Viajábamos en una pedregosa y complicada carretera, que parecía más del siglo 19 que de 1991. Había sido un largo camino desde Brooklyn, USA. De aquí proceden "mis raíces" mi pueblo ancestral, el shtetl de mi abuelo.
Kola, el fiel chófer ucraniano, había manejado unas diez horas o más desde el corazón de Ucrania a la Bielorusia de color sepia. Cuando miré la escena pastoril frente a mí, noté que varios pollos rojos y rubios nos miraron nerviosamente desde el patio de la cabaña de madera podrida.
- "Daré un paseo alrededor del pueblo durante un rato" anuncié a nadie en particular. Después de haber explorado un poco el pueblo sereno, compuesto de varios edificios ruinosos y un pequeño estanque en el que varias sardinas nadaban alegremente, volví a nuestro vehículo.
- "¡Kola! ¡Padyom!" exclamé a mi robusto compañero, esperando que tuviera la suficiente energía como para atravesar el largo camino y llevarme a Moscú lo antes posible.
-"Rotzviniki" se opuso con un centelleo en sus ojos. "Cuando uno visita su hogar ancestral, sobre todo cuando llega desde tan lejos, uno debe buscar a su familia. Miré fijamente a Kola por un largo rato. Había visto un pequeño monumento al borde del pueblo, que conmemoraba a las víctimas de las atrocidades Nazis. Cómo se explica a un extraño sobre los ríos de sangre que corrieron en este bucólico lugar.
-"¡Vamos!" dije encogiendo los hombros, "ya no poseo familiares en Miori"
-"Tonterías" "¡Yo encontraré el Rotzviniki!" Con un inusual raro deleite se dedicó a golpear puerta por puerta en el pueblo, y como un auténtico Lubavitcher preguntaba a cada persona que respondía a su llamado-"Perdón, ¿usted es judío?"
Con aire resignado, me senté en el automóvil a la espera de su retorno.
-"Jaim ven! ¡He encontrado a un judío!
Ahora sí llamaba mi atención. Me dirigí a una choza decrépita al borde de la villa. El único cuarto de la choza contenía algo de mobiliario. Una alfombra raída era el único objeto decorativo en la casa teñida de negro hollín. Una olla de hierro grande y negra llena de varias sardinas estaba burbujeando alegremente en el piso. Me presentó a una mujer anciana con el pelo desaliñado.
-"Yo y mi nieto de ocho años, Sasha, somos los últimos judíos de Miori," murmuró en un Idish. Pasamos las siguientes dos horas cantando, diciendo lejaim, y dejando nuestro automóvil básicamente desnudo de cualquier comestible o parafernalia.
Un dolor palpable flotaba en el aire al concluir nuestra breve estancia en Miori. Pero teníamos muchos kilómetros por delante y poco tiempo.
-"Gracias, Jaim," la voz robusta de Kola llegó desde el frente del automóvil, interrumpiendo mi ensueño producido por el paisaje que flotaba fuera de mi ventana.
-"¿Por qué me agradeces?" pregunté a mi compañero, que había estado manejando casi sin parar durante diez horas por lo sería equivalente a dos dólares.
-"Le agradezco que no haya revelado que no soy judío".
Me sentí aturdido. No se me había cruzado en mi mente presentarle a mi chófer de un modo u otro. No podría entender por qué estaba agradeciéndome.
-"¿Sabe lo que voy a hacer algún día?" Continuó como es común a los chóferes de taxi que no se fijan si usted está escuchando o no.
-"Mi sueño es ir vivir en la Ciudad de Nueva York. ¡Sí señor! Nueva York es el lugar donde quiero estar. Las luces brillantes, la acción. Ningún lugar en la tierra es así. ¡Seré un chofer de taxi! -"Maravilloso" dije, esperando que mi contribución de una palabra al diálogo fuera suficiente.
-"Voy a ser el mejor taxista que la Ciudad de Nueva York haya tenido alguna vez. ¿Sabe lo que voy a hacer con todo el dinero que gane con mi "super-taxi?"
-"No -dígame". Respondí, sabiendo que recibiría la respuesta quiera o no.
-"Iré a un bar, me acercaré a la barra y pediré una bebida" anunció con un suspiro contento. "Pediré lo que los hombres ricos beben. Y entonces"- dijo como revelando un secreto profundo, "¡ordenaré una ronda de bebidas para todos en la barra!"
Estaba empezando a darme cuenta con temor que este iba a ser un viaje muy largo.
-"Hay toda clase de personas en Nueva York". El filósofo que había en Kola se estaba empezando a mostrar. -"Hay muchos ucranianos en la Ciudad. Cuando me encuentre con un compañero ucraniano lo invitaré con una bebida. Hablaremos sobre deportes, música, política, etc."
¿Hacia dónde se dirige esta conversación?" me pregunté. Él continuó su monólogo. -"Después de todo, él no es mi pariente y realmente no lo conozco en absoluto. Los judíos son diferentes. Cuando entramos en la casa en el pueblo, me di cuenta de la unión entre usted y esas dos personas, un lazo familiar que es tan poderoso que me pongo de pie por respeto a él.
-"¡Rotzviniki! Los judíos son toda una familia. Y usted me ha permitido sentirlo".
Hay momentos en los que el silencio es la única contestación apropiada. El camino a Moscú fue silencioso.
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