No lo podía creer. Ella continuaba señalando la piel entre su pulgar y el dedo índice y me preguntaba si yo también la veía. Yo no tenía idea de lo que me estaba hablando. Miré su mano, mire la mía. Se veían iguales.

Todos tenemos piel entre el pulgar y el índice. Esa piel nos permite mover los dedos y tomar objetos. Pero ella seguía apuntando a la suya e insistía en que era diferente, que la suya era fea, que la suya era algo detestable.

Esta joven muchacha tiene 17 años. Es una alumna que pertenece al cuadro de honor de una escuela secundaria muy competitiva y recientemente fue aceptada en todas las universidades para las que aplicó. Tiene una familia amorosa que la apoya, vive en una casa hermosa y está bendecida con abundantes bienes materiales. Su nota promedio es de 4.0 (la más alta), es capitana del equipo de baloncesto y, como si esto fuera poco, también, es impresionantemente bella no obstante su delgadez dado que mide 1,68 y pesa un poco más de 45 kilos.

Pero no importa.

Verás, ella se ve gorda y fea. Tiene un cabello que ocasionalmente se encrespa, piernas demasiado largas y, lo que supera todo esto es la horrenda piel entre el pulgar y el índice.

¿Es verdad esto? ¿Al menos algo de todo esto? Sí, todo. ¿Por qué? Porque es así como ella se ve. Y eso, en última instancia, es lo que realmente importa.

Luego de hablar con esta joven muchacha y tratar de que ella se vea a través de mis ojos, me di cuenta de que la única realidad que le importa es la que ella tiene en su mente. ¿Es una realidad objetiva? ¡Por supuesto que no! Pero es la realidad que ella vive y, hasta que ella no esté dispuesta a verse de forma diferente, nada va a cambiar.

El Baal Shem Tov, fundador del movimiento Jasídico, nos enseñó que la persona se encuentra en donde sus pensamientos están. O sea, somos lo que pensamos. Nuestros pensamientos son la base de nuestra realidad.

Todos somos conscientes de la gran incidencia que tienen actualmente los desórdenes alimentarios y otras enfermedades mentales entre la juventud. A las inseguridades naturales de esta etapa de transformaciones en sus vidas, se agrega el bombardeo de mensajes que reciben de los medios de comunicación sobre cómo deben pensar, qué les debe importar y cómo se deben lucir.

Mientras que nuestros pensamientos son la base de nuestra realidad, a menudo son el resultado de las palabras que recibimos de los otros. “¡Vaya, mira que gorda y fea es!”. He oído a tantas jóvenes decir cosas como esta acerca de una muchacha que pasaba por al lado. Exponen su apariencia física en contra de ella, como si tuviera alguna opción al respecto.

Reflexionando sobre mi propia vida, todavía llevo las cicatrices causadas por comentarios que recibí acerca de mi apariencia. Estos comentarios se tornaron en realidad, por lo menos, en mi realidad, y cambiar esa realidad puede resultar extremadamente difícil.