En todas las eras hubo Hamanes pero, gracias a D-os, los hemos sobrevivido. ¿Dónde se oculta el secreto de nuestra supervivencia?

La respuesta resultará evidente de la siguiente ilustración:

Cuando un científico procura determinar las leyes que rigen cierto fenómeno, o descubrir las propiedades esenciales de un determinado elemento en la naturaleza, debe emprender una serie de experimentos bajo las más variadas condiciones a fin de descubrir aquellas propiedades o leyes que actúan bajo todas las condiciones por igual. Ninguna ley científica genuina puede deducirse de un número mínimo de experimentos, o de experimentos realizados bajo condiciones similares o levemente diferentes, pues los resultados acerca de qué es esencial y qué es secundario o de menor importancia no serían entonces concluyentes.

El mismo principio debe aplicarse a nuestro pueblo. Es uno de los más antiguos del mundo, comenzando su historia nacional con la Revelación ante el Monte Sinaí, hace unos 3300 años. En el curso de estas largas centurias nuestro pueblo ha vivido bajo condiciones extremadamente variadas, tiempos muy distintos y lugares muy diferentes en todo el mundo. De querer descubrir los elementos esenciales que conforman la causa y base misma de la existencia de nuestro pueblo y su fortaleza peculiar, debemos llegar a la conclusión que éstos no han sido sus peculiares características físicas o mentales intrínsecas, su lengua, modales y costumbres (en un sentido más amplio), ni su pureza racial (pues hubo momentos en la antigua historia de nuestro pueblo, así como en la Edad Media e incluso en épocas recientes, cuando tribus y grupos étnicos completos se han vuelto prosélitos y parte de nuestro pueblo).

El elemento esencial que unifica a nuestro “pueblo disperso y diseminado” y lo convierte en “un pueblo” a lo largo de su dispersión e independientemente del tiempo, es la Torá y las Mitzvot, el modo de vida judío que ha perdurado básicamente igual en el curso de los 8 tiempos y en todos los lugares. La conclusión es clara y más allá de toda duda: fueron la Torá y las Mitzvot quienes hicieron indestructible a nuestro pueblo en el escenario mundial, enfrentando masacres y pogroms que apuntaban a nuestra destrucción física, y enfrentando las furiosas arremetidas ideológicas de culturas ajenas apuntando a nuestra destrucción espiritual.

Purim nos enseña la antigua lección - lección que muy a nuestro pesar ha vuelto a verificarse incluso recientemente - que ninguna manera de asimilacionismo, ni siquiera aquel que se extiende sobre varias generaciones, provee de escapatoria de los Hamanes e Hitlers; y que ningún judío puede cortar sus vínculos con su pueblo al intentar un escape semejante.

Por el contrario, nuestra salvación y nuestra existencia dependen precisamente del hecho de que “sus leyes son diferentes de las de cualquier otro pueblo”.

Purim nos recuerda que la fortaleza de nuestro pueblo como un todo, y de cada individuo judío, estiba en una adhesión mayor a nuestra antigua herencia espiritual, que contiene el secreto de una vida armoniosa y, en consecuencia, de una vida sana y feliz. Todas las demás cuestiones de nuestra vida espiritual y temporal deben estar libres de toda contradicción con la base y esencia de nuestra existencia, y deben ponerse a tono en consonancia a fin de dar lugar a la máxima armonía e incrementar nuestra fortaleza física y espiritual, que, ambas, van, mano a mano en la vida judía…