Un judío vagabundo entra a un albergue para indigentes una noche fría y tormentosa.
"Está todo ocupado", le dice el hombre que atendía el lugar. "Hay hasta dos o tres personas por cama. Pero veamos… hay un cosaco bastante alto en uno de los catres del piso superior. Usted es bastante pequeño, puede intentar ubicarse a su lado".
El judío vagabundo agradeció la oferta y le pidió al hombre si podía despertarlo antes del amanecer. "Debo tomar un ten", le explicó con ímpetu. Luego, subió las escaleras hasta el piso superior.
Antes de que se diera cuenta, sintió una mano que lo sacudía fuertemente. "Es poco antes del amanecer", dijo la voz. "Su tren".
El vagabundo se vistió lo más rápido que pudo en medio de la oscuridad y se dirigió a la estación de tren. De camino a la plataforma, pasó delante de un gran espejo con un marco ornamentado. Un cosaco uniformado le devolvió la mirada.
"¡Que estúpido el hombre del albergue!", pensó consternado. "Despertó al cosaco en vez de al judío vagabundo. ¡Nunca llegaré a tiempo para despertarme a mí mismo de nuevo y tomar el tren!".
Quienquiera que se haya referido al ser humano como un "mono desnudo" se equivocó. El hombre es la única criatura vestida que no solo se viste para mantenerse caliente o para protegerse, sino también para alterar, mejorar y hasta transformar su propia identidad.
De hecho, las identidades que nos creamos para nosotros mismos tienen varias ventajas respecto de aquella con la que nacemos. Pueden mejorar nuestro ser natural al acentuar aquellas cualidades positivas que poseemos y, a su vez, pueden minimizar aquellas que no son tan deseables. Lo que es aún mejor es el hecho de que podemos quitárnoslas si no nos quedan bien o si resulta que la primera opción fue un error, podemos reemplazarla por una diferente.
Las enseñanzas jasídicas se refieren a nuestra habilidad para pensar, hablar y actuar como las tres "vestimentas" del alma. Las áreas a las que decidimos dirigir nuestros pensamientos, las cosas que decimos y la forma en la que lo transmitimos. Estas tres áreas, junto con la manera en la que actuamos en relación con los otros y con nosotros mismos, son las "vestimentas" que confeccionamos para nuestra alma.
Con dichas vestimentas, podemos proyectar nuestro carácter y nuestra personalidad para aumentar nuestras cualidades positivas, aplacar las negativas e, incluso, destacar un rasgo negativo de manera positiva. Somos capaces de vestir un sentimiento abstracto con las palabras "Te amo". Cubrimos la animosidad por medio del comportamiento cívico. Transformamos nuestro ego pretencioso convirtiéndonos en los mayores donantes de una institución de caridad. Si nos encontramos vestidos con malas ideas o patrones de conducta poco agradables, es preciso recordar que es solo una vestimenta, por lo tanto, podemos desecharla y conseguir otra que sea más agradable.
Por su puesto, para mejorar nuestra persona, un acercamiento más básico es mejorando el "cuerpo" que contiene el alma, su carácter y personalidad. Pero resulta más fácil comprar un lindo traje que hacer dieta. Además, quién sabe, quizá ver nuestra alma en un lindo traje sea justo lo que necesitamos para motivar a nuestro cuerpo a que se ponga en forma.
¿Hipocresía? Ciertamente. Imaginen un mundo en el que todos actúen mejor, con más santidad y con más compasión. Quizá, lo que necesitamos en este mundo sea un poco más de "hipocresía".
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