Hay libros, revistas, programas de televisión, incluso profesiones, que se dedican únicamente a los alimentos que comemos: cómo cocinarlos, dónde comprarlos, y cómo presentarlos. Menos grasa, sin grasa, blanco o grano integral. Incluso nuestras cajas de cereales nos relatan la historia de cómo ha evolucionado la relación humana con la comida y la cocina. En el pasado era la cultura la que definía la comida. Hoy en día es la comida la que define la cultura.
Para los judíos, los alimentos que compramos se convierten en parte de nuestras almas. Alimentan nuestro cuerpo y nuestras mentes. Y puede servir como nexo directo con la Santidad.
No crecí en un hogar donde se mantuviera kashrut. En realidad, mi primera introducción formal a la comida kosher tuvo lugar en el liceo, cuando fui por una semana a Long Island, Nueva York, a participar de las Macabiadas. Las Macabiadas eran una especie de Juegos Olímpicos judíos y yo era una jugadora de básquetbol que representaba a un centro comunitario judío de Nueva Jersey. La familia que me hospedó mantenía una cocina kasher y durante mi estadía, tanto antes como después de los juegos y las prácticas, también yo recibía comida kasher. Por muchos motivos las Macabiadas fueron una experiencia reveladora. Fue la primera vez que vi impreso mi nombre judío, y también la primera vez que ser judía me hizo sentir especial.
Me sentía feliz de estar allí y orgullosa de compartir comidas kasher.
A decir verdad, la comida no era demasiado rica. Sin embargo, con cada bocado sentía que estaba haciendo algo bueno. Hasta ese entonces yo no había recibido educación judía formal, pero aún así mi alma fue capaz de despertar lo suficiente como para darme cuenta que tanto la inmersión en un medio judío como el hecho de alimentarme con comida kosher era la conducta correcta. Más adelante descubrí que la comida kasher podía ser absolutamente deliciosa.
Han pasado muchos años desde aquellos lejanos tiempos. Fui a la universidad, me casé, nacieron mis hijos y esa pequeña experiencia kasher quedó relegada a un rincón de mi mente. Y ahí quedó, hasta hace un año, cuando empecé a estudiar judaísmo. En ese momento toda mi experiencia judía pasó a primer plano. Irónicamente, la primera clase a la que asistí estuvo dedicada a las normas para mantener la kashrut. No solo estimuló mi curiosidad sobre esta forma específica de consumir alimentos, sino también me ilustró sobre el punto y me incitó a luchar con la pregunta de: ¿Qué es la comida?
Evidentemente, la respuesta no es la misma para todo el mundo. Y, la respuesta se vuelve aún más complicada si eres judío. En su forma más simple, el alimento es algo que los seres humanos necesitamos para poder sobrevivir. Alimenta nuestro cuerpo para que nuestros sentidos puedan mantenerse alerta y podamos funcionar diariamente. De hecho, durante los últimos años, muchas personas se han ido inclinando hacia determinados tipos de alimentos, como los orgánicos y de grano integral. para mejorar su salud y vitalidad. Para un judío, los alimentos tienen un rol adicional como fortificadores del alma. Sí, nos permite caminar, saltar y hablar; sin embargo, si optamos por alimentarnos con comida kasher y no con las variedades no-kasher, es parecido a elegir frutas y vegetales orgánicos frente a la posibilidad de consumir los cultivados con pesticidas y productos químicos. En otras palabras, un judío tiene una sensibilidad aumentada frente a la comida que puede o bien impedir o ayudarnos en nuestra búsqueda de la comprensión y el servicio a nuestro Creador.
En un sentido filosófico, los alimentos son el puente entre lo físico y lo espiritual.
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