Citando al Rabino Dr. Jonathan Saks, la tradición es la viviente fe de los muertos. Sin embargo, el autor plantea la diferencia con el tradicionalismo, que es la inanimada fe de los vivos. Y presentando esta frase poco clara, explica (según yo lo entiendo): el tradicionalismo es siempre conservador, a menudo nostálgico (kasha varnishkes, paté de hígado). La tradición se dedica a forjar un eslabón, un vínculo que resuena con la pasión de quienes pasaron la antorcha de una generación a otra, hasta llegar a la tuya.
Mi abuela de Pittsburgh solía cocinar su caldo de pollo los jueves. El viernes usaba todas las verduras de la sopa (zanahorias, boniatos y zucchini) y preparaba un puré al que le agregaba huevos y harina de matzá. Después llenaba toda una sartén con un inmenso latke. No se nos permitía comerlo antes de Shabat; pero nosotros íbamos comiendo pedacitos y hacia el anochecer no quedaba ni la mitad.
Hace poco, en la barmitzvá de un familiar les pregunté a unas primas si alguna tenía la receta de esta especialidad de la abuela. Me dijeron que no, nadie tenía la receta. Todas habían tratado de preparar este plato, pero a ninguna le había quedado bien. Un simple y sencillo 'kúguel' y nadie había sido capaz de lograrlo. Se fue, junto con mi abuela, al Monte de los Olivos.
Mi abuela no despierta en mí sentimientos de nostalgia, más bien me hace recordar mi niñez haciendo deberes y yendo a hacer los mandados. En su bargueño, junto con la vajilla para lácteos, tenía las fotos de todos los nietos. Pero, nada de lo que le sucedió en la vida fue colocado en un pedestal cubierto con una carpetita de encaje.
Había luchado contra todas las burocracias rusas de los años veinte para, junto con su 'bashert', poder llegar a Palestina. Vivía en un moshav, en la parte de atrás de un establo. Las mujeres moshavniks le tenían celos porque cantaba mientras realizaba las tareas. Llegó a los EE.UU. y la familia de su esposo ridiculizaba sus costumbres de kasher: la llamaban 'Mrs. Sandviches'. Y, medio siglo antes que el término "tolerancia" se convirtiera en una expresión muy común, ella le dijo a esos familiares: "Hago un gran esfuerzo por comprenderlos".
Mi abuela era la persona en que queríamos convertirnos…Y a menudo perdíamos la esperanza de poder hacerlo. Una vez, mientras estaba sentada en su comedor diario recitando meticulosa y fielmente sus Salmos, una prima exclamó, "Ay Bobe, no hay caso… nunca voy a ser como tú". Mi abuela terminó de leer el capítulo y miro a su nieta: "¿Y tú qué te crees, que yo llegué al mundo como una bobe, recitando los Salmos?"
"¿Por qué insistes en que tus hijos sean como tú?" Era el desafiante comentario que, por los años treinta, recibía mi abuela. Y su respuesta: "¿Por qué quieres robarme mis sueños más preciados? ¡Quiero que sean mejores que yo!" Ella sostiene que, al final, su sueño se cumplió; ninguno de sus nietos lo ven así.
Yo crecí después que "El Violinista sobre el Tejado" se convirtiera en un sorprendente éxito, cuando recién se estaban poniendo de moda las raíces étnicas y la calle Delancy se había convertido en un ícono judío. Para muchos, mi familia era una reliquia viviente: 'borscht' y 'tzimmes' envasados y entregados en la puerta de tu casa. A mí se me ponían los pelos de punta cuando sentía que me estaban encasillando en un lugar al que no quería ir y en el que no me interesaba estar.
De modo que, sin haber llegado a escuchar la diferencia entre tradición y tradicionalismo, adopté el primero y me burlé del segundo. Los Séder de Maxwell House tenían gusto a lata. Prefería el pan de 'foccacia' a un plato de 'borscht'. En mi mesa de café no hay dibujos de rabinos bailando ni en la cocina podrás ver carteles del estilo de 'bendice mi 'shmutz''. Respaldaba la tradición, pero descartaba el tradicionalismo.
Hoy en día creo que me excedí. Aunque la añoranza y los recuerdos de familia son peligrosos sustitutos de la tradición, la añoranza y los recuerdos de familia son poderosos e insustituibles transmisores de una pasión por la tradición. Mezclada con las zanahorias, la harina de matzá y los huevos, estaba la devoción, el amor, el orgullo y la confianza de continuar con aquello que nos había sido legado.
Si la experiencia pasada puede ser tomada como un indicio, si D-os quiere, en este Pésaj, me sentaré junto a mis hijos, con amigos y familia para compartir el Séder. Partiremos la matzá y mojaremos el huevo en agua salada, nos atragantaremos con las hierbas amargas y, reclinados, tomaremos vino. Con sencillas acciones estaremos forjando un eslabón y transmitiendo la pasión de quienes nos precedieron. También nos daremos el gusto de comer los 'guefilte fish' de mi madre y los canapés de huevo y cebolla de la Bobe Lew (las dos los preparan con las recetas que recibieron de sus madres). Cantaremos el Hodu del Zeide Lew y dispondré el plato del Séder de la misma manera que todos los años lo hiciera mi padre, hasta que me casé.
Y, entre bocado y bocado… viviremos la fe de quienes nos precedieron.
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