Apreciar a otros es importante. Apreciarse a uno mismo es crucial. Durante los últimos años he hecho la siguiente actividad con mis alumnas de secundaria.

Les digo a las chicas que tomen una hoja de papel y lo doblen a la mitad. Del lado derecho tienen que escribir tres cosas positivas sobre sí mismas, fortalezas o cualidades que gusten de sí mismas. Les doy ejemplos: soy buena, me llevo bien con la gente, soy inteligente, concurro a la sinagoga por iniciativa propia, soy paciente, tengo una buena relación con mi madre, soy linda, soy graciosa, soy creativa, soy buena niñera, soy consciente...

Del lado izquierdo tienen que escribir una cualidad negativa de sí mismas, algo que les gustaría cambiar o librarse. (Les aseguro que esto es estrictamente para uso personal, nadie va a ver lo que escriban.)

Después que finalizan, tienen que cortar el papel al medio. El papel con las buenas cualidades es para que se lo queden; el papel con la frase negativa se dobla y se pone dentro de una bolsa de papel. Luego ponemos un fósforo en la bolsa de papel, y “quemamos” o erradicamos esas cualidades. Hicimos esta actividad antes de Pésaj, para demostrar el significado espiritual de quitar y quemar todo el jametz (harinas y granos fermentados) de nuestras casas.

Es interesante, y un poco triste, que siempre encuentro una reacción similar de las chicas. “¿Tres cosas buenas?” “¡No se me ocurren tres cosas buenas de mi misma! ¿Puedo escribir sólo una?” “¿Qué tal si escribimos tres cosas que no nos gustan y una cosa buena?” Entonces, cuando les explico lo que vamos a hacer, siempre aparece la pregunta “¿Por qué tenemos que escribir algo bueno de nosotras mismas? ¿Por qué no sólo escribimos las cosas malas y las quemamos?”

En su obra “Haiom Iom”, el Rebe de Lubavitch, Rabi Menajem Mendel Schneerson, de bendita memoria, escribe:

“... todo judío, cada cual de acuerdo a su capacidad, tanto sea erudito o empresario, debe hacer un balance preciso en su alma de todo lo que ocurrió en el transcurso del año. Cada cual debe saber las buenas cualidades en su servicio a D-os y fortalecerlas; debe también ser consciente de las deficiencias en sí mismo y en su servicio, y corregirlas. Por medio de esta excelente preparación, uno amerita un año bueno y dulce, material y espiritualmente.”

Tenemos la tendencia de concentrarnos en nuestras imperfecciones. Podemos decir exactamente cuán desorganizados o poco creativos somos; cuántos de nuestros proyectos fracasaron el último año; cómo no somos buenas madres porque les damos muy poco tiempo a nuestros hijos o demasiada comida chatarra; cómo no estudiamos lo suficiente, hacemos lo suficiente, no nos mantenemos al tanto con nuestras madres o primos o amigos; cómo deberíamos aprender a manejar mejor la computadora, recaudar más dinero, balancear la chequera, escribir un libro, cocinar comidas más sanas, hasta el infinito. Y hasta que dé nauseas.

Pero, ¿cuántos de nosotros somos igualmente honestos sobre nuestras fortalezas? Al hacer un balance uno debe “conocer las buenas cualidades en su servicio a D-os”, incluso antes de “ser consciente de las deficiencias en sí mismo y en su servicio.”

¿Por qué? Porque sólo reconociendo y fortaleciendo nuestras buenas cualidades podemos corregir los problemas.

Piénselo. Si una persona es un perdedor patético, ¿cómo puede tener esperanzas de corregir algo? Si todo lo que tiene son deficiencias, podría, perdido por perdido, tirar la toalla y rendirse. Así que lo desafío: Escriba tres cosas sobre usted mismo con las que está satisfecho, tres áreas en las que es exitoso, tres buenas cualidades que posea. Sólo después puede enfocarse en cualquier deficiencia dentro suyo y, con sus fortalezas y éxitos, seguramente será capaz de corregirlas. Y entonces “Por medio de esta excelente preparación, uno amerita un año bueno y dulce, material y espiritualmente.”