No puedo afirmar haber predicho el colapso de la Unión Soviética luego de mi regreso de un viaje de cinco semanas a ese país en 1987. Pero tampoco salí con la impresión de que el sistema funcionara muy bien. Un ejemplo claro fue un incidente que ocurrió poco antes de mi llegada a Moscú. Un auto estacionado frente a la sinagoga de Jabad fue forzado y le robaron equipamiento valioso. Cuando el cuida coches fue confrontado con esta falla evidente en su trabajo, se encogió de hombros y dijo: "Mi trabajo es asegurarme de que todo esté bien. ¡Cuando algo no está bien, ese ya no es mi trabajo!"
El incidente me recordó una historia que el Rebe de Lubavitch contaba frecuentemente sobre su predecesor y tocayo, Rabi Menajem Mendel de Lubavitch (1789-1866). La esposa del hijo menor de Rabi Menajem Mendel había caído enferma, y los doctores eran unánimes en su opinión de que no había esperanza de recuperación. Cuando a Rabi Menajem Mendel le informaron el veredicto de los doctores, él notó que el Talmud plantea la pregunta: "¿De dónde sabemos que un doctor tiene permitido curar?" y responde que esto se deriva de un versículo (Shemot 21:19) "Y curar, él curará". "Pero en ningún lado", concluyó Rabi Menajem Mendel, "se le dio al médico el derecho o la capacidad de determinar que un ser humano es incurable."
La pregunta del Talmud es una pregunta muy real para el creyente. Si una persona cae enferma solo porque D-os ha determinado que esté enfermo, ¿de qué sirve llamar a un doctor? No es solo una cuestión de "¿cómo te atreves a interferir en la voluntad de D-os?", sino también de "¿cómo puedes pensar que cualquier cosa que hagas va a cambiar algo?" La respuesta que da el Talmud es que el médico tiene permitido "interferir" solo porque D-os permite, o más aún, ordena que el médico interfiera, y los esfuerzos del médico hacen una diferencia solo porque D-os desea que sus esfuerzos hagan una diferencia.
Esto llevó a Rabi Menajem Mendel a concluir que la autoridad e influencia del médico están estrictamente limitadas a la función que la Torá le dio, es decir, curar. Cualquier cosa más allá de esto no es su trabajo.
Aunque la enfermedad y la cura proveen una ilustración dramática de este principio, la enseñanza jasídica lo aplica a todas las áreas de la vida: ganarse el sustento, ayudar al necesitado, etc. Tenemos la capacidad, el derecho y la obligación de hacer la diferencia porque, y solo porque, D-os nos ha dado la capacidad para hacer la diferencia. Pero esta autoridad tiene sus límites. Cuando alcanzamos esos límites, es decir, cuando verdaderamente hemos hecho todo lo que está en nuestro conocimiento y capacidad de hacer, lo que sucede más allá de eso está fuera de nuestro dominio.
Es debido a esto que al concepto de "desesperación" no se le da cabida en el Jasidismo. Generalmente se asume que hay dos tipos de personas: los fatalistas y los activistas. El fatalista sostiene que las cosas son como son y que no se puede hacer realmente nada que marque la diferencia. Por lo que no hay razón ni para la euforia ni la desesperación (aunque algunos podrían decir que el estado del fatalista es uno de desesperación perpetua). El activista, por otro lado, cree que él mismo es el dueño de su destino, por lo que se alegra por sus logros y se desespera cuando las cosas no salen como él planeaba, creyendo que esto último fue el resultado de su fracaso en haber hecho que pase lo que él quería que pasara.
El judío no es ninguno de los dos, y es ambos a la vez. Es un fatalista en el sentido de que cree que todo lo que sucede es el resultado directo de la voluntad de D-os de que eso suceda. Pero también es un activista: cree que es mucho lo que puede y debe hacer, y que lo que hace marca una diferencia.
De forma que el cuida coches ruso tenía un buen argumento. Nuestro trabajo es hacer las cosas bien, y la alegría y satisfacción que experimentamos por nuestros éxitos es real y verdadera. Pero cuando alcanzamos los límites de lo que podemos hacer, eso no es un fracaso. Simplemente significa que hemos hecho nuestro trabajo, y ahora le toca a D-os hacer el suyo.
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