A principios del siglo XVIII, Eidel Kikinesh vivía en la ciudad de Drohobycz (ubicada en la actual Ucrania), donde residían unos 2,000 judíos y 1,000 no judíos. Su padre, el rabino Moshe Kikinesh, era un acaudalado comerciante y líder comunitario en la cercana ciudad de Lviv.

Su esposo, originario de Drohobycz, también provenía de una familia acomodada, pero prefería dedicar todo su tiempo al estudio de la Torá, día y noche. Así, Eidel asumió el control del negocio familiar de sal, y lo hizo con gran éxito.

Su belleza, inteligencia y legendaria elocuencia provocaron celos, especialmente entre la nobleza local, incluyendo a algunos sacerdotes. Esta envidia creciente impulsó a un grupo de clérigos a idear un plan para destruir a Eidel y, con ella, a toda la comunidad judía de Drohobycz.

Encontraron su oportunidad en los frenéticos días previos a Pesaj, cuando las familias judías estaban ocupadas eliminando el jametz de sus hogares. La noche del Séder, justo cuando Eidel se sentaba a la mesa con su familia, un estruendo interrumpió la celebración:

—¡Abran en nombre de la ley!

La puerta fue derribada y los oficiales irrumpieron, deteniéndose directamente frente a Eidel.

—¡Está arrestada por el asesinato de un niño cristiano! —anunciaron.

La criada no judía de la familia dio un paso al frente, señalando a Eidel con un dedo tembloroso.

—Es verdad —afirmó—. Me convenció de matar a mi propio hijo por su extraño ritual judío. No tuve más remedio que obedecerla.

Un rápido registro de la casa reveló el cadáver del niño escondido en el sótano. Eidel fue arrestada inmediatamente y encadenada. Pronto comenzaron a torturarla para forzar una confesión y obtener los nombres de sus supuestos cómplices.

Eidel enfrentaba un dilema imposible: negar la acusación pondría en riesgo a toda la comunidad judía. Pero si aceptaba la culpa —a pesar de ser inocente—, quizás lograría salvar a los demás. Finalmente, tomó la desgarradora decisión de confesar un crimen que no cometió, para proteger a su pueblo.

Su juicio se celebró en Lviv. Basándose en su "confesión", el juez pronunció el veredicto:

—Eidel Kikinesh, por tu crimen, se decreta que tu larga cabellera será atada a la cola de un semental salvaje, que correrá sobre rocas en la plaza principal, arrastrándote hasta la muerte. Luego, tu cuerpo será quemado públicamente.

Al enterarse de este brutal destino, la criada se arrepintió y confesó la verdad:

—Quiero retractarme. No fue Eidel quien me obligó a matar a mi hijo. Fue un grupo de sacerdotes que me prometieron felicidad espiritual y riquezas si lo hacía. ¡Ellos son los que deben ser castigados!

Temiendo ser descubiertos, los verdaderos culpables ordenaron que la criada fuera enviada a prisión para "interrogarla", donde fue estrangulada discretamente.

Mientras tanto, Eidel seguía encarcelada. Le ofrecieron una última oportunidad: si se convertía al cristianismo, sería liberada. Pero la valiente y fiel Eidel se negó a renunciar a su fe.

Con la llegada del otoño, se fijó la fecha de su ejecución. El evento fue organizado con gran pompa en la plaza Rynok, el principal mercado de Lviv. Decenas de miles de personas se agolparon en la plaza, se subieron a los techos y se asomaron por las ventanas. Los jueces, vestidos con sus togas oficiales, se sentaron en un gran estrado. Eidel se encontraba de pie junto a ellos.

El arzobispo Jan Skarbek le preguntó si tenía un último deseo.

—Sí —respondió ella con calma—. Desátenme las manos y denme unos alfileres.

Tras concederle el pedido, Eidel tomó los alfileres y los clavó en el dobladillo de su vestido, atravesando hasta sus piernas. Así se aseguró de que su falda no se levantara mientras era arrastrada por el caballo, resguardando su dignidad hasta el final.

Fue llevada a una muerte atroz, entre los abucheos de la multitud. Su cuerpo fue enterrado en el cementerio judío, donde su tumba se convirtió en lugar de peregrinación y plegaria.

En su lápida se inscribió:

El viernes, víspera de Shabat, 27 de Elul de 5478, la santa y pura mujer Eidel, hija del líder, el rabino Moshe Kikinesh, santificó el nombre de Di-s y dio su vida por todo Israel. Que el Señor vengue su sangre, y que su alma quede ligada con el vínculo de la vida eterna.