Tomemos, por ejemplo, los sentimientos de ira. Como mencionamos anteriormente, nuestros Sabios nos enseñan que una persona que se encoleriza y pierde la paciencia se considera como si adorara ídolos. Uno podría preguntarse: si una persona es provocada y se enoja, ¿no es mejor que suelte su ira? La psicología moderna dice que si una persona permite que la presión aumente dentro de ella, puede causarle problemas. La persona se transforma como una olla a presión, y esto le puede afectar la salud. Si, no obstante, pierde la paciencia y se enoja, liberará la presión y podrá relajarse y volverá a ser él mismo. ¿Por qué entonces la Torá nos dice que no liberemos el enojo?

Existen dos soluciones para esta pregunta: la primera es que uno puede sublimar la ira y expresar su energía de manera positiva. El modo en que una persona se expresa no debe ser destructivo. La misma energía se puede liberar a través de canales positivos. En vez de perder la paciencia con ira, una persona puede hacer rechinar sus dientes y aplicarse con determinación frente al desafío que enfrenta.

Además, si la energía está ardiendo dentro de una persona, es mejor para él que la libere. Lo que la Torá requiere de la persona, sin embargo, es que no alcance ese punto — nunca dejar que su sangre hierva dentro de ella.

¿Por qué alguien se llena de ira? No debido a lo que sucedió, sino porque está pensando sobre lo que ha sucedido, y se concentra en eso. Tenemos una alternativa. No es necesario alimentar estos fuegos. Podemos desviar nuestros pensamientos del factor perturbador y concentrarnos en otra cosa.

El desafío no es trabajar con métodos para liberar la presión, sino ir un paso más adelante; trabajar para evitar que la presión se intensifique en primer lugar. Y esto significa disciplinar a nuestros pensamientos.

Este es un principio de la Torá. Así como una persona debe disciplinar sus actos y su palabra, también debe disciplinar sus pensamientos. Cuando una persona se esfuerza por disciplinar sus pensamientos, finalmente alcanzará el control.

Tomemos la envidia, por ejemplo. Si una persona ve algo que tiene otra, y su reacción natural es volverse envidiosa, tal vez no pueda cambiar esta respuesta natural fácilmente. Lo que puede hacer es no ocuparse con pensamientos de envidia. Allí tiene control.

Tal vez no pueda ayudar a que un pensamiento de envidia no emerja del subconsciente al consciente. Esa es una respuesta natural. Pero si continúa persiguiendo esos pensamientos y se extiende en ellos, allí la persona puede — y debe — ejercer el control.

Cuando un pensamiento de envidia llega a la mente, uno debe detenerlo y distraer la atención. El pensamientos puede volver aún varias veces. Sin embargo, finalmente, mientras uno continua ejerciendo control, estos pensamientos de envidia se volverán menos frecuentes. Finalmente, dejarán de surgir del subconsciente al conciente.

Y el mismo concepto se aplica con respecto a los pensamientos de odio. La Torá nos dice que no debemos odiar a otro Judío. ¿Pero qué sucede si otra persona nos hiere terriblemente? Es natural que emerjan los sentimientos de odio. ¿Cómo podemos controlarlos?

La respuesta es que en verdad es muy difícil cambiar nuestro interior a fin de no reaccionar con enojo u odio en esa ocasión. Eso puede estar más allá de nuestro control. Una vez que sucede eso, los pensamientos de odio quizás comiencen a surgir.

Pero acá es donde debemos ejercer control. Tenemos la habilidad de evitar ocupar nuestras mentes con pensamientos de odio.

¿Cómo podemos evitarlo nosotros mismos? No alejando el odio con una mano, sino cortándolo totalmente, cambiando a un tema diferente por completo. Esto evita que los sentimientos de odio sean fortificados y aumentados. No arderán, pero finalmente se calmarán.

Esto pensamientos de odio tal vez continúen volviendo. Sin embargo, cuando son rechazados una vez, una segunda vez, una tercera vez y aún cien veces, finalmente dejarán de emerger del subconsciente al conciente.

Varios de nosotros podemos mirar al pasado y encontrar que cuando éramos más jóvenes, estábamos obsesionados con ciertas cosas. Las queríamos y no podíamos dejar de pensar en ellas. A la mañana, a la tarde, en el colegio, durante las comidas, a la noche, cuando nos quedábamos dormidos, en nuestros sueños; era casi como si eso fuese lo único que podíamos pensar.

Cuando pensamos nuevamente ahora, nos preguntamos, "¿Qué pasó? ¿Por qué ya no estoy más obsesionado con esos mismos pensamientos? ¿Qué cambió? Muchas veces la situación no cambió y nunca este deseo fue satisfecho.

¿Por qué entonces continuamos pensando en eso? La respuesta es muy simple. Pasaron varios años, y en el ínterin enfrentamos situaciones nuevas, nuevos deseos y nuevos problemas, y tal vez hasta nuevas obsesiones. Le hemos dedicado tanto tiempo y tanta atención a estos asuntos nuevos, que perdimos interés por los viejos. Cada vez le prestábamos menos atención, y finalmente dejamos de pensar en ellos totalmente.

Esto es lo que debemos hacer con los sentimientos de depresión y todos los pensamientos negativos. En general, debemos saber que todo lo que sucede es bueno y, por lo tanto, una persona siempre debe estar b'simja, llena de verdadera alegría. Debemos incorporar esta idea y hacerla parte de nosotros. Esto nos ayudará a no perder nuestro equilibrio cuando suceden cosas indeseables.

— Pero si algo hace que nos enfademos, debemos saber que tenemos una alternativa. Esa alternativa no comprende meditar sobre cómo el factor perturbador es, en realidad, un bien encubierto. Una persona que está muy enfadada no siempre podrá honestamente darse cuenta de eso. Lo que podemos hacer y lo que debemos hacer, si queremos preservar nuestro equilibrio interior — es volver nuestra atención hacia otro tema —y hacer esto una y otra vez, hasta que el pensamiento perturbador no nos moleste más. Una vez que no somos controlados por nuestros pensamientos depresivos, podemos concentrarnos en la verdad que nos enseña la Torá: que todo proviene de D's y es, en esencia, bueno.