para servir a las comunidades de Charleston como shlijim (emisarios de Jabad). Con cada individuo o familia en esta comunidad que es ayudado, educado o imbuido con un espíritu de orgullo por su herencia como resultado de nuestros humildes esfuerzos, otro clavo es clavado en los ataúdes de Hitler, Menguele, Eichman y el resto, como si sus víctimas hubieran sido resucitadas entre nosotros.

Fuimos bendecidos con habernos arraigado en Charleston. La ciudad permanece fiel a su larga y rica historia de bondad y benevolencia hacia el pueblo judío. Desde la época de la Guerra Revolucionaria y aun antes, Charleston fue una ciudad que estuvo dispuesta a dar refugio y reposo a los judíos que huían de las persecuciones religiosas en Europa. En realidad los estatutos de la Colonia de Carlina expresamente mencionan la concesión de "libertad de conciencia" a los judíos, entre otros.

Es en este compasivo suelo que Sara y yo ahora queremos promocionar la máxima lección del Holocausto, tanto para judíos como para gentiles: Dondequiera que los actos de maldad y egoísmo se desvanecen en la nada, los actos de bondad marchan por la expansión del tiempo y el espacio, iluminando para siempre el panorama de la historia humana.

Un militar de EEUU que participó en la liberación de uno de los campos de concentración recordó como antes de que su pelotón entrara al campo, el oficial al mando se dirigió a los hombres. "Lo que ustedes están por ver no se parece a nada que hayan visto antes" dijo.

Refiriéndose a los suministros de alimentos que se le dio a los soldados para proveer a los hambrientos habitantes de las ciudades que habían capturado, incluyendo barras de chocolate Hershey para los niños, el oficial nuevamente previno contra dar cualquier tipo de alimento a los sobrevivientes del campo. "Deben saber que esas personas no han comido nada por años, fuera de desperdicios y mendrugos. Por más que ustedes quieran llenarlos de comida; por más que quieran darles a los niños esas barras de Hershey, no deben hacerlo. Sus sistemas digestivos no podrían soportarlo, y como resultado, podrían morir. Deben ser nutridos lentamente hasta que estén saludables".

Cuando entraron al campo fueron observados por los prisioneros como si hubieran sido enviados por el cielo. Un niño que era piel y huesos, a duras penas vivo, se acercó a ese soldado y le pidió algo de comida. Su corazón comenzó a partirse. Un niño hambriento, a punto de morir, y no podía sacar lo que había en su mochila para darle lo que estaba pidiendo.

"No tengo comida para darte" dijo "¿Pero sabes qué te puedo dar? Te puedo dar un abrazo".

Al describir lo que ocurrió después, dijo "Puse mis brazos alrededor de ese niño, y él puso sus huesudos brazos alrededor mío. Las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas. Y entonces ocurrió algo increíble. Cientos de esos niños, apenas vivos, comenzaron a acercarse a mí, preguntando si ellos también podían tener un abrazo. Poco después había una larga fila frente a mí. Estaban parados en fila, no por una barra de chocolate, sino solo por un abrazo. Después de todo el odio y crueldad que encontraron en esos años, sólo un poco de amor y ternura de un sensible y cariñoso ser humano. Y entonces también vinieron los adultos. Esperaban por un abrazo; por alguien fuerte que pudiera mostrarles un poco de humanidad. Todos lloramos juntos".

Aun cuando parece que no tenemos las respuestas o la curación que la gente necesita, siempre hay algo en lo que podemos ayudar. Podemos compartir una sonrisa, una palabra de consuelo, alguna conexión y comprensión humana; un abrazo. Si podemos aliviar su carga sólo un poco, quien sabe que mundo de bondad hemos logrado.

En un mundo que, 63 años después de la liberación de Auschwitz aun es amenazado por las fuerzas del mal que buscan destruir vidas inocentes, donde los impulsos del odio, el narcisismo y la codicia aun provocan estragos y caos en las sociedades, conviene que la gente con conciencia relate estos simples actos de bondad. Por cualquier paso desinteresado que damos para beneficiar a otro creamos una de esas mágicas ondas.

Auschwitz nos ha mostrado que así como el hombre se puede hundir tan bajo como el más bajo de los animales, también puede elevarse al nivel de ángeles.