Abraham Krakowski estaba en el campo de concentración en Mauthausen, Alemania. La comida era imposible. Una hogaza de pan racionada para ocho hombres. La sopa era incomible, y a pesar del hambre, no podía tolerarla. Siempre la vomitaba.

En el viaje a Mauthausen, su tren había realizado una parada. Vio un vagón cargado con granos de trigo. Se llevó varios manojos antes que el tren empezara a moverse de nuevo. "Estamos a treinta días a Pesaj" les dijo a sus compañeros. "Debemos guardar estos granos. ¡Quizá nos liberaremos antes de Pesaj, y usaremos esto para amasar matzot!"

Dos semanas antes de Pesaj, todavía eran prisioneros.

Tres amigos se aproximaron a Krakowski. Querían que él solicitara a los responsables de la barraca permiso para hornear las matzot. Se cuidarían usando el lavadero por la noche, para que los SS no los descubrieran. El único problema sería calentar el horno para que la cocción pudiera hacerse rápidamente.

Krakowski no compartía su excitación. Estaban en una prisión, rodeados por SS. No deseaba que arriesgaran sus vidas para hornear matzot. ¿Y los prisioneros que dormían al lado del horno? No tolerarían el calor. ¿Qué pasaría si un SS aparecía súbitamente? ¿Y cómo molerían los granos? El plan estaba cargado con dudas y peligro.

Consultaron con R' Avigdor Glanzer, un estudioso respetado, y estuvo de acuerdo con Krakowski. Los otros, sin embargo, no se convencieron. "Después de todo, ¿los granos - no eran una señal del Cielo?"

"Si Di-s quiere que comamos matzot, que las envie" Krakowski insistió, "fue mi idea, y ahora digo que se olviden".

Su réplica los sosegó, pero él no se sintió a gusto. Esa noche, en su sueño, su difunto padre y él estaban visitando al Rebe de Radomsk, el Shivjei Kohen. A su lado, estaba su yerno, Reb Moshe, (Ambos fueron asesinados en el Ghetto de Varsovia en 1942, junto con sus esposas.). Le contó la historia de los granos. Sobre su discusión y su réplica mordaz. Le preguntó qué pensaba acerca del tema. El Rebe contestó: "Te diré. Como principio tienes razón, pero debes recordar cómo tu estimado padre trabajaba para hornear matzot. Y está escrito: "¡Vejen TaAsu Ledorot!" – "Y así harán para todas sus generaciones"

El sueño terminó. Abe Krakowski despertó lleno de esperanza. Las palabras estaban haciendo eco en sus oídos: ¡V'een TaAsu Ledorot! " ¡Habría más generaciones!

Corrió rápidamente a R' Avigdor Glanzer y gritó: "¡Glanzer, haremos matzot!"

Fue a sus amigos, y también les contó la historia. Ahora ningún arma podía asustarlos.

Consiguieron de los responsables el permiso para amasar y hornear las matzot. Les aseguraron que todo el tema tomaría sólo media hora. Estuvieron de acuerdo, y agregaron: "Por favor piensen en nosotros"

Lavaron cuatro toallas y las colgaron a secar en la pared. Después envolvieron los granos en las toallas y tomaron cuatro martillos y golpearon los granos por largo rato. Los guardias no entendían qué pasaba. Después de varias horas, habían juntado doscientos gramos de harina.

Durante el curso del día encontraron una lata de estaño que calentaron para hacerla kasher para Pesaj. A la hora de acostarse, el horno estaba caliente. Cuando la luz se apagó, algunos empezaron a quejarse del calor. Uno levantó su voz: "¡No molesten a Krakowski en su trabajo!" Fue suficiente para imponer silencio.

Entraron al lavadero. Prepararon la masa en un cuenco, y susurrando, con lágrimas cantaban las alabanzas del Halel. Tardaron diez minutos. Tenían una tabla para amasar, y usaron una botella como palo de amasar. Abe Krakowski se paró al lado del horno. La estufa estaba tan caliente que tomó dos minutos el horneado.

¡Acabaron en menos de dieciocho minutos! Habían cocido dieciséis matzot, del tamaño de la palma de una mano. Por primera vez en años se acostaron felices.

A la mañana empezaron a escribir la Hagadá- lo que podían recordar.

A la noche empezó el Seder. Fueron al lavadero. ¡Eran quince! Empezaron recitando la Hagadá muy calladamente. Algunos no podían contener los sollozos. ¡Abe Krakowski, no podía proferir una sola palabra! Después se lavaron las manos y cada uno comió un pedazo de matzá. Krakowski guardó un pedazo del tamaño de una uña, como segulá (augurio próspero)."

A la conclusión del Seder, después del tradicional "el Próximo año en Jerusalém" dijeron, como si fuera parte del texto:

"Si Di-s nos liberará, tendremos que hacer una Hagadá más grande"