Uno de los temas centrales en torno a los cuales ha girado el pensamiento judío a lo largo de la historia es el del Templo de Jerusalén, el punto donde el mundo y Di-s se reúnen en forma casi tangible. La Torá describe en detalle el prototipo del Templo, que es el santuario portátil que construyeron Moisés y el pueblo judío en el desierto de Sinaí.

En la sección de la Torá de la semana pasada, se describió de qué forma había que construir el santuario. En esa parashá, se describe el patio con el altar de cobre para las ofrendas. Después, hacia el oeste, el santuario interno propiamente dicho con paredes de madera de acacia revestidas de oro y un techo hecho de delicados tapices. Asimismo, en la sección de la semana pasada se describió la mayoría de los objetos sagrados que debían colocarse en el santuario interno: el arca de oro, que contenía las Tablas de la Ley, la mesa de oro, la menorá de siete brazos. Sin embargo, hubo un objeto muy importante que no fue mencionado, tal como veremos.

En la lectura de la Torá de esta semana (Éxodo 27: 20-30-10), se dan los detalles relativos a las vestimentas de los “sacerdotes”, los que oficiaban en el santuario: Aarón y sus hijos. Luego, se describe de qué manera se debían santificar el santuario y los sacerdotes mismos con el óleo de unción, y cómo debían iniciarse los servicios en el santuario.

Al final de la porción de la Torá de esta semana, se describe el último ítem, que es el altar de oro, sobre el cual el sacerdote ofrendaba incienso dos veces al día, a la mañana y a la tarde. Este altar estaba situado en el santuario interno, junto a la menorá de oro.

Los sabios plantean un interrogante: ¿Por qué esta parte tan importante del santuario fue dejada para el final? Porque no hay duda de que este altar tendría que haber sido descripto en la parashá de la semana anterior junto con todos los otros elementos del santuario.

Una de las respuestas posibles es que el altar de oro fue dejado para el final debido a que expresa el propósito de todo el santuario. Es el punto culminante de toda la descripción.

Esto se debe a que el servicio del altar de oro era algo solitario. Los otros servicios en el santuario eran públicos. El Talmud de Jerusalén (Ioma 5: 2) afirma que cuando el sacerdote entraba al santuario para ofrendar incienso en el altar de oro, él estaba a solas con Di-s.

Esto enfatiza[P1] la dimensión privada y personal de toda la observancia judía. Debido a la confortable vida judía que llevamos como miembros de la comunidad, a veces, olvidamos la alegría y la satisfacción que el judaísmo puede darnos en lo individual. Cada mitzvá (precepto divino) es un lazo personal con Di-s.

Es posible que hagamos las mitzvot solos o con un grupo de gente, pero siempre existe una íntima dimensión personal. El enfoque en el altar de oro en la sección de la Torá nos recuerda que, a través de la práctica judía en la vida cotidiana, cada individuo puede entrar en la fragante atmósfera del santuario y ofrendarle incienso a Di-s[1].



[1] Basado libremente en el Likutey Sijot, tomo 1, pp. 171-172, del Rebe de Lubavitch.


[P1]

Sugerencia:

Pone de relieve